son el luto
insignificante que me ocupa esta noche.
He pensado en ellas
mientras leía un poema de Ángel González
que
hablaba de las cucarachas de su casa de Madrid.
Y es una tontería
pero he pensado:
¿Esas cucarachas,
serían negras, claro?
Ahora ya no quedan
cucarachas negras.
Se han extinguido.
Han sido sustituidas por las rojas.
Las americanas.
Que vuelan y son
infinitamente más
feas y molestas.
Yo he visto a estas
cucarachas rojas salir del grifo de un lavabo
en una de esas
habitaciones de hostal de mala muerte
que tienen un lavabo
junto a la cama
para las putas y los
meones borrachos (esto último
lo
supongo, yo sólo he vomitado en esos lavabos, y fue
hace
muchos años
cuando
aún no tenía motivos serios para emborracharme
salvo la
tontería de ser joven y sentir
que me
habían enterrado antes de tiempo,
pero por
suerte estaban los amigos para cantar y llorar conmigo).
Al ver
salir de pronto a esa cucaracha intrépida
que me despertó
con sus ruidos subterráneos
no pensé
(yo era aún muy obtuso)
que ser
pobre y tener que pasar la noche en lugares así
no tenía
la menor gracia.
Por
entonces aún era un niño rico
sin
herencia y con un buen montón de prejuicios
(y lo
curioso del caso es que yo no era consciente
ni de lo
uno ni de lo otro: la vida era fácil y era lógica,
así es
como suponía que debía ser para todo el mundo…)
Luego he
crecido y he ido matando
impunemente
cucarachas, mosquitos, lagartos, hormigas
y esas
asquerosas arañas que tenían la desfachatez de pasearse cerca de mí.
Pero de
todos estos viles asesinatos los que más me avergüenzan
son los
que atañen a las cucarachas negras.
Pues si
hago un pequeño esfuerzo de memoria
comprendo
que siempre estuvieron presentes en mi vida,
en ese
momento de la vida que uno vive con más intensidad,
en ese momento en
que una cucaracha negra era simplemente algo curioso, extraño, incomprensible
pero nada
amenazante, algo que estaba ahí como las paredes o las bombillas,
o el beso de un pariente
o un buen abrigo.
Y ahora no. Ahora ya
no quedan cucarachas negras.
No quedan más
cucarachas negras que las de mis recuerdos más lejanos.
Y las que hay ahora
son peores.
Y puede que sea una
tontería pero me entristece saber
que yo he
contribuido a su extinción, que yo las pisé sin motivo.
Y ahora tengo que
soportar a sus suplantadoras, sus rivales,
esas odiosas
cucarachas rojas
que vuelan y entran
velozmente por mi ventana abierta
en el sofoco de las
noches de verano
y me despiertan de
pronto con su zumbido repentino
(o incluso sus
golpes febriles contra el techo)
y me hacen pensar
que no tiene la
menor gracia que una maldita cucaracha invasora
te despierte cuando
te acabas de dormir
después de un día
largo y baldío.
ALFONSO VILA FRANCÉS
Nacío en 1970 en Valencia, donde actualmente reside. Ha vivido en Orihuela, Madrid, Bruselas y Debrecen (Hungría). Ha trabajado como monitor de tiempo libre, bibliotecario, archivero y profesor de secundaria (Ciencias sociales). Ha escrito en muchas revistas, como por ejemplo: “Cuadernos del matemático”, “Hojas Iconoclastas”, “Calicanto”, “El vendedor de pararrayos”, “Cuadernos del lazarillo”, “Alhucema”, “Rio Agra”, “Factorum” “Groenlandia”, “Agora”, “Acantilados de papel”, “La bolsa de Pipas”, “Fábula”, “El coloquio de los perros”, “La ira de Mofeo”, y “Jot Down” . También gano algunos premios (entre ellos “Miguel de Cervantes”, “Jaume Roig”, “Vila de Canals”, “Diputación de Castellón”, Ciudad de Getafe”, “cortes Valencianas”, “Marco Fabio Quintiliano” y “Mariano Roldán”) . Entre sus publicaciones se incluyen libros de poesía y de relatos. También novelas y ensayo.
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