"Un par de póker", un relato de Francois Villanueva Paravicino - Debo regresar a casa…

Foto de Inga Seliverstova

Voy a contar la historia/ de un girasol/ que girar nunca pudo/ hacia el amor.
 CÉSAR CALVO


Al verla con aquellos labios rojos, mejillas sonrosadas y ojos dormilones, sentí un fuego interior. Al pasear por los pasadizos de la Feria de Libros de Amazonas, mientras me develaba su predilección por el poeta César Calvo, le dije que en casa tenía un hermoso ejemplar de Pedestal para nadie.

Me dijo que también lo tenía y que, junto con otros títulos de su ídolo, los releía siempre.

Me contó que la apasionó desde el colegio, cuando leyó aquel poema soberbio ‹‹Venid a ver el cuarto del poeta››.

Decidimos cambiar de ambiente y fuimos a las tabernas del Centro Histórico. Ella aceptó que la invite un trago a cambio de que yo acepte el pago por mi obra. En el trayecto, me explicó que había terminado de leer El amante de Lady Chatterley de Lawrence. Y como yo era un lector empedernido, conversamos entretenidos. Al entrar a una taberna, pedimos un vino en un rincón poco iluminado, confortable. Pero me recordó que vivía lejos y que tendría que despedirse antes de las diez de la noche.

―¿Y tienes novia o enamorada? ―me preguntó luego de que la mesera nos sirviera.
―No, estoy solo. Solo tuve aventuras o, como todo el mundo las llama, ciertos affaires.

Nunca había tenido una relación amorosa que pasara los tres meses. La mayoría habían sido ilusiones o actos de pasión descontrolada que, después, solo eran cenizas húmedas.
―¿Y tú? ¿Qué tal?
―Yo me considero una chica desdichada ―dijo―. Los que amé no me amaron como yo deseé y, a los que me amaron, no los amé ni los deseé.

Me ruboricé. Recordé las palabras de Gabriela Mistral que citaba un biógrafo para resumir aquella imperturbable soledad que había elegido la Nobel chilena.

―Te gustará mi poemario, Ammy. Son poemas de amor, ilusiones. Aunque también hay versos dedicados al arte y a la literatura.
―Sí, dicen que eres mejor poeta que narrador ―dijo y bebió de golpe su vaso―. Me encantará leerte y conocerte.

La serví con amabilidad y, guardando reparos, respondí:
―Tengo libros inéditos con mejores cuentos y poemas.

Nos reímos y, sacando un ejemplar de mi libro junto con un bolígrafo, le dije: ‹‹Te lo dedicaré››. Ella sonrió y sacó de su cartera, agraciada, un billete.
―Estoy de acuerdo totalmente de que los lectores deben apoyar el trabajo creativo, ¿cierto?
―Tienes razón, Ammy. Tengo que trabajar duro para un periódico, corregir textos y vender libros para cubrir los gastos mensuales.
―Lo entiendo. Debe ser difícil. Yo también estudio Letras y sé a lo que te refieres. Siempre nos recomiendan disciplina.

―¿Conoces la vida de Van Gogh?
―Un poco, pero sé que era un genio que murió pobre y loco, sin vender casi ninguno de sus cuadros en vida, y que hoy todo el mundo lo admira…
―He leído Cartas a Theo. Ahí hay cosas increíbles, muy fuertes. Conocía respetablemente a los pintores consagrados de su tiempo y de la Historia del Arte, y también había leído buena literatura. Pero aquel libro también contiene escenas viscerales… En las páginas finales se revela aquella terrible esquizofrenia que lo atacó sin piedad, una terrible locura tormentosa.
―Increíble, ya me dan ganas de leerlo. Lo voy a leer. Si quieres, me lo prestas.
―Será un placer compartir libros contigo ―dije―. También hay un escritor que sufrió mucho, y es peruano…
―¿Quién? ¿Martín Adán? Amo la poesía de Martín Adán, es bellísima. Creo que es uno de mis poetas favoritos.
―Sí, él también sufrió mucho. Me da pena que lo llamen «poeta maldito». Pero, como testimonio, tenemos La tentación del fracaso. Ahí Julio Ramón Ribeyro cuenta lo terrible que le costó vivir en París con el fin de llegar a ser escritor. Pasó hambre, soledad, tristeza. Tanto que hasta en aquel libro hay páginas que parecen escritas por un masoquista.
―He leído sus relatos y me encantan. Los leí desde niña y son fenomenales. Amo «Tristes querellas en una vieja quinta», «Silvio en El Rosedal», «Al pie del acantilado» o «Interior L».
―También sus reflexiones son geniales, como en Prosas apátridas. Lo curioso es que todos estos escritores y artistas sabían lo que hacían. Tenían la conciencia de trabajar arte. Se morían de dolor, sufrían, pero sabían lo que hacían. Tenían un arte poética. Por ejemplo, nuestro vate universal: César Vallejo.
―Sí… La poesía de Vallejo es de ligas mayores. Me encanta «Idilio muerto» y otros poemas de Los heraldos negros. Tiene poemas muy tiernos en ese poemario. Creo que leí en alguna parte que a Vallejo le hubiese bastado solo ese libro para revolucionar la poesía peruana.
―Vallejo es Vallejo. Cuando llegó a París, dicen que hubo días en los que no tenía donde dormir. Se quedaba en el tranvía hasta entrada la madrugada, cuando cerraban, y luego se iba a deambular o dormir en las calles y los parques, y recién por la mañana entraba a una tienda a beber un amargo café.
―Increíble… Sí, escuché cosas muy tristes sobre Vallejo.

―Pero eso no solo ha pasado y pasa en nuestro país. Existe un escritor noruego de refinada prosa, que lo hizo ganar el Nobel, que escribió una nouvelle donde narra las penurias de los que intentaron vivir solo de las letras o de la escritura. Sí, aquella terrible Hambre de Knut Hamsun. Dicen que la locura nace de las vísceras.

Entonces me contó datos de sus autores fetiches o de las obras que admiraba. Fue un ir y venir de nombres como Flaubert, Borges, Vargas Llosa, Baudelaire, Stendhal, Poe, entre otros. Entusiasmada, me reveló su admiración por los escritores vivos que conocía. Así estábamos cuando ella secó su vaso de golpe y vio su reloj en forma de pulsera.

―Cielos, ya son las diez. Debo regresar a casa…

La acompañé al paradero y nos despedimos con un beso en la mejilla. Al dar unos pasos de regreso, sin embargo, temí con desesperación que me estuviese enamorando. Era un deseo palpitante que abrasaba todo temor, duda o debilidad. Me hallé en una encrucijada. Una bella encrucijada.



Un par de póker, un relato de Francois Villanueva Paravicino - Debo regresar a casa…

Francois Villanueva Paravicino escritor. Estudió Literatura y la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023). Finalista en Poesía del Concurso Nacional de Cuento y Poesía “Huauco de Oro” (2024). Mención de honor del Premio Nacional de Relato Corto (2023) “Feria de Libro de Amazonas”. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relato (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. 


📝 Lee otro texto de este autor (en Herederos del Kaos): Sacrilegio 


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