—Dame un momentito, no más—, dijo el viejo paseando los ojos por el tejado cóncavo de su habitación, una mole atravesada por vigas de madera como si fuese el costillar de una bestia que lo estuvo protegiendo allí desde su infancia.
—Vamos, pa —Lo afana Venancio—. Quel camino hasta el pueblo es largo, viejo.
Una última mirada y las paredes se diluyen entre la cal y las siluetas multicolores de una