Las cosas cotidianas tienen magia. Están ahí, a punto de sucederse y estallar. Ese día tocaba limpiar la casa y salir en auto a la ciudad. Con mi mujer siempre buscábamos el tacho de basura más cercano. Por lo general, eran de todo menos cercanos.
- ¡Gordi subí y poné en marcha el auto! - decía Cecilia con su entusiasmo tan de ella.
Salíamos a duras penas. El espacio de entrada era minúsculo y siempre sobresalía un costado del auto, luego se estrolaba brusco contra el suelo haciendo ruido.
En esa época paseábamos mucho por la ciudad. La “basura” era una regia excusa. Íbamos por los mejores barrios, disfrutábamos el hecho de tener el clásico horizonte de un centímetro tan cerca. Podíamos admirar ese horario en que las ciudades no despiertan, luces a medio prendidas del día anterior, el motor rugiendo entre cuadras y veredas desiertas. La temperatura en invierno requiere llevar algo más de ropa encima. La calefacción del auto siempre al palo. ¡El encanto de los pueblos andinos!
El único basurero que teníamos a mano era el del basurero municipal. Los demás siempre estaban repletos y asquerosos. Daba cosa hasta verlos de lejos. Teníamos que ir a la verdulería de “Don Pocho”, comprar frutillas y berries de estación. La carnicería era paso obligado. Nada trascendente se cocina si no fuiste antes a la carnicería. Lo mejor siempre quedaba para después.
Era un lindo pueblo, la vida por acá es tranquila (a veces demasiado). El frío curte pero no mata, dicen. Seguimos tramo. Es raro como se ve el auto y el paisaje en movimiento. El perfecto ocurrir y transcurrir de las cosas. Lugares que aparecen, siguen su marcha, se van y otros vienen. Empieza a pesar muy fuerte la rutina de vivir... bueno, de sobrevivir.
-¡Llegamos gordito elegí una y dale con todo! - me susurraba Cecilia con su mirada grande y sus ojitos azules muy brillantes.
- ¡Siento la adrenalina! ¡Ahhhh!
- Pedí un deseo antes - me dice.
Extiendo, presiono, pienso un minuto y luego lo concreto. Dicen ahora que los pensamientos crean la realidad. Hoy es el código Da Vinci, antes era Buda. Ahora, soy yo, en este pueblo del sur argentino, en ese hastío helado de invierno. Cierro los ojos, materializo y bum... arrojo la primera botella vacía de vino del domingo pasado. Ese domingo tan especial porque vino a verme mi hermano que vive en CABA después de tres largos años y una pandemia.
La botella se estrella con furia entre la pared de una vieja construcción. Una vieja planta recicladora de papel. Saltan los vidrios y el culo de la botella cae sentado.
-¡Bien gordito se va hacer realidad tu deseo! - dice con una felicidad inocente.
Sonrío. Ella me sonríe. Afuera empezó la fresca. Se te congela el alma. Mi aliento se vuelve humo. Nos miramos un minuto. Subimos al auto. No digo nada. Ella tampoco. Arranca y seguimos andando mientras la carretera desaparece, la planta recicladora se aleja y nosotros también.
Rodrigo Miguel Quintero
Traductor, profesor de inglés, poeta y narrador. Vive en Patagonia argentina. Finalista de “Mundo literario 2004”, disertante en “II encuentro de poetas latinoamericanos”, 1° premio municipal por “La máquina de sueños” (novela), premio Honorable Consejo Deliberante (poesía) y mención honorífica del Centro Gallego (guión), finalista del concurso cuento breve "Las sombras del amor y la muerte 2021" otorgado por el Centro Hispanoamericano de Fomento de la Literatura, entre otros. Coordina y dirige talleres de lectura y escritura online. Seguí su podcast: “Un día en la farmacia” y su blog: https://relatosquevan.blogspot.com/
📖 Lee otro texto de Rodrigo Miguel Quintero (en Herederos del Kaos): Un día en la farmacia
Photo by Simon Hurry on unsplash.
No hay comentarios:
Publicar un comentario