Una muestra poética de Francois Villanueva Paravicino: "Visiones de este infierno y de otros abismos siderales"

Foto de Ahmet Polat

Mirad, ciegos; oíd, sordos,
mi calma es un océano embravecido bajo una tormenta
que ataca desde las altas esferas y desde sus pupitres;
los dioses me matan de hambre y ustedes por necios;
mis mejores años se llevaron el polvo de las clases,
los gritos, las burlas, los llantos, un gran sobreesfuerzo  
y cierta alegría, una melancólica alegría.
¡Y eso me ha envejecido! ¡Poco a poco me ha matado! 
Hoy soy un herido de arrugas, bizco, desdentado,
que teme reírse ante el espejo y ante el mundo,
aquel que me ha castigado con su total indiferencia.  

Observad, mis congéneres; atended, mis hermanos,
me he consumido como un higo seco, 
una fruta podrida antes de tiempo,
tanto que me avergonzaría alzar la voz para pedir justicia
porque me humillaría más
―¿oh, Dios, desde cuándo reclamar es una humillación?―,
y ya sólo lloro con un mendrugo entre mis dedos,
que me sabe a piedra, a arena, a sudor inútil, 
tanto sacrificio para que te espere una tumba sin sepulcro, 
dejando atrás un sendero con huecos, rajaduras, sin asfaltar,
que te ha destrozado los pies y el lomo de mula dura y buena. 

Al ser el esclavo de las aulas me consterna ciertas epifanías,
que son visiones de este infierno y de otros abismos siderales,
voces como las de los coros griegos en las peores tragedias, 
carcajadas que revelan, por el contrario, desesperación.
Y todo ello me ha golpeado la quijada, me ha escupido
en el suelo, en mi cama y en mi plato servido;
me ha arrancado los cabellos, me ha cicatrizado los carrillos, 
me ha aplastado con el peso de la noche más negra. 
Y de aquel doncel que vestía terno y devoraba libros, 
que construía castillos en el cielo y se contentaba de los pájaros,
que tenía el alma de oro y el corazón de diamante,
sólo quedará un Hyperion que vivirá miles de años
como una babel que un dios, como siempre, tratará de destruir. 

(Autorretrato de un maestro de antaño).



El faro 

El faro es atacado por ráfagas y por mareas,
pero es de concreto, pétreo y, de pie, poderoso.
Le hieren por la izquierda, por el centro y hasta por los aires,
pero su luz resplandece a lo lejos,
aquel brillo amenazado por los náufragos 
es la respiración que quiere apagar la noche cruel,
cuyos seres estocan a lo lejos y de cerca,
camuflados como roedores en el basural;
pero su altura y dominio es como una montaña sagrada
que las sierpes asfixian como a una presa
suculenta, rica, deliciosa,
degustando hasta la última gota de sangre,
aquel manantial donde se bañaron los semidioses,
luego de ofrendar ovejas y frutas
a quienes lo eligieron con amor y sabiduría,
y así le granjearon trampas mortales,
mentiras bajo siete máscaras,
rencores que ladran como Cancerbero,
pero aquel es de concreto, pétreo y, de pie, poderoso.   


El sueño de los justos 

un nido azul de alondras que mueren al nacer
CÉSAR VALLEJO

El anochecer despide a las aves con su canto lunar,
sus ronquidos adormecen a los amantes desdichados
que cierran las puertas para que el pasado sea eterno.
Las tinieblas disfrazan el llanto de los enamorados,
los besan para que su ceguera sea sabia, prudente,
albergando el fuego hecho seso, el instinto hecho razón. 
El cansancio abriga la tea a la vuelta de la calle sombría,
le promete el calor, el resplandor, el paraíso a mediodía,
y los afiebrados de pasión, tal vez, se colmarán de alegría. 
El insomnio construirá una torre con la princesa lejana,
el caballero enfrentará a los enemigos que impiden verla,
besarla, amarla, rescatarla, traerla a su cama vacía y húmeda.
La angustia de la noche aplasta el mar con olas furiosas,
la trata de calmar, busca domarla con sangre, poseerla,
y el eclipse escinde la manzana por la mitad: sana, pútrida.
Una desesperación, sutil pero amarga, viva pero oscura,
estoca el pecho de rosas muertas con las más bellas criaturas,
le hace brotar sangre limpia, pura, que espejea su corazón. 
El alba promete, detrás del horizonte, una dulce tregua,
la bandera blanca agitada por los emperadores del mundo,
quizás la escarcha que paladeará la boca de aquel sediento. 
Y aquel vaivén de la luna y del sol decapitarán al embelesado,
tendrá que buscar su cabeza en las ofrendas del dios ciego,
caminando como un muerto vivo, un herido, un dañado.    




Francois Villanueva Paravicino, completó su Maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y previamente estudió Literatura en la misma institución. Su carrera literaria incluye la publicación de diversas obras, entre las que se destacan "Cuentos del Vraem" (2017), "El cautivo de blanco" (2018), "Los bajos mundos" (2018), "Cementerio prohibido" (2019), "Sacrificios bajo la luna" (2022) y "Los placeres del silencio" (2023). Sus textos han sido difundidos en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y otros medios literarios.
Francois Villanueva Paravicino ha sido reconocido internacionalmente, recibiendo una mención especial en el Primer Concurso de Poesía (2022) y en el Concurso de Relatos (2021) "Las cenizas de Welles" de España. Además, fue semifinalista en el Premio Copé de Poesía (2021) y ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) en Colombia. También logró el primer puesto en el I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019) y fue finalista en el I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América "Los jóvenes cuentan" (2007) de España.


📚 Lee otros textos de este autor (en Herederos del Kaos): El comprador de libros (cuento)

Foto de Ahmet Polat: pexels-public domain.



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