"Estupor y temblores: La fascinante obra literaria de Amélie Nothomb"

"Estupor y temblores: La fascinante obra literaria de Amélie Nothomb"

Mi espíritu no pertenecía a la raza de los conquistadores, sino a la especie de las vacas que pacen en las praderas de las facturas esperando la llegada del tren de gracia. ¡Qué hermoso era vivir sin orgullo y sin inteligencia! Hibernaba.

Yo reino. El poder no me interesa. Reinar es mucho más hermoso. 

Es una gran cosa saber cuándo se va a morir. Uno puede organizarse y convertir su último día en una obra de arte. 

Por fin dejaré de sufrir. Me han martilleado el cuerpo con tantos números que ya no queda sitio ni para el más pequeño decimal.

"si tu rostro expresa algún sentimiento, te convertirás en una persona vulgar"

"si mencionas la existencia de un solo pelo sobre tu cuerpo, te convertirás en un ser inmundo"

"si, en público, un muchacho te da un beso en la mejilla, eres una puta", 

"si disfrutas comiendo, eres una cerda", 

"si dormir te produce placer, eres una vaca"

La estocada que se ha asestado a la niptona (japonesa) : 

No aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá. No aspires a enamorarte porque no merces que nadie se enamore de ti: los que te amarían te amarían por tu apariencia, nunca por lo que eres. No esperes que la vida te dé algo, porque cada año que pase te quitará algo.

Ni siquiera aspires a una cosa tan sencilla como alcanzar la tranquilidad, porque no tienes ningún motivo para estar tranquila. Aspira a trabajar. Teniendo en cuenta tu sexo, existen pocas posibilidades de que puedas labrarte una buena educación, pero aspira a servir a tu empresa.

¿Tienes hambre? Apenas comas, ya que debes mantenerte delgada, no por el placer de ver cómo la gente se vuelve al paso de tu silueta por la calle -no lo harán- sino porque resulta vergonzoso tener curvas.

Tienes la obligación de ser hermosa. Si lo consigues, tu belleza no te proporcionará satisfacción alguna. (...) Si eres guapa, no serás gran cosa; si no eres guapa, serás menos que nada.

Tienes la obligación de casarte, a ser posible antes de los veinticinco años, tu edad de caducidad. Tu marido no te dará amor, salvo que sea un retrasado mental, y ser amada por un retrasado mental no proporciona felicidad alguna.

De todos modos, no te darás cuenta de si te quiere o no. A las dos de la madrugada, un hombre agotado y a menud borracho regresará para derrumbarse sobre el lecho conyugal, que abandonará a las seis de la mañana sin haberte dicho ni una palabra.

Tienes la obligación de tener hijos, a los que tratarás como a dioses hasta los tres años, edad en la que, de repente, los expulsarás del paraíso para alistarlos al servicio militar, que durará desde los tres hasta los diechiocho años y, más tarde, desde los veinticinco hasta el día de su muerte. Estás obligada a traer al mundo a seres que serán todavía más infelices en la medida en que los tres primeros años de su vida les habrán inculcado una noción de felicidad.

¿Te parece horrible? No eres la única en opinar así. Tus semejantes piensan del mismo modo desde 1960.

Pero, a los veinticinco años, de repente te darás cuenta de que todavía no te has casado y te sentirás avergonzada. Cambiarás tu ropa excéntrica por un aseado vestido, medias blancas y grotescos zapatos de tacón, sometarás tu espléndida y lisa cabellera a un lamentable peinado y te sentirás aliviada si alguien -marido o jefe- manifesta algún deseo hacia ti. 

En el caso más improbable de que te cases por amor, todavía serás más desgraciada, ya que verás sufrir a tu marido. Será mejor que no le ames: eso te permitirá asistir con indiferencia al naufragio de sus ideales, porque tu marido todavía los tendrá. Por ejemplo, le habrán hecho creer que sería amado por una mujer.

No obstante, pronto se dará cuenta de que no le amas. ¿Cómo podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso en lugar de corazón? Te han inculcado un espíritu demasiado calculador para poder amar. Si amar a alguien, significa que no te han educado bien.

Tu obligación es sacrificarte por los demás. No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacrificio hará felices a aquellos por quienes te sacrificas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti. No tienes ninguna posibilidad de ser feliz ni de hacer feliz a nadie.

Y si, extraordinariamente, tu destino se librara de estas prescripciones, sobre todo no deduzcas que has triunfado: deduce que algo has hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la cuenta de tu error.

Y no disfrutes del momento: deja ese cálculo para los occidentales. Nada que dure menos de diez mil años tiene algun valor.

Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie te considera menos inteligente que un hombre. Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vista de los que tan mal te tratan. Aunque, pensándolo bien, ¿de verdad te sirve de consuelo? Por lo menos, tsi te considerasen inferior, tu infierno estaría justificado y podrías librarte de él demostrando, conforme a los preceptos de la lógica, la excelencia de tu cerebro. Sin embargo, te consideran igual, incluso superior: así pues, tu tormento resulta aburrido, y eso significa que no existe el camino para salir de él.

Existe uno, sí. Un único camino al que tienes pleno derecho, a no ser que hayas cometido la estupidez de convertirte al cristianismo: tienes derecho a suicidarte. En Japón, es sabido que el suicido constituye un acto de gran honor. Y no se te ocurra pensar que más allá es uno de esos alegres paraísos descritos por los simpáticos occidentales. Nada es tan estupendo en el otro lado.

Si te suicidas, tu reputación será deslumbrante y se convertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás un lugar de honor en el panteón familiar: ésa constituye la mayor esperanza que puede albergar un ser humano.

También puedes no suicidarte, es cierto. Pero, entonces, tarde o temprano, no lo resistirás y cometerás cualquier deshonor: tendrás un amante, o te harás bulímica, o te volverás perezosa, vete tú a saber. 

Hemos observado que los humanos en general y las mujeres en particular tienen dificultades para vivir durante mucho tiempo sin cometer alguno de esos pecados relacionados con los placeres carnales. 

En realidad, más vale evitar el placer porque hace sudar. Y no existe nada más vergonzoso que el sudor. Si comes a grandes bocados tu tazón de pasta hirviendo, si te entregas al frenesí del sexo, si pasas el invierno dormitando junto a la estufa, sudarás. Y ya nadie podrá dudar de tu vulgaridad.

Entre el suicidio o la transpiración, no lo dudes. Derramar tu sangre es tan admirable como innombrable resulta derramar tu sudor. Si te das muerte, no sudarás nunca más y tu angustia habrá terminado para siempre.

.-¿Se puede saber qué está haciendo?-me preguntó con una voz amarga. 

-Sueño. ¿Nunca lo hace? 

-Nunca.

Toda existencia conoce su día de traumatismo primario, que divide esta vida en un antes y un después y cuyo recuerdo, incluso furtivo, basta para paralizarte de un terror irracional, animal e incurable.

Los servicios de señoras de la empresa eran un lugar maravilloso, ya que estaban iluminados por un ventanal.

Este último había adquirido una tremenda importancia en mi universo: me pasaba horas enteras de pie, con la frente pegada contra el cristal, jugando a lanzarme al vacío. Veía mi cuerpo caer, me impregnaba de aquella caída hasta sentir vértigo. Ésta es la razón por la que afirmo que nunca, ni un solo segundo, me aburrí estando en mi puesto.

La ventana era la frontera entre la terrible luz y la admirable oscuridad, entre los retretes y el infinito, entre lo higénico y lo imposible de lavar, entre la cadena del wáter y el cielo. Mientras existieran ventanas, el más débil de los humanos tendría su parte de libertad. Por última vez, me lancé al vacío. Miraba cómo mi cuerpo caía. 

Fuente: Daniel Miralles




Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 9 de julio de 1966) es una escritora belga en lengua francesa. Debido a la profesión de su padre, diplomático de Bélgica, vivió, además de en Japón, en China, los Estados Unidos, Laos, Birmania y Bangladés. Habla japonés y trabajó como intérprete en Tokio. Desde 1992, ha publicado una novela cada año. Amélie ha vivido en muchos sitios, encuentra el horror de la guerra y la pobreza, se refugia en el mundo dorado de la infancia, junto a su hermana mayor, de la que permanece muy próxima. A los diecisiete años descubre Europa y más precisamente Bruselas, ciudad en la que se siente extraña y extranjera. Estudia filología románica en la Universidad Libre de Bruselas, pero su apellido evoca en Bélgica a una familia de la alta burguesía católica y a un bisabuelo de extrema derecha, lo que no favorece su integración en una universidad de tendencias liberal-socialistas (sobre ello escribió una novela semi-biográfica, Antichrista). Una vez licenciada, regresa a Tokio y entra a trabajar en una gran empresa japonesa. Posteriormente relató esta experiencia penosa en su novela Estupor y temblores (Stupeur et tremblements), Gran Premio de Novela de la Academia Francesa en 1999, y fue llevada al cine por Alain Corneau en 2003.


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