Allá en un lejano y triste pueblo, de nombre Santa Romelia del Pecado, que pertenece al municipio de San Torcuato del Sagrado Perdón, todo es como ausencia, como soledad, como vetusto, como añejo. No recuerdo con precisión en dónde queda enclavado semejante lugar, pero tengo una visión borrosa que está custodiado por cuatro cerros "desdentados". Pero en realidad no es tan interesante el lugar en sí, podría decirse que es otro más, de esos que se pueden encontrar
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Desde Argentina: «La historia se repite», un relato de Juan Luis Henares
A finales de la década del treinta del siglo pasado mi abuelo, sin un peso en el bolsillo, llegó en barco a la República Argentina, escapando de la violencia falangista tras la Guerra Civil Española. Su vida aquí no fue nada fácil, muy lejos de los seres queridos que quedaron en Catalunya; sin embargo gracias a la solidaridad de la gente que simpatizaba con la causa Republicana, y a los que también llegaron de España, pudo sobrevivir y formar una familia. A
Desde Montenegro: «El manuscrito del silencio», un poema de Svetlana Kalezic
Te perdono, Poema,que has sido siempre lo que eres,lo que no eres,que no sabes más de ti mismode la descendencia de tu sombra.Te perdono, Luz,erguida de cansancioes frío crecer en los senos de la gente.He reunido en mí tus males,con la existencia estoy vengándome de ti,soy un gesto pisado que se
Minicuento: «El funeral», de Slawomir Mrozek
Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.
Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.
—Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto el funeral y,
«La señal», un cuento de Inés Arredondo
El sol denso, inmóvil, imponía su presencia; la realidad estaba paralizada bajo su crueldad sin tregua. Flotaba el anuncio de una muerte suspensa, ardiente, sin podredumbre pero también sin ternura. Eran las tres de la tarde. Pedro, aplastado, casi vencido, caminaba bajo el sol. Las calles vacías perdían su sentido en el deslumbramiento. El calor, seco y terrible como un castigo sin verdugo, le cortaba la respiración. Pero no importaba: dentro de sí
Selección de Poesía: Denise Levertov, Miyó Vestrini, Martha Kornblith, Birgitta Trotzig
"La tercera dimensión", de Denise LevertovQuién me creería sidijiera: «Me tomaron yrajaron desdeel cuero cabelludo a la entrepierna, ytodavía estoy viva, ycamino agradada porel sol y todala generosidad del mundo». La honestidad
"La primera ciudad", un texto perteneciente al libro "Cómo estar solo", de Jonathan Franzen
Dos sucesos de este año me indujeron a preguntarme por qué las ciudades norteamericanas en general y Nueva York en particular se toman todavía la molestia de existir. El primero fue un vuelo de vuelta al este desde St. Louis. Ocupaba el asiento de al lado una mujer elegante y agradable de Springfield, Missouri, que llevaba a su hijo de once años a ver a parientes de Boston. El hijo ya se había anotado unos puntos conmigo al sacar de su mochila un libro, en
«Historia de todos los días», un poema de Sándor Csoóri
Levantarsey encender el fuego de la estufa,en el cerebro después del aspar del humo,en los ductos de los huesos fríos de insomnio,y buscar el camino a la mano,desde la mano al vaso de bebida,los remanentes de las cenizas de ayer en los vacíos de la cara,tal vez una tormenta de viento empujada por los pájaros
«Los pequeños mares», un relato de Claude Nogueras
La Propietaria del pequeño mar tiene mis ojos, quizás una copia más acertada de mi cabello, tal vez una silueta mejorada de mi cuerpo. A simple vista, solo nos diferencia la sonrisa. A su edad, mis dientes eran un poco más uniformes. La observo y me pregunto por qué al pequeño mar no lo sostienen mis manos. ¡Ah, sí! Porque ahora me atrae la extensión del océano y me exijo no conformarme con menos. Porque ahora pienso en la importancia de la inconformidad.
«Visiones», un relato del escritor madrileño José Luis Guerrero Carnicero
Carlos estaba pletórico, había encontrado un piso magnífico, amplio y céntrico y lo mejor era el precio del alquiler, increíblemente barato. Llamó a Berta para contárselo, pero no le cogió el teléfono, así que le puso un mensaje para que, por lo menos, supiese su nueva dirección, c/Andújar, 35 4-c
Ya lo vería al día siguiente y podrían hablar, tenía que acostarse porque le esperaba un buen madrugón al día siguiente y además estaba cansado.
Le despertaron unos ruidos en
«Fin del juego», un relato del escritor argentino Juan Luis Henares
Sigiloso llegó ante el Rey, pero al momento de pronunciar su discurso se sintió inhibido por su presencia. Su Majestad, con su larga capa blanca y su corona, se veía tan poderoso, tan arrogante, que tuvo temor de hablar en voz alta. Por lo tanto se acercó a otro súbdito de la corte y, casi susurrando, el Peón le dijo al oído:
—Señor Peón blanco, dígale a la Torre, que le comunique al Caballo, que le cuente al Alfil, que
«La pequeña ferretería», un relato de Homero Baeza Arroyo
Él, es un buen hombre con todas las personas, pero les tiene un especial cariño a los niños, tal vez sea por su edad o porque empieza a cerrar su círculo vital, regresando a su infancia. Les ofrece siempre, alguna golosina cuando lo visitan con sus padres.
También es muy creativo, hace con sus manos muchos y especiales inventos. Le gusta estar siempre ocupado, dice que para distraerse. Sus consejos y sus risas, siempre están a flor de labio. Tiene, y atiende solo, una
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