En este relato, nos adentramos en la vida de una joven cuya existencia se ve trastornada por un suceso misterioso y traumático. A través de sus sentidos, experimentamos la confusión y angustia mientras intenta comprender lo que le ha sucedido. A medida que se desplaza por diferentes escenarios, desde la selva hasta el mar y la ciudad, la protagonista lucha por sobrevivir y buscar respuestas.
«¡Ay, virgencita!» es un relato que nos sumerge en un viaje emocional lleno de sorpresas y revelaciones, donde la esperanza y el deseo de encontrar la libertad y la felicidad se entrelazan con el reto que supone enfrentar las cruentas repercusiones de la mente.
¡Ay, virgencita!
¿Dónde estoy?, ¿por qué lo veo todo negro? No puedo abrir la boca, ni los ojos, menos que menos siento las piernas o mis brazos. En estos momentos lo único que me funciona es el oído, el olfato y el tacto, parezco una ciego muda al mismo tiempo, no hay peor manera de saber lo que padece un discapacitado. Todo indica que mis ojos y mi boca están cocidos y para rematar un pequeño hilo de sangre cae por mi cachete. Me duele la cabeza y me arden las heridas, ¿quién fue?, ¿qué pasó?. Ahora eso es lo que menos importa, debo ver la manera de salir de este problemón y luego le meteré un piñazo al cabrón que me hizo esto. Respiro, no hay nada a mí alrededor, como si un agujero negro me hubiera jalado hacia lo más profundo de sus entrañas.
Primer escenario
Oigo el siseo de una serpiente, el rugido de un león y a lo lejos las réplicas de un mono, no se mucho de animales, las clases de biología no son mi fuerte y el profesor es un reverendo pesao, pero espero, por la Caridad del Cobre, que no sea un gorila. ¿Qué es peor, morir envenenada, aplastada o comida y digerida por un gato?, ninguna me cuadra, aunque a fin de cuentas el ganador será el primero que llegue a su presa.
Una brisa, como esas que a veces llegan sentada en el patio de mi casa, me refresca la mollera; ¡no!, si mi pelo es largo, ni Rapunzel me hace nada (como dice mamá).
¿Dónde está?, ¿por qué lo cortaron? y más importante aún, ¿quién lo hizo?. Ahora entiendo a la profe de Español cuando nadie le responde en las clases, esto es frustrante. Quisiera llorar, pero me voy a lastimar las costuras, ojalá papá estuviera aquí para pedirle ayuda.
Segundo escenario
¿Y ahora qué?, el oleaje del mar me sorprende, luego de unos minutos que parecieron días. En medio del océano no hay otra opción que ahogarme o peor aún... no quiero ni pensarlo. El sol me da en la cara y cierro más los párpados. De pronto, golpean mi oreja derecha, por Dios, lo que temía, un tiburón. ¡Ay, virgen santísima!.
Tercer escenario
—¡Ah!— el grito de una mujer, el ruido de motores y pasos en la acera. Estoy en la ciudad, ojalá alguien se apiade de mí, ¡gracias virgencita, gracias, si salgo de esta te juro que te cortaré tres girasoles y los llevaré a un río para encomendártelos!. Después de un rato siguen los sonidos y ni una palabra. Me vuelve a doler la cabeza y una pequeña lágrima se escapa.
Cuarto escenario
Una sierra resuena en mi oído, con un leve susurro —Fabio.
¡Qué!, no, no, no….
Claro, no pudo haber sido otro que él, no hay otra persona con suficientes motivos para hacerme algo como esto. En la escuela, la heladería, con mis amigos, en el portal de mi casa, hasta en el teléfono cuando me llama y escribe insistentemente. En todas partes lo encuentro y siempre con lo mismo.
—¿Qué te cuesta?.
—Buenas son las ganas que tengo de sacarte.
—No, no, no y no, no quiero salir contigo, no quiero estar contigo. Qué parte todavía no entiende, no me gusta, ni antes, ni ahora, ni nunca, de qué manera voy a decírselo. Es increíble lo que hacen por un poco de atención.
Dicen que cuando estás cerca de la muerte la vida te pasa frente a los ojos como una película, el primer recuerdo que me viene a la mente es una discusión con mis padres antes de ir al pre, quizás debí disculparme con ellos o aunque sea llamarlos y preguntarles por su día. Mi mejor amiga, con ella si la cagué, desde el Cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí, su novio le pegó unos tarros que se enteró toda la escuela y si le hubiera avisado con tiempo, tal vez fuera distinto. Mis abuelos, hace tiempo que no los visito, siempre trato de buscar un hueco, pero se me olvida o lo dejo para otro día, ahora mismo quisiera un pedacito del flan de mi abue.
—Es para endulzarte la vida mi niña.
Tantas cosas y tan poco tiempo. En este minuto el lugar donde vivo no me parece tan malo, extrañaría sus calles rotas. Extrañaría el griterío matutino, con los últimos chismes, de una casa a la otra. Extrañaría al vendedor de las galletas saladas con sabor a mantequilla y su voz grabada, tan alto que molesta la tranquilidad del barrio, pero más aún extrañaría ir con mis panas a la heladería de la esquina.
Un apretón me saca de mis pensamientos y de la nada, sin previo aviso, abro los ojos llenos de lágrimas y la nariz con mocos. La profe se preocupa, algunos compañeros se ríen y la de al lado quiere acompañarme al baño. Del nerviosismo salgo del aula y me voy corriendo a mi casa, cierro la puerta del cuarto y lloro. Más tarde mis padres entran, fatigados, me abrazan e intento decirles que les amo y me perdonen por mis contestas. Paso un rato por casa de mis abuelos y devoro un buen trozo de pudín.
—No sé por qué, pero pensé que vendrías.
Mi abuela siempre con sus presentimientos. En casa de mi amiga nos reconciliamos y fuimos a tomar helado. Hablamos y la puerta de la entrada se abre, casi por instinto veo quién entra, tan calmado, Fabio. Los pelos se me erizan y mi corazón retumba igual que una locomotora, me mira, pide un barquillo, me observa de reojo, coge su pedido y se va sin voltear atrás.
—¡Hey!— chasquea los dedos —¿a dónde te fuiste?.
—¡Qué!.
—Te estoy hablando hace rato y no me haces caso, estás de madre.
Melissa Barrios Lorenzo, utiliza el seudónimo de Luna del Castillo. Reside en La Habana, Cuba. Cursa el último año de Ciencias de la Información, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Habana (UH). Ha participado en concursos de literatura, principalmente en la categoría de cuento, relato y microrrelatos, tanto a nivel nacional como a nivel internacional.
Photo by Cassidy Dickens on Unsplash (public domain).
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