Cuando leí la entrevista que publiqué en Letralia —esa conversación larga, franca, llena de silencios que dicen más que las frases— confirmé lo que ya intuía: Antonieta Madrid fue una escritora que supo moverse siempre en las orillas. Entre la crónica y la fábula, entre la docencia y la diplomacia, entre la discreción y la ambición formal. Este texto parte de esa entrevista que yo mismo realicé, y se despliega hacia su trayectoria y su resonancia.
Una vida entre países y cuadernos
María Antonieta Madrid Maya (Valera, 17 de mayo de 1939 — 21 de junio de 2024) es, en su biografía, una suma de desplazamientos y pertenencias. Hija de una maestra y de un terrateniente, llegó pronto a Caracas, estudió Educación en la Universidad Central de Venezuela (egresada en 1968), realizó un magíster en Literatura Latinoamericana y cursó estudios de doctorado; además fue convocada como escritora en residencia al International Writing Program de la Universidad de Iowa, experiencia que expandió su mirada hacia circuitos literarios internacionales. Estas oscilaciones entre lo local y lo foráneo marcan su escritura: la casa nunca deja de ser horizonte, pero la ciudad —esa ciudad que cambia de nombre según el relato— actúa como laboratorio.
La producción de Antonieta es plural: cuentos, novelas, ensayos, traducciones y obras reeditadas en varios idiomas. Títulos que resuenan: Nomenclatura cotidiana (bilingüe), No es tiempo para rosas rojas, Ojo de pez, además de volúmenes de relatos y ensayos como Reliquias de trapo, Feeling o Lo bello/lo feo. Ojo de pez se ha destacado en la crítica por su arquitectura narrativa —esa capacidad de usar la forma como espejo deformante de lo social— y por una prosa que extrae lo político de lo cotidiano.
Hay varios ejes repetidos en su obra: la memoria como tejido social, la casa como receptáculo de voces y objetos, la ciudad como zona de experimentación del deseo y del fracaso. Sus relatos trabajan por detonaciones: un objeto —una puerta, una fotografía, una llave— activa un pasado que no siempre es comprensible, pero sí sentirible. Su prosa se mueve con economía: frase breve, precisión descarnada. También late una ternura irónica; la ironía que no cancela la compasión sino que la hace más aguda.
Antonieta maneja la frase como quien corta con bisturí: registra, reseca, deja ver. A veces la prosa asume una lección —la de la profesora que fue—, otras veces se disuelve en la invocación lírica. En los mejores pasajes, su voz es doble: docente y fugitiva, esa extraña mezcla que obliga al lector a aceptar la lección sin sentir que la recibe. Su pulso narrativo controla el tempo; sus giros exponen más que explican.
Para alguien que camina por márgenes y periferias, Antonieta ofrece la lección de la honestidad con la palabra. La contundencia en su obra no viene del estruendo formal sino del asedio sostenido al lenguaje. En la entrevista que le hice para Letralia percibí a una mujer que se sabía intérprete de sus propias heridas y que, sin teatralidad, aceptaba la fragilidad como materia poética. Esa mezcla de ironía y ternura —a mi juicio— es lo que la corona como escritora: su obra no busca la anécdota, sino la transformación de la anécdota en una forma que resista.
De aquella entrevista conservo una frase que Antonieta me dijo con naturalidad y que, con los años, se volvió para mí un recordatorio: “Paralelamente al gusto por la vida, marcha cierto cuestionamiento que te hace pensar que las cosas podrían ser de otra manera, y eso produce angustia y vacío. Creo que el goce de vivir y la angustia son inseparables.”. Esa afirmación condensa la potencia de su escritura y el valor de su trayectoria.
Fragmento de la novela "Cuadernos griegos" de Antonieta Madrid
Estoy en este rincón por mi propia voluntad. Nadie me lo ha impuesto. Sólo quiero experimentar la soledad y es en la ciudad donde se puede mantener el más absoluto anonimato y, no lo puedo negar, me resulta delicioso pasar desapercibida, saber que estoy sola entre tanta gente y que puedo compartir la vida de quienes me rodean, según el espejo donde me mire. No se trata de MPD (Multiple Personality Disorder), no, sino de algo considerado como completamente normal, porque está probado que dentro de cada ser humano coexisten varias personalidades. Lo que pasa es que sólo aceptamos y cultivamos la que más nos conviene.
Soy Laura Sachinis (ese es mi nombre real), pero también me llaman La Volátil, tal vez porque no me afinco en nada, ni en nadie, y porque a mi alrededor van y vienen las otras Lauras, junto a las Ariadnas, las Sandras y tantas otras, como si se tratara de muñecas guardadas en un baúl que de vez en cuando, saco de las cajas, para jugar al juego de la escritura. Es maravilloso no tener que llamar, ni atender llamadas, apenas ver el correo y responder los mails de vez en cuando. Por el correo electrónico y el teléfono móvil, doy gracias a los adelantos de la tecnología.
Aparte del extrañamiento que me embarga, lo que persiste en este encierro es la sensación de estar enterrada en un agujero, cavado en medio del bosque: mi cuerpo cubierto con hojas secas, palos y ramas amarillentas, como los judíos que, durante la guerra, se escondían en los campos, alimentándose de setas y fresas silvestres mientras escuchaban el ruido de las botas sobre sus cabezas y respiraban el escaso aire húmedo con fuerte olor a estiércol, musgo y tierra mojada...
• Entrevista en Letralia: Antonieta Madrid: “El éxito de un libro y de un autor está en los lectores”
• Nota necrológica / biográfica: Murió Antonieta Madrid
• Reseña crítica de Ojo de pez: Crónicas del olvido — Letralia
• Ficha y bibliografía: Ficción Breve
Texto y entrevista original: Juan Carlos Vásquez. Archivo: Herederos del Kaos – Archivo literario y artístico. Primera publicación de la entrevista: Letralia, edición 233, 2011. Margen Cero (Madrid, 2011).
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