'Cicuta', relato de Varlam Shalámov

ASÍ lo acordaron: si los mandaban a un campo numerado, al campo especial Berlag, los tres se suicidarían; ellos a ese mundo numerado no irían.El típico error del presidiario. Cada preso se rige en el campo por el día vivido y cree que en alguna parte fuera de su mundo hay lugares peores que aquel en el que ha pasado la noche. Y es cierto. Esos lugares existen, y el peligro de que lo trasladen allí siempre pende sobre la cabeza del preso, ningún presidiario aspira a ir a otra parte.

Ni siquiera los vientos de la primavera traen consigo deseos de cambio. Cambiar es siempre peligroso. Es una de las lecciones importantes que el hombre aprende en el campo. Quien cree en los cambios no ha estado nunca en un campo. El presidiario es contrario a todo cambio. Por mal que estemos aquí, allá, pasada aquella esquina, aún puede ser peor. Por eso, llegada la hora decisiva, uno decide morir. El pintor modernista Anti, estonio, admirador de Churlenis, hablaba en estonio y en ruso. El médico sin diploma Draudvilas, lituano, estudiante de quinto curso, enamorado de Mickiewicz, hablaba en lituano y en ruso. El estudiante de segundo curso de medicina Garléis hablaba en letón y en ruso. Los tres bálticos habían acordado suicidarse en ruso.Anti, estonio, era el cerebro y la voluntad de esta hecatombe báltica. Pero ¿cómo?¿Hacían falta cartas? ¿Testamentos? No. Anti era contrario a las cartas, y Garléis también. Draudvilas no estaba de acuerdo, pero los amigos lo convencieron de que si el intento fracasaba las cartas serían una prueba acusatoria, una complicación que los obligaría a dar explicaciones en el interrogatorio. Decidieron no dejar carta alguna.Los tres habían caído hacía tiempo en aquellas listas y los tres lo sabían: les esperaba un campo especial. Los tres decidieron no tentar más a su suerte. A Draudvilas, como médico, el campo no le suponía una amenaza. Pero el lituano recordó cuánto le había costado conseguir aquel trabajo de médico en un campo ordinario. Tendría que producirse un milagro. Lo mismo pensaba Garléis, y el pintor Anti comprendía que su arte era peor que el de un actor o un cantante, y que lo más probable es que no hiciera falta alguna en el campo, como había sido el caso hasta entonces. La primera manera de suicidarse era arrojándose contra las balas de los guardias. Pero esto quería decir heridas y palizas. ¿A quién lo iban a matar a la primera? Los guardias del campo eran como los soldados del rey Jorge en la comedia de Bernard Shaw El discípulo del diablo, podían errar el tiro. Los guardias no inspiraban confianza, de modo que se abandonó esta idea.¿Ahogarse en el río? El Kolimá estaba allí al lado, pero entonces era invierno, ¿dónde encontrar un agujero para introducir el cuerpo? El hielo, de un espesor de tres metros, congela los hoyos abiertos ante tus propios ojos casi al instante. Encontrar una cuerda era fácil. El sistema era seguro. Pero ¿dónde puede colgarse el suicida, en el trabajo, en el barracón? Ese lugar no existe. Te salvarán y te avergonzarán para siempre.¿Pegarse un tiro? El preso no tiene armas. Atacar a un guardia es peor que huir de ellos, sería un tormento y no llevaría a la muerte.Cortarse las venas, como Petronio, es del todo imposible. Se necesita agua caliente, un baño, porque en caso contrario te convertirás en un inválido con el brazo encogido, en un inválido si confías en la naturaleza, en tu propio cuerpo.Solo quedaba el veneno, una taza de cicuta; este era el método más seguro.Pero ¿qué haría las veces de cicuta? Porque el cianuro no hay modo de conseguirlo. Sin embargo, el hospital, la farmacia, es un almacén de venenos. El veneno persigue a la enfermedad eliminando lo enfermo y abriéndole el camino a la vida.No, solo el envenenamiento. Solo una taza de cicuta, la copa mortífera de Sócrates.Encontraron la cicuta, y Draudvilas y Garléis dijeron responder de su seguro efecto.Era fenol, una solución de ácido fénico. Un poderosísimo antiséptico del que siempre se guardaba una reserva permanente en la mesilla de la sección quirúrgica donde trabajaban Draudvilas y Garléis.Draudvilas le enseñó esa mágica botella a Anti, el estonio.—Es como coñac —dijo Anti.—Se parece.—Le pondré una etiqueta: Tres estrellas. El campo especial recoge a sus víctimas una vez cada trimestre. Simplemente se organizan redadas, pues incluso en una institución como el hospital central hay lugares donde uno puede «esfumarse» y esperar a que pase la tormenta. Pero si no eres capaz de esfumarte, has de vestirte, recoger tus cosas, pagar tus deudas, sentarte en el banco y esperar pacientemente a que se derrumbe el techo sobre la cabeza de los que vienen a buscarte o, en otra variante, sobre la tuya. Debes esperar pacientemente que el jefe del hospital te deje en tu puesto: a ver si consigue arrancarle al comprador una mercancía necesaria para él y que, en cambio, al comprador le resulta indiferente.Llega esa hora o ese día, y queda claro que no hay nadie que te pueda salvar o proteger y que sigues en las listas para la «etapa».Y entonces llega el momento de la cicuta.Anti tomó la botella de las manos de Draudvilas y le pegó la etiqueta del coñac, dado que Anti debía ser un pintor realista y ocultar en el fondo de su alma sus gustos modernistas. La postrera obra del seguidor de Churlenis fue la etiqueta del coñac Tres estrellas, una imagen puramente realista. De este modo Anti cedió en el último momento ante el realismo. El realismo resultó ser en esas circunstancias el más apropiado.—¿Por qué tres estrellas?—Las tres estrellas somos nosotros tres; es una alegoría, un símbolo.—¿Y cómo es que has representado esa alegoría de manera tan naturalista? —bromeó Draudvilas.—Pues porque si entran y nos pescan, les diremos que tomamos coñac para celebrar nuestra partida, cada uno con su lata de conserva.—Sabia idea.Y, en efecto, entraron pero no los pescaron. Anti tuvo tiempo de esconder la botella en el armario del botiquín y la sacó en cuanto el vigilante salió del barracón.Anti vertió el fenol en las tazas.—Y bien, ¡a vuestra salud!Anti bebió, también lo hizo Draudvilas. Garléis, en cambio, dio un sorbo pero no se lo tragó, escupió el veneno y, arrastrándose por encima de los cuerpos de los caídos, alcanzó el grifo y se enjuagó la boca abrasada. Mientras Draudvilas y Anti se retorcían entre estertores, Garléis intentaba imaginar qué debería decir en el interrogatorio.Garléis se pasó dos meses en el hospital, hasta que se le curó la laringe abrasada. Al cabo de muchos años, Garléis me visitó de paso por Moscú. Me juró por lo más sagrado que aquel suicidio había sido un trágico malentendido, que el coñac Tres estrellas era auténtico, que Anti se confundió de botella y en vez del coñac sacó del armario del botiquín una botella parecida llena de fenol, de muerte.La instrucción de la causa duró mucho, pero Garléis no fue condenado, se le declaró inocente. La botella de coñac no apareció nunca, si es que había existido. El instructor no puso ninguna objeción a la versión de Garléis; ¿por qué romperse los cuernos para conseguir que confesara, que reconociera el delito y demás? Garléis le ofreció un desenlace lógico, razonable. Draudvilas y Anti, los organizadores de la hecatombe báltica, nunca se enteraron de si se habló mucho o poco de ellos. Y de ellos se habló mucho.Durante aquel tiempo, Garléis cambió de especialidad médica, la afinó. Se hizo protésico dental hasta dominar este rentable oficio.Garléis me visitó en busca de consejo legal. No le habían permitido empadronarse en Moscú. Solo podía residir en Riga, en la patria de su esposa. La mujer de Garléis, también médica, vivía en Moscú. Pero sucedió que, cuando Garléis escribió su solicitud de rehabilitación, pidió consejo a uno de sus amigos de Kolimá, a quien le había contado con todo detalle su causa de juventud en Letonia, relacionada con los scouts o algo parecido.—Le pedí consejo y le pregunté si debía explicarlo todo. Y mi mejor amigo me dijo: «Escribe toda la verdad. Todo tal como ocurrió.» Así lo hice, y no me rehabilitaron. Solo me permitieron residir en Riga. Cómo me engañó. Mi mejor amigo…—No le engañó, Garléis. Usted le pidió consejo sobre un asunto sobre el que no se puede aconsejar. Ante cualquier otra respuesta, ¿qué habría hecho usted? Su amigo podía pensar que era usted un espía, un soplón. Y si no lo era, ¿a qué arriesgarse? Recibió usted la única respuesta que se puede dar en estos casos. El secreto ajeno es más pesado de llevar que el propio. 1973.


Varlam Tíjonovich Shalámov (ruso: Варлам Тихонович ШаламовVólogda, 5 de junio / 18 de junio de 1907– Moscú, 17 de enero dde1982) fue un escritor, periodista y poeta ruso, superviviente del Gulag.


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