Dijo el poeta al analista
Mi negocio son las palabras. Las palabras son como etiquetas,
o monedas, o mejor: como un enjambre de abejas.
Yo confieso que sólo me quiebra la fuente de las cosas;
como si las palabras se contaran como abejas muertas en el ático,
desabrochadas de sus ojos amarillos y sus alas secas.
Debo siempre olvidar que la palabra de uno es capaz de escoger
a otra, y de otra forma, hasta que tengo
algo que pude haber dicho…
pero que no lo hice.
Su negocio es vigilar mis palabras. Pero no admito nada. Hago lo mejor que puedo, por ejemplo,
cuando puedo escribirle elogios a una máquina tragamonedas,
esa noche en Nevada: diciendo cómo la mágica bolsa acumulada
fue tocando tres campanadas sobre esa pantalla con suerte.
Pero si debiera decir que esto es algo que no es,
entonces me debilito, y recuerdo cómo mis manos se sintieron graciosas
y ridículas y llenas de todo
el crédulo dinero.
Le tengo miedo a las agujas.
Estoy cansada de las colchonetas y los tubos.
Estoy cansada de los rostros que no conozco
y ahora pienso que la muerte comienza.
La muerte empieza como un sueño,
lleno de objetos y de la risa de mi hermana.
Somos jóvenes y caminamos
durante todo el camino a Damariscotta.
manchaste tu cintura nueva.
durante todo el camino a Damariscotta.
¿Qué haces? ¡Déjame sola!
¿no ves que estoy soñando?
En un sueño nunca tienes ochenta años.
cada vez que le hablo a Dios
Sales con tus bla bla blas en bloque,
otra vez con el asunto de las cartas.
tú das un reporte contable.
me das las frases más graciosas.
¿por qué no te queda ningún hijo?
Ellos se aguantan sus reverencias.
Ellos se agachan con tu estilo.
Ellos se estrechan las manos –como-estás-tú
en esa misma forma inimitable.
Ellos se saltan la sopa con perejil
Ellos llevan a sus hijos en sus brazos
como tazas de chocolate caliente
con tu sonrisa, con tu hoyuelo, te imitábamos
te imitábamos a lo lejos…
la playa que te bañó de aceite,
el jardín hecho de narices,
la luna atada sobre el mar,
los grandes perros de sangre caliente…
la muñeca que me diste, Mary Gray,
cada vez que le hablo a Dios
bajo las nubes tan pequeñas como cachorros,
el fuego postrado en el sol,
platicarle mis fracasos y mis éxitos,
le pedí que me hiciera un juicio moral
flotan con el mismo vientre
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