En algún lugar cercano una alondra cantaba despreocupada, y un hombre, que había estado trabajando sin descanso, después de una larga faena, se sentó sobre un terrón y disfrutó de un corto y sabroso sorbo de agua. Se miró las manos llenas de callos, como quejándose de la penosa vida que llevaba. Luego encendió un tabaco y pensó que si todo salía bien, al final de la cosecha podría reunir un buen dinero, para suplir algunas necesidades.
Las cosas no habían salido bien los últimos tiempos, el esfuerzo no era suficiente para ir jalando, los cultivos eran magros y la lluvia escasa, la cosecha apenas le daba para comer. Pero los hijos estaban creciendo, y allí abundaba su esperanza. Su hija sería una gran mujer, se graduaría de maestra seguramente, y se casaría con algún hombre bueno de la región, juntos y con la gracia de Dios, lograrían montar un buen negocio, y sonreirían felices viendo pasar la vida serenamente. Su hijo también, seguramente, sería un hombre de bien, se quedaría en el pueblo, atendiendo a los animales, tendría campos de labranzas aun más grandes que los suyos, sembraría cada año los nuevos cañaverales, y cuando estos estuviesen maduros, los vendería al trapiche igual que él y se prepararía para otro año de zafra y abundancia, seguramente. Y él, junto a su mujer, ya ancianos, se sentarían en el viejo mueble y hablarían del pasado, verían caer la lluvia y oirían el canto alegre de los pájaros.
En eso pensaba el hombre con buenos ánimos, cuando de pronto escuchó un poderoso estruendo que lo sacó violentamente de su embeleso y lo llenó de espanto.
Pero luego pareció recuperar la calma y se dijo tranquilamente.
— Son los soldados, gracias a Dios, esta vez han venido—
Tres días atrás, pasando por el puente del palomar, se había encontrado con un escenario terrible. Había escuchado voces, y apeándose cuidadosamente de su caballo, se arrastró hasta las rocas y descubrió acampando junto al agua, a un grupo numeroso de forajidos. Eran los guerrilleros, que habían vuelto. Cada vez que volvían el pueblo se llenaba de muertos. La última vez causaron un gran desastre, violaron a las mujeres, se robaron el ganado, mataron a todos los puercos para llevarse la carne y no se salvaron ni los huevos, ni las aves de corral. Y a él mismo, por tratar de impedir que se llevaran sus reses le habían trozado de un violento machetazo todos los dedos de una mano.
El pueblo era demasiado pobre, y estando ya hundido en la miseria no merecía más desgracias. Los inviernos eran duros en esa parte del mundo, la lluvia caía copiosa y continuamente, se rebasaban los cauces y las quebradas, se empozaban los caminos, y las carretas se quedaban atascadas en el barro, la gente entonces se quedaba sin provisiones y pasaba hambre. Un nuevo ataque de los guerrilleros, ahora, que recién el pueblo se recuperaba, sería un castigo del diablo.
Por eso se sintió contento al escuchar en los campos el ruido de los fusiles y de las metralletas bramar furiosamente. Eran los valerosos soldados, representantes del pueblo y de las leyes, que habían venido para acabar con los insurgentes, seguramente.
— Mas tarde, cuando todo pase, iré con los otros a recoger las armas para venderlas, pueda ser que hasta me encuentre unas buenas botas y alguna chaqueta de cuero. También algunos cuchillos de los buenos, esos que siempre llevan consigo y que traen dientes filosos y cachas de hueso— Se consolaba el hombre.
Trató de ubicar el lugar de la batalla, pero le fue imposible, porque la llanura era inmensa y el viento traía las ráfagas desordenadamente, además de que empezaba a caer la tarde y el sol, algo perezoso e irritado, se ocultaba entre las grises líneas del horizonte. El hombre cortó y amarró algunas varas de caña para sus hijitos, y tomó sus aperos de labranza, luego dejó colgada sobre una rama su vieja cantimplora y tomando el camino de siempre, se dirigió a su hogar, soñando con su cervecita fría y sus pantuflas cálidas.
Por el camino iba pensando, en esos malditos guerrilleros, y hasta le contentó que hubiesen llegado a tiempo los soldados. De seguro ya estaban todos los rebeldes aniquilados, por eso había cesado el fuego. Pero de pronto y cuando mas entusiasmado estaba, oyó voces, golpes de hierros y pesados pasos que por un camino paralelo se acercaban. El hombre sintió miedo y se ocultó entre el follaje. Y vio pasar a un grueso número de espectros que se confundían entre las sombras. No pudo ver mucho porque ya era oscuro, pero por la forma de sus uniformes y las extrañas voces que alcanzó a oír, supo que no eran soldados. Aquellos eran los guerrilleros.
Sintió un frio enorme, un dolor agudo le bajaba como líquido espeso por el espinazo. Cuando ya los supo lejanos, salió de su escondite, y sintiendo un mal presentimiento, soltó las cañas que traía en los hombros y empezó a correr hacia el pueblo. Cuando llegó a la calle principal vio una gran humareda en la primera casa, y después le sorprendió que los perros de Mindoro no le ladraran como todas las noches cuando volvía de la chacra. Siguió adelante con un dolor extraño en el corazón y le sorprendió no encontrar a nadie en las calles, llamó a la puerta de su vieja vecina y no encontró respuesta alguna, todo le pareció muy raro, se acercó aun más a la casa y vio la puerta en el suelo y las ventanas de madera destrozadas. Angustiado echó a correr hacia su hogar y fue entonces cuando notó que en las paredes de las casas había unos extraños letreros pintados con letras rojas. Se acercó y vio que decían "por sapos".
Al llegar a su casa, se encontró con la misma escena: la puerta y las ventanas habían sido derrumbadas y destruidas por los hachazos, los muebles estaban destrozados, la mesa yacía patas arriba. Buscó a su mujer y a sus hijos y no los encontró por ningún lado. Llorando salió al patio y llamó, llamó varias veces, estrepitosamente.
— ¡Marta, Martita, Pablito!—
Pero no respondió nadie, siguió llamando mientras corría por las calles desiertas y no encontró jamás a un alma viva. Entonces vio luces en la pequeña iglesia y corrió hasta allá. Cuando llegó descubrió un montón de leña seca que aun ardía, y desgraciadamente para su mal, al lado de aquella siniestra hoguera, la escena más aterradora que había imaginado nunca. Apilados unos sobre otros como sacos, y todos agujereados por la furia de las balas estaban los cadáveres de los habitantes del pueblo. En medio de la oscuridad no pudo encontrar a los suyos, pero si volvió a ver los letreros en las paredes de la iglesia que repetían "por sapos" y supo que aquellos disparos no eran de los soldados, sino de los guerrilleros que habían masacrado al pueblo, por haberlos delatado ante el ejército. El mismo había sido, era el culpable, la tarde en que los vio tendidos bajo el puente, se devolvió al pueblo y se lo dijo a los soldados. Ahora se había salvado milagrosamente de aquella muerte porque estuvo en el cañaveral.
Mientras se maldecía a sí mismo, miraba al cielo y pedía perdón a Dios por su pecado.
Era ya de madrugada cuando se despertó, se había quedado tirado en el suelo, y se había dormido junto a los cadáveres. Una voz pequeñita, débil y lastimera lo traía de nuevo a la realidad. Era martita, que aun sangrando y aterrada por lo vivido, lloraba junto al despojo de su hermanito muerto.
Albo Aguasola
Venezuela 1975. Residenciado en New York desde 1995. Escritor de novelas, ensayos, cuentos y poesías. Una de las novelas, “Vasonegro” fue publicada en la Ciudad de New York. En Venezuela se publicó “El Fantasma de Prospect Park”. Esta novela “El Fantasma”, se ha promovido durante cinco años en Venezuela y ha sido bien aceptada por lectores de todas las edades, hemos hecho presentaciones en las ciudades más importantes del país y también en pequeñas ciudades y pueblos, en universidades, colegios, casas de la cultura, librerías, museos y otros sitios de importancia, hemos participado en la feria del libro de Caracas, Maracaibo y otras ciudades venezolanas. También poseo un espacio radial de lunes a sábado, que trata sobre el libro y donde además promovemos la cultura en general, música, literatura, poesía, filosofía, otras ramas del saber, entrevistamos músicos, poetas y escritores locales. alboaguasola@hotmail.com
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