Luis Mateo Díez, Max Aub, Ramón Gómez de la Serna: tres microrrelatos

En "El pozo" de Luis Mateo Díez, se nos presenta la historia de un accidente que ocurrió hace mucho tiempo y que fue superado por la familia, hasta que un día, al sacar agua del pozo, se encuentra un mensaje que plantea la pregunta de si hay algo más en la vida de lo que podemos ver.

En "Hablaba y Hablama" de Max Aub, la protagonista está harta de la cháchara de su criada, hasta que un día decide silenciarla por la fuerza. Sin embargo, el final es inesperado, ya que la criada muere no por la toalla en la boca, sino por el hecho de no poder hablar.

En "La mano" de Ramón Gómez de la Serna, se presenta una situación misteriosa que parece no tener explicación, hasta que se descubre que la mano que ha aparecido pertenece a un hombre que había sido asesinado por el doctor. El relato juega con la idea de la justicia poética, en la que la mano del muerto se venga del asesino.


El pozo - Luis Mateo Díez

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. "Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.



Hablaba y Hablama - Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

habían dejado encerrada con llave en el cuarto.



La mano - Ramón Gómez de la Serna 

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».


Portada: 8. imagen generada por Juan Carlos Vásquez a través de Midjourney Al - Al Art Dalle (AI Art de Illusion).


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