Camuflando la quimera
Nos atamos ramas a los cascos.Nos pintamos las caras, y los fusiles,con el fango de la orilla del río,
colgamos manojos de hierba de los bolsillosde nuestros uniformes de camuflaje. Nosfundimos con la selvacontentos de que los colibríes se fijaran en nosotros.
Nos ceñimos a los bambúes y luchamoscontra el viento que venía del ríoarrastrando nuestros fantasmas
desde Saigón a Bangkok,acordándonos de las mujeresque habíamos dejado en América.Apuntábamos a los pájaros de cantos ominosos.
En nuestras paradas sombríaslos simios de las rocas intentaban delatarnoslanzando piedras al anochecer. Los camaleones
trepaban por nuestras espaldas, cambiabandel día a la noche: del verde al dorado,del dorado al negro. Pero esperamoshasta que la luna se convirtió en metal,hasta que algo se rompiódentro de nosotros. Los Vietcongse movían por la ladera, con sus vestidos de seda negra,
transportando equipos pesados por la hierba.Allí estábamos escondidos. El río fluíapor nuestros huesos. Los animales pequeños se escondíanal notar nuestra presencia; contuvimos la respiración,
listos para llevar a cabo la emboscadaen L, mientras que el mundo daba vueltasdebajo de nuestros párpados.
Los muertos de Quang Tri
Esto es peor que contar piedrasen caminos que no llevan a ninguna parte,como cuando un tigre intenta cazar y retrocedeal oler su propia sangre en el suelo.El que se arrodillaba junto a la pagoda,¿te acuerdas? Capitán, no vamosa hablar de eso. El niño budistaque se ponía en la puerta y a quien le frotábamosla cabeza afeitada para que nos trajera suertebrilla ahora como una luna blanca.¡Está muerto para siempre, maldita sea!La hierba que pisamos se levanta;cuchillos amenazandonuestras partes más preciadas.
Hanoi Hannah
¡Ray Charles! Su voznos llama desde la alta hierba,y nosotros nos agachamos tras los sacos de arena.“Hola, hermanos negros. Holaaa,Georgia también está en mi mente”.Las bengalas florecen sobre los árboles.“Ahí está Hannah de nuevo.A ver si le podemosencender la puta mechaesta vez.” Los proyectilesdibujan un arco pálidoen el crepúsculo. Su voz salede un seto a mano izquierda.“Es sábado por la noche en los Estados Unidos.Imaginaos qué estarán haciendo vuestras mujeres.Creo que voy a dejar que os lo cuenteTina Turner, soldaditos nostálgicos.”Los obuses corcovean como una manadade caballos detrás de la alambrada.“Sabéis que sois hombres muertos,¿verdad? Estáis muertosigual que King hoy en Menphis.Muchachos, estáis rodeadospor la división del General Tran Do.”Sus palabras hierencomo las balas de un francotirador.“Hermanos negros ¿por quiénes estáis muriendo?”Lanzamos una ráfagade balas trazadoras. Los Phantom jetsse despliegan en abanico sobre los árboles.La artillería dispara al objetivo.Su voz resucitay la sentimos hablarde nuevo, una flor sangrantede la que nadie sabe su nombre verdadero.“Sois una mierda de tiradores, GIs”.Se oyen sus carcajadas salir del suelocomo si los altavoces estuvieranenterrados debajo de nuestros pies.
Yusef Komunyakaa (Bogalusa, Lusiana, 1947). Hijo de un carpintero analfabeto e inscrito con el nombre de James William Brown, reclamó más tarde el apellido Komunyakaa que su abuelo, llegado desde Trinidad en un barco, como polizón, había perdido. Profesor en la Universidad de Nueva York, obtuvo en 1994 el prestigioso Premio Pulitzer por su libro Neon Vernacular: New and Selected Poems. Su poesía se divide en dos grandes temas: su niñez en Luisiana y su experiencia en Vietnam.
Fuente: Circulo de Poesia
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