LAS PRUEBAS
Primero y principal, conviene desconfiar de los objetos. En especial, de los objetos perdidos.
En esos casos, se corre siempre el riesgo de que aparezcan los delegados, quienes al mismo tiempo hacen de testigos y ejecutores para arrastrar al sospechoso hasta las puertas de cualquier acusación.
Siempre, irrevocablemente, al cabo de cinco minutos de pesquisa se prueba que el objeto recogido era la pieza clave de un crimen relacionado con cierto caso aún abierto y que las huellas digitales son, desde luego, pruebas irrefutables.
El objeto encontrado se vuelve, en el acto, evidencia criminal; el sospechoso se vuelve, a su vez, culpable; la situación, desesperante.
El fenómeno es de lo más arbitrario porque, de hecho, nunca hay casos policiales en la ciudad. Nadie ha matado jamás, nadie ha robado jamás.
Lo que no excluye, sin embargo, que de este modo se pruebe cierto “delito flagrante”.
…
[“UN DÍA REGRESARON A LA TIERRA…”]
Un día regresaron a la Tierra.
Y nos hicieron saber que nosotros no éramos ni animales, ni espíritus puros, ni seres humanos. Sino robots.
Robots de carne, ya que habían utilizado esta materia para fabricarnos. Además nos habían hecho a su imagen y semejanza, aunque muy groseramente, con prisas, sin cuidar los detalles. Ellos eran los únicos seres humanos de este planeta. Y lo habían abandonado hacía ya mucho tiempo, dejándonos en él. Porque eran indolentes y nos habían concebido industriosos, trabajadores, llenos de consciencia profesional y de ambición. Durante siglos habíamos sido, a nuestras propias expensas, los cuidadores de su Tierra.
Pero ahora ellos habían regresado.
Y en la mirada átona que nos dirigieron no había ni gratitud ni indulgencia.
Futuros sin futuro (Futurs sans avenirs, 1971), trad. Domingo Santos, Barcelona, Dronte, 1977, pág. 49.
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