Desde Argentina: Postulante, un relato de Juan Pablo Goñi Capurro — Algo rodeó su pierna derecha

Desde Argentina: Postulante, un relato de Juan Pablo Goñi Capurro

Natalia esperaba sola, sentada delante de un cartel publicitario, aburrida al punto de perder el entusiasmo que la había llevado a la oficina por la mañana. Ni siquiera había entrado a la sala de espera, los postulantes eran tantos que colocaron sillas plásticas en el corredor de la terminal. Ser la ochenta o la última, era lo mismo, no tenía otras tareas para el día. Desde las siete mantenía a raya las ganas de fumar por si salía algún ejecutivo a tomar aire, cosa de no predisponerlo en

contra; empezó a evaluar si valía la pena, le resultaba obvio que no sería la elegida. A la mierda con todo, dijo, metió bajo el brazo la carpeta con su CV y salió a la vereda para insultar a su suerte. Allí descubrió que no tenía cerillas. Un hombre le acercó un Zippo encendido; lo rechazó, odiaba la llama constante de los mecheros, la fugacidad del fósforo agregaba mística al encendido. El hombre se apartó, ella jugó con el cigarrillo entre los dedos. Nadie fumaba. No iría arrepentida tras el hombre rechazado. Tampoco se quedaría sin fumar. Se dirigió al pequeño almacén donde descargaban las encomiendas, allí tendrían fósforos para el típico calentador conectado a la bombona.

Delante de la única puerta abierta, un par de carritos vacíos; la cortina metálica estaba alzada a la mitad, suficiente para la altura de la joven. Natalia se asomó, el interior estaba oscuro. De la puerta nacía un largo mostrador hasta la pared opuesta, sobre el que había cajas pequeñas envueltas en papel madera, planillas, lapiceras y otros enseres difíciles de distinguir desde afuera. Detrás estarían las cosas que buscaba, bombona, anafe, pava y cerilla. Se introdujo. Avanzó sin hallar lo que pretendía en la zona bendecida por la iluminación natural. Abandonó el CV cerca de una pila de planillas para manejarse con más comodidad. Usó la linterna del móvil, dio con un anafe en el esquinero del galpón. Delante estaba la trampilla por la que se accedía al espacio reservado a los empleados. Sin titubear, Natalia la elevó y fue por las cerillas, ubicadas en un anaquel junto a los saquitos de té, el frasco de café instantáneo azucarera y un par de tarros cuyo contenido no estaba explícito. 


Se produjo un estruendo inesperado. Quedó a oscuras antes de hacer contacto con los preciados fósforos; la cortina metálica había caído. El reflejo la hizo retroceder, el codo golpeó la madera de la rampilla y se le cayó el teléfono; no tuvo guías para averiguar dónde, el ruido de la cortina apagó el que produjo la caída del aparato. Dolorida, Natalia aguardó a que cesaran los ecos de los sonidos metálicos. Insultó a su mala estrella. Tanteó el mostrador, luego se desplazó arrastrando los pies hasta el anaquel; cambio de planes, utilizaría las cerillas para buscar el celular. Con cuidado de no hacer movimientos bruscos palpó los distintos tarros y paquetes hasta que dio con los fósforos. Abrió la cajilla, sacó uno, lo frotó para encenderlo. Nada. Probó con otro, con otros; mismo resultado. Tocó la punta de un par de fósforos y descubrió que estaban quemados. Puteó. Pocas ganas tenía de ponerse en cuatro patas a tirar manotazos por el piso sucio. Agradeció su opción de vestuario sobria y descontracturada, jeans y una camisita oscura, más no llegó a tenderse en el suelo. Otro sonido la detuvo, algo se arrastraba en el galpón, en la zona oscura.

—Hola, ¿quién es? ¿Puede abrirme?

Como guiado por su voz, hizo un viraje lo que se arrastraba; le pareció un animal, no eran pies humanos. Natalia se agachó, en cuclillas extendió las manos; llegó al piso, pero no dio con su teléfono. El animal se aproximaba, todavía del otro lado del mostrador; la joven contuvo sus deseos de gritar. El área de encomiendas estaba apartada, con la cortina cerrada no la oirían, sólo daría más datos a lo que venía tras ella. Avanzó hacia la pared del frente, las manos adelante para no tirar nada que hubiera en el camino. Eludió una banqueta llegando casi a la pared delantera; la cosa se arrastraba al fondo, todavía sin atravesar el mostrador. Natalia hizo tope con la pared, agitada. ¿Lograría saltar el mostrador y alzar la cortina antes de ser atrapada por lo que recorría el galpón? 


Comenzó por ponerse de pie. Tanteó el mostrador, podría subirse; ¿lograría hacerlo en silencio? No había tomado nota de las cadenas al ingresar, ¿de qué lado de la puerta se encontraría? Era el peor de los riesgos; era imposible alzar la persiana evitando el ruido. Necesitaba hacerlo rápido, no había chances de probar; intento fallido equivalía a ser capturada. Escuchó, del afuera no llegaban impresiones a sus oídos, como si el mundo se hubiera detenido. Algo había cambiado, la bestia estaba detenida. De respirar mal cosa de no denunciarse con exhalaciones o inspiraciones profundas, Natalia estaba un tanto mareada. ¿Qué esperaba?; la llegada de un trabajador a su puesto, alguien que la salvara. Al pensar en el trabajador, creció su angustia. Había dado por hecho que la cortina podía alzarse desde el interior; ahora se daba cuenta que bien pudo haberla cerrado desde afuera un empleado que tomaba un descanso.

Sintió puntadas en la cabeza. Se dio permiso para hacer una profunda inspiración. Apoyó las palmas en el mostrador, izó el cuerpo, luego giró las piernas juntas. Pegó en la pared, pero consiguió pasar del otro lado. Cayó mal parada, las piernas quedaron sin apoyo. Fue a dar de traste al piso. Del fondo creció el sonido aterrador, la cosa se movía más rápido que antes. Natalia se irguió, corrió hasta la cortina. Siguió los bordes, pero no encontró la cadena. Atrapada, empezó a golpear el metal, alguien tenía que oírla. El rasguido de la bestia contra el piso era tan próximo que, aún en la oscuridad, percibió que se trataba de una mole inmensa. Dio patadas, aulló, se ahogó con las lágrimas, hasta que explotaron sus cuerdas vocales cuando algo rodeó su pierna derecha.


—Te dije que esa jaula estaba mal cerrada, nos van a matar —dijo el empleado canoso cuando terminó de alzar la cortina.

—¿Y ahora? —pregunto un segundo hombre de mameluco gris.

—Enciende la luz. Esperamos que la termine de tragar. Cuando se duerme haciendo la digestión, la volvemos a meter en la jaula. Fíjate que no haya quedado nada de esta mujer acá adentro.

Las luces se encendieron. El primer hombre bajó la cortina metálica; el otro empleado se dispuso a preparar café, tenían un buen rato hasta que esas hermosas piernas se perdieran dentro de la pitón. En el camino, alzó el currículum. Lo hojeó.

—Linda mina, ¿por qué querría trabajar en encomiendas?

El primero se sentó en un carrito.

—Qué sé yo, ni sabía que había un puesto vacante. ¿Nos querrán echar?

—¿Y si dejaron mal la jaula a propósito para que se hiciera con uno de nosotros?

Los dos miraron la boa por cuya boca seguía penetrando el cuerpo de la infortunada Natalia. El silbido de la pava los sacó de la inmovilidad en la que se habían sumido. Con cuidado, el más joven la quitó del anafe y sostuvo el CV sobre las llamas. 

—Por las dudas, hoy le ponemos la cadena y el candado de la puerta —dijo el canoso al recibir el café humeante. Había que cuidar el trabajo.



Juan Pablo Goñi Capurro

Juan Pablo Goñi Capurro.

Escritor, dramaturgo y actor argentino. Publicó: “Treinta secretos de la historia universal”, Argentina, 2024; “Islas efímeras”, España, 2023; “El tango que te prometí”, 2023; “Soltando la mano”, 2020; “El cadáver disfrazado”, 2019; “La mano” y “A la vuelta del bar” 2017; “Bollos de papel” 2016; “La puerta de Sierras Bayas”, USA 2014. “Mercancía sin retorno”, 2015. “Alejandra” y “Amores, utopías y turbulencias”, 2002. 

Más de mil textos publicados en Hispanoamérica, a través de antologías (Ed. Visor, El gato descalzo, Ed. Solaris, Las nueve musas, Ed. Folla-g, Ed. CTHULHU, Ed. Pandemónium y otras) y en revistas como Letras y Demonios, Aeternum, Alas de cuervo, Rigor Mortis, Penumbria, Espejo humeante, Tártarus.

Entre otros reconocimientos, obtuvo: I Premio Novela Corta de Aventuras (España) 2023, Premio Novela Corta “La verónica Cartonera” (España), 2019 y 2015. Ganador VII y X certamen de microrrelatos de Montserrat (2022 y 2025) Ganador 8vo. Concurso Historias Pulp “Robocop” - España2024 - Ganador VII de Cuentos «Caperucita feroz» Ed Ápeiron (España) 2023 - Ganador Certamen de microcuentos del Ficta (Festival internacional de cine de Terror) de Atacama 2022. Premio teatro mínimo “Rafael Guerrero” 2015. GANADOR Concurso microrrelatos Pulir huesos de Editorial Avatares, Colombia (2024).  

Colaborador en Solo novela negra (relatos).

Sus obras teatrales han sido representadas en Argentina, España, Chile y México. Entre las más importantes pueden mencionarse Bajo la sotana, Silvina tuvo visita, Poses y Caza de Plagas.

Ha participado en numerosos festivales internacionales de teatro en Latinoamérica.


📚 Lee otro relato de este autor (en Herederos del Kaos): Yo no estaría tan seguro, Tim


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