Tres profecías, un texto perteneciente a "El libro rojo" de Carl Gustav Jung

Foto de Lisa Fotios: pexels (public domain).

Cosas maravillosas se acercaron. Clamé por mi alma y le pedí sumergirme en la corriente, cuyo lejano ruido yo había percibido. Esto sucedió el 22 de enero de 1914, como está anotado en mi Libro negro. Entonces se sumergió en lo oscuro veloz como una flecha y desde la profundidad exclamó: «¿Quieres aceptar lo que traigo?».
Yo: «Quiero aceptar lo que das. No me corresponde a mí el derecho a juzgar y rechazar».

Alma: «Entonces escucha: aquí abajo hay viejas armaduras, herramientas de nuestros padres roídas por la herrumbre, de ellas cuelgan mohosas correas de cuero, astas carcomidas, puntas de lanzas dobladas, flechas destrozadas, escudos podridos, cráneos, huesos de piernas de hombres y caballos, cañones viejos, catapultas, antorchas deshechas, arneses destruidos, puntas de lanzas y mazas de piedra, huesos afilados, dientes agudos diseñados para flechas; todo lo que han dejado en el campo las batallas de la antigüedad. ¿Quieres aceptar todo eso?».

Yo: «Lo acepto. Tú sabes más, alma mía».

Alma: «Encuentro piedras pintadas, huesos acuñados con signos mágicos, hechizos en trapos de cuero y planchas de plomo, bolsas sucias llenas de dientes, cabellos humanos y uñas, atavíos de maderas, bolas negras, pieles de animales en descomposición; toda superstición que ha tramado la antigüedad. ¿Quieres todo eso?».

Yo: «Acepto todo eso, ¿cómo he de rechazar algo mío?».

Alma: «Pero encuentro cosas aun peores: fratricidio, homicidio cobarde — tortura — sacrificio de niños — exterminio de pueblos enteros — incendio — traición — guerra — insurrección — ¿quieres también eso?».

Yo: «También eso, si tiene que ser. ¿Cómo puedo yo juzgar?».

Alma: «Encuentro epidemias — catástrofes naturales — barcos hundidos — ciudades destruidas — terribles animales salvajes — hambruna — falta de amor en los hombres — y miedo — montañas enteras de miedo».

Yo: «Ha de ser así porque tu lo das».

Alma: «Encuentro los tesoros de todas las culturas pasadas — hermosas imágenes de dioses — amplios templos — pinturas — rollos de papiros — hojas de pergamino con los caracteres de lenguas pretéritas — libros llenos de sabiduría desaparecida — cantos y canciones de viejos sacerdotes — las historias que han sido contadas a lo largo de miles de generaciones».

Yo: «Eso es un mundo — no soy capaz de abarcar esa extensión. ¿Cómo puedo aceptarlo?».

Alma: «Pero ¿tú quisiste aceptar todo? No conoces tus límites. ¿No puedes restringirte?».

Yo: «Debo restringirme. ¿Quién es capaz de abarcar alguna vez este reino?».

Alma: «Se modesto y construye tu jardín con sencillez».

Yo: «Quiero hacerlo. Veo que no vale la pena conquistar un pedazo más grande de la inconmensurabilidad, en lugar de uno más pequeño. Un jardín pequeño bien cuidado es mejor que uno grande y mal cuidado. En vista de la inconmensurabilidad ambos jardines son igual de pequeños, pero desigualmente cuidados».

Alma: «Toma una tijera y poda tus árboles».

2] De lo oscuro que fluye, lo cual el hijo de la tierra había traído, el alma me dio cosas viejas que insinúan lo futuro. Tres cosas me dio: el lamento de la guerra, la oscuridad de la magia y el regalo de la religión.

Si eres inteligente, entonces comprendes que estas tres cosas se corresponden. Estas tres significan el desencadenamiento del caos y de su fuerza, del mismo modo las tres son también la ligadura del caos. La guerra es evidente y todo hombre la ve. La magia es oscura y nadie la ve. La religión todavía no lo es pero llegará a ser evidente. ¿Pensaste que nos sobrevendrían los espantos de una atrocidad tal de la guerra? ¿Pensaste que habría magia? ¿Pensaste en una nueva religión? Pasé largas noches sentado, vi lo venidero y me estremecí. ¿Acaso me crees? Poco me preocupa. ¿Qué ha de creerse? ¿Qué ha de no creerse? Vi y me estremecí.

Pero mi espíritu no fue capaz de abarcar lo monstruoso, ni de concebir la extensión de lo venidero. La fuerza de mi anhelo se rindió y las manos que cosechan cayeron agotadas. Sentí la carga del monstruoso trabajo de los tiempos venideros. Vi dónde y cómo, pero ninguna palabra es capaz de concebirlo, ninguna voluntad puede dominado. No he podido hacer otra cosa, dejé que volviera a hundirse en la profundidad.

No puedo dártelo, sólo puedo hablar del camino de lo venidero. Poco bueno os llegará desde afuera. Lo que os sobreviene, yace en vosotros. Pero ¡qué yace ahí! Quiero apartar mis ojos, tapar mis oídos, negar todos mis sentidos, quiero ser uno más entre vosotros que no sabéis nada ni nunca visteis nada. Es demasiado y muy inesperado. Pero lo vi y mi memoria no me suelta.[231] 

Sin embargo, recorto mi anhelo que quiere estirarse hacia lo futuro y vuelvo a mi pequeño jardín que actualmente florece, y cuya extensión puedo medir. Ha de ser cuidado.

El futuro hay que dejarlo a lo futuro. Vuelvo a lo pequeño y real, pues ése es el gran camino, el camino de lo venidero. Vuelvo a mi simple realidad, a mi más pequeño ser innegable. Tomo un cuchillo y juzgo sobre todo eso que creció sin medida ni meta. En verdad, alrededor mío crecieron bosques, plan tas entrelazadas treparon en mí y estoy completamente cubierto de interminable lozanía. La profundidad es inagotable, ella da todo. Todo es tan bueno como nada. Retiene un poco y tienes algo. Conocer y saber tu ambición y tu codicia, reunir, [124/125/126] Imagen ⇒ fol. 125[232] ensamblar, abarcar, volver utilizable, influenciar, dominar, encasillar, dar significados e interpretaciones, todo eso es desmedido.

Es una locura como todo lo que sobrepasa sus límites. ¿Cómo puedes sostener lo que no eres? ¿Quieres, por cierto, forzar el todo que tú no eres bajo el yugo de tu miserable saber y conocimiento? Reflexiona; puedes conocerte y con eso sabes suficiente. Pero no puedes conocer al otro y todo lo otro. Guárdate de conocer más allá de ti, de lo contrario, asfixias con la arrogancia de tu saber la vida del otro, que se conoce a sí mismo. Un conocedor quiere conocerse a sí mismo. Ése es su límite.

Con doloroso tajo, corto lo que pretendí saber por encima de lo fuera-de mí. Me corto a mí mismo del artero lazo de las significaciones que le di a lo fuera-de mí. Y mi cuchillo corta aun más profundamente y me separa de las significaciones que me di a mí mismo. Corto más profundo hasta la médula, hasta que todo lo lleno de significado caiga de mí, hasta que yo sea nada más que aquello a lo que me podía parecer, hasta que sólo sepa que yo soy, sin saber lo que soy. Quiero ser pobre y simple, quiero estar desnudo ante lo inexorable. Quiero ser mi cuerpo y su indigencia. Quiero ser terrestre y vivir la ley de la tierra. Quiero ser mi animalidad y aceptar todos sus espantos y placeres.

Quiero atravesar el lamento y la bienaventuranza de quien estuvo con un pobre cuerpo desarmado sobre la asoladora tierra, solo, presa de su instinto y de los acechantes animales salvajes, de quien fue aterrorizado por fantasmas y soñó con dioses lejanos, de quien perteneció a lo cercano y para quien lo lejano fue hostil, de quien sacó fuego de las piedras, a quien los poderes irreconocibles le robaron los rebaños y destruyeron la semilla de su campo, de quien no supo ni reconoció, sino que vivió según lo próximo y a quien le tocó por la gracia lo más lejano.


Él era un niño y era inseguro, pero lleno de seguridad, débil pero en parte de una enorme fuerza inaudita. Cuando su Dios no lo ayudó, tomó otro. Y cuando tampoco éste lo ayudó, lo castigó. Y he aquí que los dioses ayudaron una vez más. Por eso yo arrojo lejos toda esa pesadez de significado, todo lo divino y diabólico con lo que el caos me recargó. En verdad, no depende de mí demostrar los dioses, los diablos y los monstruos caóticos, alimentarlos cuidadosamente, arrastrarlos conmigo cautelosamente, contarlos y nombrarlos, y protegerlos con la creencia contra incredulidades y dudas.

Un hombre libre sólo conoce dioses libres y diablos que persisten por sí mismos y que son efectivos por su propia fuerza. Si no son efectivos es cosa de ellos y puedo desprenderme de esa carga. Pero si son efectivos, no necesitan mi protección, ni mi cuidado, ni mi creencia. Por lo tanto, puedes esperar tranquilamente si ellos son efectivos. Mas, si son efectivos, entonces sé inteligente, pues el tigre es más fuerte que tú. Has de deponer todo de ti, de otro modo eres un esclavo, incluso aunque seas el esclavo de un Dios. La vida es libre y escoge su camino. Está suficientemente restringida; por eso, no acumules limitaciones. Así que corté todo lo que restringe. Aquí estaba yo y allá yacía el enigmático polimorfismo del mundo.

Y un horror me sobrecogió. ¿No soy yo lo estrechamente limitado? ¿No es el mundo allá lo ilimitado? Y mi debilidad se me hizo consciente. ¿Qué sería la pobreza, la desnudez, el no estar preparado, sin la consciencia de la debilidad y sin el terror de la impotencia? Me levanté y me aterroricé. Entonces mi alma me susurró:



Carl Gustav Jung fue un influyente psiquiatra y psicólogo suizo nacido el 26 de julio de 1875 y fallecido el 6 de junio de 1961. Es conocido por ser el fundador de la psicología analítica y desarrollar conceptos fundamentales como el inconsciente colectivo, los arquetipos y los tipos psicológicos. Jung también hizo importantes contribuciones al estudio de los sueños y la interpretación de los símbolos. Su trabajo influyó en la psicología, la psicoterapia y la comprensión de la psique humana, dejando un legado duradero en el campo de la psicología y la cultura contemporánea.


Tres profecías, texto perteneciente a "El libro rojo" de Carl Gustav Jung.

Foto de Lisa Fotios: pexels (public domain).


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