'No es culpa de nadie', cuento de Víctor M. Campos

Es cierto que aprendí cosas inapropiadas para mi edad y que esas cosas, con el paso del tiempo, distorsionaron la lectura de las otras cosas. No es culpa de nadie. Quien debió enseñarme las otras cosas, me enseñó éstas: puso en mis manos un saber que me distrajo de esos saberes comunes y corrientes que imagino que son los saberes de un niño normal. 
Fui un niño que pasaba buena parte del día alerta a cosas que para la mayoría de los niños ni siquiera existían. Ciertos adultos fueron los que me pasaron aquel saber inapropiado. Yo era un niño normal tanto como puede serlo un niño que pasa la noche en vela, esperando. Aunque esto no significa que yo no haya tenido infancia. La tuve. 
Y mi hermana también. 
Además, teníamos ese tambo de doscientos litros que acostábamos en el suelo para montarnos en él. Era nuestro camión. Y mi hermana lo conducía. Y yo iba detrás, agarrado a ella, enseñándole lo que yo aprendía con ciertos adultos. Nadie sabía o si sabían, sólo a muy pocos les importaba. Si acaso al vecino que luego descubrí que nos miraba, medio escondido, desde la azotea de al lado.
También jugué futbol en la calle. Y con superhéroes de plástico. Especialmente con superhéroes. Me gustaba ese mundo de pequeños seres sin voluntad a los que puedes hacer a tu antojo: igual que a los niños. Mis superhéroes en vez de ir a salvar el mundo se montaban en un camión y pasaban toda la tarde acariciándose unos a otros hasta que la abuela echaba un grito a la hora de la comida. 
No es culpa de nadie. 
Hablé con más gente. Me salía a la calle y hablaba con quien estuviera dispuesto a escuchar. Les hablaba del camión. Y eran ciertos adultos los que más se interesaban en mi plática y luego hasta me ofrecían algún regalo para que les diera detalles; para que les enseñara cómo jugar aquel juego. 
Una vez se me acercó el vecino y me invitó a jugar a su casa. Así nos hicimos amigos y a la larga aprendí otras maneras de jugar. Tuve la infancia que tuve. Aprendí de los que aprendí y seguro que a su vez ellos aprendieron de otros y así, porque lo que uno aprende no se enseña solo. 
Tuve infancia, pero, luego, algo pasó. 
Me aburrí de los superhéroes y del camión. Ya no me gustaban y, además, ya conocía maneras diferentes de jugar. Se lo conté a mi hermana y ella me dijo algo que yo no sabía: cuando me salía a jugar futbol también jugaban con ella y le enseñaban otras cosas. 
Fue el final de una etapa y el principio de otra. 
A los pocos días regresó de la primaria con sangre entre las piernas y me explicaron que no pasaba nada; que todo era normal. Nos cambiamos de casa a otra con recámaras separadas. Después ya no volvimos a jugar. 
Insisto: no es culpa de nadie.








Víctor M. Campos es licenciado en Docencia del Arte y tiene un pie en la maestría en Intervención social, Cultura y Sociedad por la UPO. Es cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro, con los títulos La Diablera y otros cuentos (2005), Los Cuentos del Arcángel (2006); además por algunas revistas electrónicas. Desde 2009 imparte talleres de escritura en el Museo de la Ciudad y, actualmente, es parte del Colectivo Punto Ciego que desarrolla proyectos de investigación a propósito de la discapacidad, la educación y el arte.





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