«Bestias tropicales tomando el sol», un cuento de Mario Flores perteneciente al libro «Necrópolis»


La primera de la izquierda es Alejandra Segundo, de diecisiete años. Alumna del colegio Santa Catalina de Bolonia de Tartagal. Embarazada de seis meses. Expulsada. El diario El Tribuno le dedica unas dos columnas diarias la primera semana de septiembre de 2005. A su derecha, en el medio de la foto, está Lucrecia Solís, también de diecisiete años. Su compañera de banco. Entre las dos sostienen una pancarta hecha con cartulina y fibras. En la imagen no se alcanza a leer la consigna. La tercera de la foto es Anahí Mancilla, periodista local. La foto fue tomada por un Motorola V3 Black. Fue el primer celular que tuve. El lugar es la intersección de las calles Güemes y 9 de julio, enfrente del colegio: los alumnos habían cortado la calle voluntariamente cuando se hizo pública la decisión de las monjas de echar del colegio a la alumna embarazada, para salvaguardar la buena imagen. Las primeras dos, Alejandra y Lucrecia, desaparecen en octubre del mismo año y no se vuelve a saber de ellas. Durante meses los postes de luz y paredes de Tartagal son empapelados con sus fotos. Sus respectivas familias desfilan en los canales de televisión y radios pidiendo información, compasión, justicia. La tercera, Anahí Mancilla, aparece muerta en la quebrada de Cuña Muerta en enero de 2006, el Día de Reyes. La encuentran con la palabra PUTA hecha con filo en la frente y el micrófono de trabajo insertado en la vagina. El diario El Tribuno no vuelve a publicar notas sobre el caso. Los alumnos que se habían manifestado reciben severas amonestaciones y sus padres les imploran renunciar al pedido de justicia: las cuotas aumentan y no pueden arriesgarse a perder el lugar. A mí me roban el Motorola V3 Black a la salida de un boliche, en el paseo público de Tartagal, en febrero de 2006. Allí se perdió la foto y todo registro de aquel primer germen de revolución.

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En las paredes del cementerio municipal se extienden los grafitis: MUERTE A LA YUTA, LOS BUSCA PESAN, LOS GUACHOS, V8 NO MURIÓ. Del otro lado los nichos atestados empiezan a mostrar signos de derrumbe. Los vecinos reclaman por el mal olor, el peligro de los adolescentes que se meten a robar las placas de bronce y el expendio de droga que funciona a pocos metros en una grutita de San La Muerte. La Chola, le dicen a la que vende. A veces intercambia papeles por cd’s o algún par de zapatillas: tiene un hijo de ocho años que vende garrapiñadas en la plaza y que sufre mucho unas viejas alpargatas. Cualquier ayuda sirve. Sabe que la gente le tiene miedo a los muertos, por eso vende ahí, donde nadie la molesta: los pibes del barrio 9 de Julio y Belgrano la conocen. En su hombro izquierdo tiene tatuada una libélula y en la nalga derecha la guadaña de San La Muerte. Es devota y tiene códigos: no saca su arma si no es estrictamente necesario. Marquitos me la presenta un domingo. Es el año 2006, Argentina acaba de quedar eliminada del mundial. Ella me saluda con un beso ruidoso y me pone la mano en la entrepierna. Lindo tu amigo, le dice a Marquitos. Saca dos bolsas y arma líneas en un plato sucio de vidrio que tiene a mano. Lo apoya en la cerámica de la grutita y me dice que dale, que está todo bien. Me agacho para aspirar y cuando levanto un poco la mirada, me encuentro con esos huecos negros en el cráneo cubierto por una túnica negra, alumbrado por cuatro o cinco velitas rojas a la mitad. Esto es lo mejor de Tartagal, dice La Chola. Esto es lo mejor.

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Dos perros se batallan una deliciosa bolsa de basura en medio de la madrugada. El barrio 365 está oscuro: con una gomera rompen las luces de sodio y se forman pequeñas e intermitentes zonas de oscuridad en cada cuadra. La semana anterior cuatro viviendas fueron desvalijadas durante la noche. Las familias disfrutaban tomando cerveza y sacándose fotos con los gorros de las comparsas en el Corso Color 2011. Los perros, como alarmas tracción a sangre, ladraron cuanto pudieron hasta recibir un solo puñal en el cogote. Se llevaron plasmas, equipos de audio, computadoras, cubertería. Pero lo peor fueron los destrozos: ropa interior femenina desperdigada por doquier, muebles incendiados, vidrios rotos, y una imagen de la Virgen de la
Peña bañada en semen y orina. Carnaval siniestro, titularon en el noticiero local al episodio. Ahora nadie sale de casa, instalaron alambres con púas en las rejas y hay quienes contrataron servicios de seguridad privada. Los patrulleros, cuando alcanzan a ver a algún sospechoso corriendo, no lo persiguen si se va para el lado de la comunidad de los tobas. Es una zona vedada, saben que ahí es la batalla o la muerte. Es territorio de Zé Pequenho. Nadie quiere hacerse el héroe. Es mejor dejar que la gente y sus respectivos villanos se aniquilen entre sí.

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Bajo de un Flechabús en la terminal de Tartagal un martes de enero a las tres de la tarde. La temperatura es de 42 grados. Débora me espera ahí, con una sonrisa cansada y vaporosa. Parece un espejismo. El chico que baja mi valija de la bodega del colectivo no debe tener más de doce años. Tiene una pipa de aluminio entre los labios, hace esfuerzo para bajar el equipaje y no quiere que se le caiga. Todo antes que perder la mercancía, pienso. Le doy cinco pesos y miro los billetes que tiene en la mano, arrugados, hechos un bollo. Debe tener para tres o cuatro dosis más. El piso de las plataformas hierve y levanta un asfixiante vapor. Ya bajo techo, Débora me abraza y me dice que me ha extrañado, que cómo me fue, que qué le traje. Ganas de no irme más, le respondo, hundido en sus ojos que zumban como insectos de luz. Camino a casa, recorro con la vista los pequeños paisajes de esta ciudad de fiebre permanente: las aguas podridas que se estancan en las avenidas, los cráteres lunares de la ruta, las bestias salvajes del trópico tomando el sol. Y todas las cosas que nunca duermen de este lado del mundo, incendiándose
para siempre.


“Bestias tropicales tomando sol” fue incluido originalmente en Necrópolis, libro ganador del Concurso Literario Provincial en categoría cuento de la Secretaría de Cultura de Salta (2018), y publicado por el Fondo Editorial de Salta (2019) y será reeditado en 2022 por Editorial Nudista (Córdoba, ARG).








Mario Flores (Tartagal, Salta - ARG, 1990) es escritor, DJ de música electrónica y becario del Fondo Nacional de las Artes. Participó en la residencia ENCIENDE de la Bienal de Arte Joven (2017) y en el 13° Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires (2018). Publicó la novela Hikaru (Editorial Nudista, 2018), el libro de cuentos Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019) y el volumen Tu fuerza primitiva (poesía 2015-2021, publicado por Gerania Editora en 2021).

Fotografía de Fey Marin (en Unsplash). Public domain.

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