
Había pasado un año desde la muerte de Sonia Zapatero, y el mundo seguía su curso, como suele hacerlo, sin importar nada más que el ir en su tránsito agónico.
Hoy, aunque todo parecía haberse quedado en el pasado, por las voces del pueblo he vuelto a revivir el recuerdo del olor de su cuerpo en plena descomposición, y aquella caja rectangular donde fue sepultada, las manijas de bronce y el delicado color marrón de la madera.