Eran las vacaciones de primavera de hace unos años. Entonces yo aún estudiaba en aquel asqueroso centro privado que mis padres se empeñaron. Casi no se hablaban y era imposible que se pusieran de acuerdo en nada, pero en cuestión de decidir sobre mi carrera no tenían ninguna duda, debía matricularme en empresariales en Bilbao.
Unas semanas atrás, el grupo de chicos con los que compartía habitación en la residencia decidieron que iban a hacer el camino de Santiago.