«Una casa para siempre», un texto de Enrique Vila Matas


De mi madre siempre supe poco. Alguien la mató en la casa de Barcelona, dos días después de que yo naciera.

El crimen fue todo un misterio que creí dar por resuelto el día en que cumplí veinte años, y mi padre, desde su lecho de muerte, reclamó mi presencia y me dijo que, por desconfianza a los adjetivos, estaba aproximándose al momento en que enmudecería radicalmente, pero que antes deseaba contarme algo que juzgaba importante que yo supiera.

'Paseo nocturno', relato de Rubem Fonseca


Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en su dormitorio practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín?, preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.

'La blusa turquesa', relato de Miguel Rodríguez Otero


Aquel día trajeron un armario a la habitación de mi abuela. Mi yaya había tenido otros armarios antes, pero según me contó de niño todos habían tenido un mal final por diversos motivos: carcoma, humedad excesiva e incluso un pequeño incendio. Mi madre y ella pasaron meses buscando en los almacenes de última moda, hasta que un día la abuela se plantó, dijo que prefería mirar a solas, y en un par de semanas encargó el que – decía – era ‘tan boniiito’. A decir verdad, era bonito; usado, pero bonito; con un espejo de luna que hacía aguas en cada ojo de la puerta y de color un poco verde por fuera, con este tono que suaviza los días de invierno. Total: vinieron unos señores, lo metieron en su cuarto y se fueron. 

«Catedral», un relato de Raymond Carver


Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren: tras cinco horas de viaje, mi mujer le recibiría en la estación. Ella no le había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó para él en Seattle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación.
Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuese ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van guiados por

'Antonio, El impares', relato de Miguel Rodríguez Otero


Antonio, el Impares, nació sin pedirlo con tres pies. No hay por qué alarmarse, no es monstruoso, a veces pasa. El médico que asistió en el parto les informó a sus padres mientras cortaban el cordón umbilical de que todo había ido bien, que felicidades y que en breve trasladarían a la mujer a planta y al poco les darían el alta. Todo normal. Nadie vio este miembro adicional en la sala de partos, ni lo habrían visto o sentido por más que hubieran palpado en caso de sospecha.

'La muerte empieza como un sueño, lleno de objetos y de la risa de mi hermana', poemas de Anne Sexton

'La muerte empieza como un sueño, lleno de objetos y de la risa de mi hermana', de Anne Sexton

Dijo el poeta al analista

Mi negocio son las palabras. Las palabras son como etiquetas,
o monedas, o mejor: como un enjambre de abejas.

Yo confieso que sólo me quiebra la fuente de las cosas;

como si las palabras se contaran como abejas muertas en el ático,

Poemas: «El que no entendió nunca» y «De lo que soy», de Raúl Gómez Jattin

Poemas: «El que no entendió nunca» y «De lo que soy», de Raúl Gómez Jattin

Fuiste un testigo indolente
Ni comprendiste
Ni a ayudaste a la víctima.

Fuiste un cómplice de la perfidia y la ignorancia
Tácitamente aceptaste
Que aquel hombre no valía la pena.

Cuando lo llevaban al matadero
Estabas cerca de él
Y sólo miradas de rencor le prodigaste.

Cuando te preguntaron
Si aquel amigo que aparecía en sus poemas eras tú
Lo negaste airado.

Hoy que vives entre cosas cotidianas,
¿Te olvidas de aquella época ilustre
Cuando a tus pies tuviste la poesía?

'La tienda de muñecos', relato de Julio Garmendia


No sé cuándo, dónde ni por quién fue escrito el relato titulado “La tienda de muñecos”. Tampoco sé si es simple fantasía o si será el relato de cosas y sucesos reales, como afirma el autor anónimo; pero, en suma, poco importa que sea incierta o verídica la pequeña historieta que se desarrolla en un tenducho. La

'Ravotril', relato de Alberto Fuguet

'Ravotril', relato de Alberto Fuguet

Un avión despega de madrugada, el primer vuelo del día desde El Tepual. Una mujer con una trenza se persigna. El chico mira por la ventanilla y ve el pasto húmedo por la lluvia de la noche, unos pantanos, un río, varios esteros, vacas, cerros, una bahía pequeña repleta de botes.

'El diario de Porfiria Bernal', de Silvina Ocampo

Silvina Ocampo

A Juli

Pocas personas creerán este relato. A veces habría que mentir para que la gente admitiera la verdad; esta triste reflexión la hacía en la infancia por razones fútiles, que ya he olvidado; ahora la hago por razones trascendentes. Las personas consideradas honestas, son muchas veces las insensibles, las que no se conmueven ante un destino complejo, o las que saben con sumo sacrificio o habilidad

Xu Lizhi: poesía de un trabajador de Foxconn (1990-2014)

Xu Lizhi: poesía de un trabajador de Foxconn (1990-2014)

"En mi lecho de muerte"

Quiero mirar otra vez al océano, contemplar la inmensidad de lágrimas de media vida
Quiero trepar otra montaña, intentar recuperar el alma que he perdido
Quiero tocar el cielo, sentir ese azul tan ligero
Pero no puedo hacer nada de eso, así que dejaré este mundo

Todos los que oyeron de mí
No deberían estar sorprendido de mi partida
Aún menos deberían suspirar o afligirse
Estaba bien cuando vine, y bien cuando me fui.

'Palabras para Julia', de José Agustín Goytisolo


Tú no puedes volver atrás 
porque la vida ya te empuja 
como un aullido interminable. 

Hija mía es mejor vivir 
con la alegría de los hombres 
que llorar ante el muro ciego. 

Te sentirás acorralada 
te sentirás perdida o sola 
tal vez querrás no haber nacido. 

Yo sé muy bien que te dirán 
que la vida no tiene objeto 
que es un asunto desgraciado. 

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