—¡No, mamá!, no vayas a llamar a mi tía. Mejor quédate tú con nosotros —la insistencia y mi cara de angustia terminó por convencerla de quedarse en casa.
Esa noche mí madre no sabía porque razón estábamos evadiendo a mi tía, no tenía ni la más remota sospecha de nuestro temor, pero había llegado el momento de contarlo. Papá tenía semanas laborando en Estados Unidos y mamá trabajaba de noche como enfermera en un hospital, y la única que podía cuidarnos era su hermana, nuestra tía Maggie.