En la mañana de un martes, bajo un cielo despejado, paseaba junto con Antonia por la plaza La Libertad de ciudad Amada. Frente al lugar, una enorme edificación con escaleras empinadas y esculturas grecorromanas mostraba el Palacio Nacional de la Justicia.
En la entrada del edificio un tipo sujetaba una pancarta que decía: JUZGUEN A BARRABÁS. Detrás del hombre, varias personas coreaban lo que estaba escrito en el cartel. La inscripción, me hizo recordar lo que había escuchado en la televisión antes de salir de casa. En el noticiero del Canal 13, un periodista con pelo engominado y de ojos saltones, anunciaba que un exmilitar llamado Barrabás, iba a juicio por presuntos delitos de tráfico de rocas lunares traídas por unos astronautas. El reportero informó ante la audiencia, que el caso ya estaba en todos los periódicos tanto nacionales como internacionales. Entonces con una voz pausada, giró un poco la cabeza, fijó sus ojos hacia una Netbook y leyó:
«Cierto sujeto de nombre Barrabás, entregó grandes cantidades de oro y tesoros de antiguas civilizaciones terrestres a empresarios, políticos y militares que estaban orquestando un plan maligno. Las investigaciones han señalado que el individuo había preparado una dosis que sería inyectada en los cerebros humanos para dominarlos. El Cuerpo de Operaciones Criminalísticas tras allanar el domicilio del sujeto, incautó armas súper desarrolladas, un cráneo desecado, un cerebro guardado en un cofre de cristal y una roca interplanetaria».
Después que Antonia y yo, vimos aquellas personas que protestaban, le dije que fuéramos a tomar un café en un bar cercano. Antes de llegar, me detuve frente a un puesto de revistas y periódicos, solicité el Diario Verdad, frente a mis ojos se extendió la primera plana, donde leí:
«La Policía Nacional decomisó un pergamino que tenía escritas unas letras extrañas».
Antonia miró el titular, busqué la página número siete donde se encontraba la crónica. Allí se explicaba que se había decomisado en la casa de Barrabás, un pergamino extraño donde estaba plasmadas unas letras que daba la impresión de ser de un idioma antiguo. La nota decía que el Cuerpo de Seguridad decidió entregar el documento a fuentes especializadas para su investigación. El pergamino pasó en manos de eruditos en estudios antiguos, quienes realizaron la traducción del manuscrito, revelando que la palabra decía: ANAKETA.
Sujeté el periódico debajo del brazo derecho, y caminé con mi esposa hacía el bar, tomamos un café y salimos. Tomé de la mano a mi mujer y nos acercamos a la entrada del edificio. Un grupo de gente intentaba pasar al recinto, pero los guardias que lo custodiaban, trataban de detenerlos. A pesar de sus esfuerzos, no pudieron con la gente, así que ingresaron con violencia. Aprovechando la situación, invité a Antonia a que entráramos para ver el juicio, pero me contestó que prefería quedarse afuera porque se sentía aturdida. Entonces subí las escalinatas y entré.
Dentro del lugar, encontré un largo pasillo. Caminé rápido hasta toparme con una escalera en forma de caracol. A un lado había una puerta de madera que tenía una placa de bronce donde se leía: DOCTOR ROBERT MILLER.
El nombre era de un prestigioso detective que investigaba casos de sueños, viajes y alucinaciones. Mientras miraba atento la inscripción, escuché detrás de mí, el sonido de los tacones de los zapatos de una mujer, volteé de manera sigilosa. Era una dama de más o menos un metro setenta, delgada, piel blanca y de pelo negro largo, vestía un traje rojo bien ajustado al cuerpo.
Se paró frente a mí y me escrutó. Observó la placa, abrió la puerta dándome la espalda, donde le aprecié un dibujo en el cuello. Era el tatuaje de una rosa sujetada a una espada. La dama sintió que la miraba, entonces cerró la puerta de forma brusca frente a mi cara. Después del incidente, miré hacia las escaleras y decidí bajar. Llegué a un amplio salón donde escuché la algarabía de una agitada muchedumbre, para mi sorpresa era la misma gente que estaban frente al palacio. En el lugar había un estrado donde se encontraban jueces, magistrados, policías y funcionarios militares. Algunas personas que estaban allí, tenían los rostros eufóricos, otros desorientados y desorbitados, pero también había expresiones serenas y atentas.
En ese momento entraron diez jóvenes que no pasaban de los veinte años de edad. Todos eran de la misma altura, del mismo color de piel, llevaban lentes oscuros, vestían trajes azules con camisas blancas y corbatas grises. Luego se esparcieron entre la multitud. Uno de ellos, se aproximó hasta la puerta de la salida de emergencia donde se encontraba un guardia de seguridad. Observé que el sujeto le dio una palmada en la espalda al oficial y le colocó un objeto cilíndrico dentro del bolsillo de la chaqueta, en ese instante el uniformado lo miró extrañado. Rápidamente los extraños hombres se reunieron, formaron una fila y salieron del sitio.
Cuando se fueron abrigué un escalofrió por mi cuerpo, incluso intuí que algo iba a pasar. Subí de inmediato las escaleras, miré hacía la puerta que tenía la placa, leí de nuevo la inscripción y corrí por el pasillo hasta la salida del palacio. De inmediato sonó un espantoso ruido, volteé. Desde el techo del edificio salió un espeso humo. Me preocupé por Antonia, miré por todos lados buscándola, de pronto escuché su voz:
—Aquí estoy.
—Estalló una bomba y he visto quienes fueron —le comenté algo asustado.
—¿Una bomba?
—Sí, una bomba y fueron unos terroristas.
En ese instante, pasó a nuestro lado un muchacho con la misma vestimenta de los sospechosos. Nos observó con una mirada seria y se perdió entre la gente que corría espantada por la explosión, miré a Antonia por un instante y la tomé de las manos. La llevé hacia el palacio, subimos rápidamente las escaleras y entramos. En el lugar había vidrios rotos esparcidos por el suelo, caminamos con cuidado hasta la puerta que estaba al final del pasillo. Tocamos con fuerza, y tras unos segundos de espera se abrió.
—Soy la asistente del doctor, pasen —respondió de manera seca la dama del vestido rojo.
Dentro de la habitación estaba un hombre alto de pelo canoso, que miraba por la ventana. Sintió nuestra presencia y volteó.
—¿Es usted el doctor Robert Miller? —pregunté.
—Sí.
—Quiero comentarle sobre quiénes colocaron la bomba.
—Sé quiénes fueron.
El académico tocó una pared del cuarto, sonó una breve melodía, luego mostró un cuarto oculto. En el lugar había una amplia biblioteca, un escritorio lleno de papeles, algunos libros y un globo terráqueo. El erudito, colocó su mano sobre el mapamundi, lo giró por unos segundos y de manera súbita lo paró, y señalando un sitio de la tierra dijo:
—Estamos ante una hecatombe mundial.
Moisés Cárdenas, nació en San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela, el 27 de julio de 1981. Poeta, escritor, profesor y licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura. Egresado de la ULA-Táchira. Ha publicado en antologías de Venezuela, Argentina, España, Italia y Estados Unidos. Entre sus obras:
Poemario En el jardín de tu cuerpo, Venezuela, 2021. Novela de género testimonial, Los ojos de un exilio, Editorial Avant, Barcelona, España, 2020. Publicación digital, Obra poética y narrativa, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, volumen 208, BAT. San Cristóbal, Venezuela, 2018. Poemario infantil Mis primeros poemas, Ediciones Ecoval, Córdoba, Argentina, 2015. Poemario Poemas a la Intemperie. Editorial Symbólicus, Córdoba, Argentina, 2013. Poemario Duerme Sulam, Venezuela, 2007. Poemario El silencio en su propio olvido, Caracas, Venezuela, 2008.
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