La paciente está inquieta. Pobre mujer, hace unas semanas la trajeron, su prometido, el señor Arthur McPerson, fue víctima de un atraco la noche antes de su boda. Los padres de la joven son los respetables Lord y Lady Stanley; debido a ello tuve que reforzar la seguridad del hospital: no fueron pocos los reporteros que asomaron la cabeza. Al principio mantuve la compostura, luego traje los mastines y electrifiqué la verja.
De vuelta a Elizabeth Stanley, la policía quiso hablar con ella, preguntarle si el señor Paul Morris tenía enemigos y aseguró que no.
—Pero fue brutalmente asesinado: lo acuchillaron hasta dejarlo sin sangre—dijo el más inexperto de los investigadores y le provocó una crisis.
Tuve que pedirles que se retiraran.
El detective Philip Harker, contratado por la viuda Morris, se puso en contacto conmigo y tuve noticias que prometí no revelarle a mi paciente. Resulta que el señor Paul era sonámbulo y aunque tomaba medicación para controlar los episodios, estos ocurrieron con más frecuencia días antes del crimen. El ama de llaves atestiguó verlo salir y jura que no estaba dormido.
—El señor Morris tenía un amante—reveló la mujer—. ¡Un hombre!—y relató al detective cómo se puso un chal y salió tras él en mitad de la noche como solo haría una mujer enamorada. Sí, aunque lo omitió, el ama de llaves estaba perdidamente enamorada. La infeliz vio a un caballero besar el cuello de Paul y el detective Harker supone que fue un crimen pasional que intentaron encubrir robando las pertenencias de la víctima. No estoy seguro si va a revelarle la información a la señora Morris.
(…)
A medianoche me despertaron los gritos de Lady Elizabeth, estaba en el suelo, temblando, y hubo que medicarla. Me pregunto qué la aflige. Es una pena, hubiera hecho sumamente feliz a Paul o a cualquier otro hombre. ¡Es tan hermosa! A veces la observo, creo que me estoy enamorando. Debí casarme con una mujer y no con la medicina.
(…)
El sanatorio perteneció a una dama de la alta sociedad que decía ser medium. Se juntaba con creyentes y escépticos alrededor de una mesa donde aseguraba contactar difuntos. Cuentan que un día se desmayó durante una de las sesiones y que nunca más fue la misma, decía llamarse Jacques Apolinaire y ser poeta. Comenzó a usar ropa de hombre y enviaba cartas de amor a jovencitas. Fue Josefa De La Rosa, hija de un banquero endeudado, quien se propuso casarse con el francés. La boda se efectuó como cualquier otra, incluso Josefa quedó encinta por lo que no se tomaron en serio las declaraciones de las jóvenes que aseguraban que el francesito era una mujer. La verdad se supo al morir la famosa médium que por aquel entonces nadie recordaba. Josefa, la mujer de una mujer, no volvió a casarse. Dicen que su hijo nunca existió. Cuando quise abrir mi propia clínica, este lugar me pareció perfecto, ¿acaso el amor no nos vuelve locos? Últimamente hago mis rondas muy rápido para estar más tiempo con la señorita Elizabeth. ¡Oh cuánto disfruto verla aunque no hable! Hoy cuando estaba a punto de ir a su cubículo, una enfermera vino a avisar que tenía una llamada telefónica.
—Es urgente—dijo.
A regañadientes le cedí la medicación de la señorita Elizabeth y fui a mi despacho.
Una mujer con voz llorosa dijo su nombre al otro lado de la línea. ¡Era el ama de llaves de los Morris! ¿Por qué me llamaba? Quise decirle que su amor secreto hacia Paul estaría a salvo conmigo…
—¡Lo he visto!—dijo con la respiración agitada.
—¿A quién?—pregunté.
—¡A Paul!—carraspeó—: Al señor Morris. ¡Anoche lo vi levantarse de su tumba! ¡Se levantó como el mismísimo Lázaro llamado por Jesucristo! Fui a llevarle flores… verá, acostumbro a hacerlo tarde, cuando nadie puede verme…—cuando nadie puede cuestionar su llanto, supuse, pero no dije nada y la dejé continuar—. Iba por el trillo del cementerio y de repente el panteón de los Morris se abrió. Me escondí tras una lápida, pensé que se trataba de la señora, pero no. ¡Era Paul! Al menos lo que quedaba de él. Estaba hinchado, su piel era azul con rojeces y un líquido amarillento lo bañaba como si fuera un dulce en almíbar. No pude seguirlo. Las piernas no me respondieron. Estaba tan fija a la tierra como aquella lápida detrás de la que me había escondido. Al día siguiente fui a la tumba y vi que el candado estaba abierto. ¡Dios, perdóname! Pero tuve que abrir el ataúd de Paul. Solo así podría salir de dudas. Esperé encontrarlo vivo: tal vez fingió su muerte y vive en el cementerio, libre, para encontrarse con…—carraspeó, incómoda—. Pero al rodar la tapa, allí estaba su cadáver, el mismo cuerpo en descomposición que había visto levantado...
Hubo silencio, le aconsejé tomar medicación y dijo que no estaba loca, entonces le recomendé ver a un sacerdote.
(…)
En la tarde dos enfermeras vinieron a mi oficina, estaban pálidas. Las apuré a hablar y la más joven dio un paso al frente:
—La señorita Elizabeth tiene moretones en el cuerpo y un considerable retraso en el sangrado femenino.
De inmediato fui a examinarla. Su vientre estaba abultado pero no había vida en su interior. Han de ser los medicamentos, supuse y los cambiamos por otros. Con las semanas su vientre no hizo más que crecer y aunque varios colegas aseguraron que no estaba encinta, me temí que el cangrejo hubiera desovado en ella como lo hizo en mi madre; no pude hacer más que rezar.
(…)
Hay gran revuelo en la clínica, los enfermeros no dan abasto. Nunca antes las crisis nerviosas de los pacientes habían coincidido y me encerré con sus expedientes a ver qué pudo desencadenarlas. Son casos distintos, resulta imposible que haya un detonador común. Tenemos al pequeño Louis, que salió del vientre de su madre con los brazos y las piernas torcidas como las raíces de una planta y eso es: una planta; no camina, las enfermeras lo sacan a tomar el Sol y su dieta es líquida. Nunca ha dicho una palabra (aunque últimamente emite extraños sonidos con su lengua demasiado larga que le cuelga fuera de la boca) Joey Petterson tampoco ha dejado de gritar. Petterson es un convulso que de tanto lavarse las manos se las dejó en el hueso. Daisy Holmes ha vuelto a arrancarse el cabello y un halo de moscas viste su cráneo pelón. Conrad Mckensi otra vez se llama a sí mismo Galileo y Anne Miller se ha cosido los labios. El único que no pareció inmutarse fue Mihai Ionescu, un sacerdote de Transilvania. Cuando leí su historial no pude evitar estremecerme: fue encontrado en un convento, viviendo en concubinato con las hermanas a quienes obligó a parirle hijos: iban a implantar un nuevo culto, según él, los súbditos de Dios debían reproducirse para traer al mundo herederos dignos de El Reino. Los descendientes varones fueron castrados (asumo que por Mihai) y recibían entrenamiento militar. Las niñas eran puestas en ese corral llamado fe y traían hijas para su Dios de carne. Fue a juicio y lo diagnosticaron como enfermo mental. Cuando vino, nos entrevistábamos a menudo, me hice pasar por creyente y sugirió que deberíamos reproducirnos.
—Es biológicamente imposible entre personas del mismo sexo—le dije, a lo que respondió:
—Hombre de poca fe.
Lo mantuve alejado de las mujeres, especialmente de las histéricas a las que aseguraba podía curar introduciéndoles la semilla del sosiego como mismo Dios Todopoderoso puso en el vientre de la Virgen María el Espíritu Santo. Recuerdo a Mary Jones, una joven aquejada por fuertes alucinaciones a la que Mihai le hizo creer que eran demonios insuflándole órdenes y la infeliz se cortó las orejas. ¿Estaría Mihai detrás de todo aquello? Quise comprobarlo y lo encontré frente a un libro.
—¡Alabado sea Dios por traerlo aquí!—dijo, levantándose—. Juntos podemos deshacernos del striggoi.
—¿Striggoi?—fruncí el ceño.
—¡Striggoi: el muerto que viene cada noche y atormenta a Lady Stanley!
Otra vez Mary Jones vino a mi cabeza y me pegunté si él tuvo oportunidad de encontrarse a Elizabeth en alguna ocasión e infundirle sus ideas. Era imposible: Mihai Ionescu se encontraba recluido en el sótano y salía a tomar el Sol en un área del jardín destinada únicamente para él.
—¿Dice usted que un muerto levantado de su tumba viene a atormentar a Lady Stanley?
Asintió.
—Mesopotamia, 5.000 A.C: Lilitu (Lilith para los judíos) devora el alma de recién nacidos. Grecia: lamia, otra criatura maligna que se alimenta de niños. Antigua Roma: strix o striga: pájaros mitológicos que se nutren de carne humana. Lémures o lame: espectros terribles que roban el alma de quienes los irrespetaron en vida. China, siglo III A.C: exponen sus muertos al Sol para evitar que un chiang–shi se apodere de ellos. Si el p´ai (alma) es muy fuerte, al morir una persona se aferra al cuerpo y lo levanta de su tumba.
—No creo que el señor Morris amara tanto a Lady Stanley—pensé en voz alta.
—Iba a casarse con ella para cuidar su reputación y es precisamente por lo que viene: según escuché fue muerto sin consumar el matrimonio.
—No creo en monstruos. Esas historias solo funcionan para asustar niños...
—El striggoi es un muerto levantado que regresa para alimentarse de sangre. ¿Lady Stanley tiene anemia? ¿Ha visto en su cuello marcas de colmillos? ¿Ha examinado la dentadura de la joven? Las encías se retraen cuando una persona se contagia de vampirismo…
Lo miré, consternado.
—Pero, ¿qué clase de médico es usted?—se exaltó—. Debe prestarle atención cuanto antes a esos detalles. ¡Vaya urgente a revisarla!
Me fui sin despedirme. ¿Qué hacía perdiendo el tiempo cuando los pacientes se mutilaban de forma atroz?
De regreso a mi despacho pasé por el cubículo de la señorita Elizabeth, debo reconocer que deseaba verla al menos a través de la rejilla. Me asomé y allí estaba sobre el camastro, desnuda, con un hombre muerto encima.
Amelia Apolinario (Mayabeque, Cuba, 1997) Autora del poemario “Mujer de tinta” Editorial Primigenios 2022. Antologada en “Caballería Mutante”, “Biblioteca de sueños”, “Las esquirlas del silencio”, “La Herencia de los buenos muertos”. Egresada del XX curso del Centro Onelio Jorge Cardoso. Miembro de la AHS. Premio del XXXVI concurso literario Alfredo Torroella 2025. Ganadora del concurso En Pocas Palabras 2024. Obtuvo la Beca El Reino de este Mundo 2024. Mención en el concurso Carmen Rubio 2024. Premio Viña Joven 2024. Premio Chispa Joven 2024. Premio Benigno Vázquez 2024. Mención en el concurso Berenice 2024. Obtuvo la Beca La Noche en 2023. Premio Mabuya en 2021. Miembro del colectivo ganador de la Beca Línea Abierta en 2021. Cuentos y poemas suyos han sido publicados en revistas nacionales y extranjeras.
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