Entre Dios y yo todo ha quedado resuelto desde el momento en que he aceptado sus condiciones. Renuncio a mis propósitos y doy por terminadas mis labores apostólicas. El infierno no podrá ser suprimido; toda obstinación de mi parte será inútil y contraproducente. Dios se ha mostrado en esto claro y definitivo, y ni siquiera me permitió llegar a las últimas proposiciones.
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Poemas: Anne Sexton, Silvia Plath, Miyó Vestrini
ANNE SEXTONCerdoOh tú máquina de tocino marrón,cuán dulcemente yaces,engordando una libra y media por día,tú, par de calcetines enrollados,tú, pesadilla de perro,tú, con el hocico aplastadopero las orejas extendidas,tus ojos blandos como huevos,cerdo, grande como un cañón,cuán dulcemente yaces.
Poemas de Marco Solache de la Torre
C
donde el daño no está hechoahí deseo estarahí contigoúnicamente tú y yoen el paraje secretoque divide este mundo y el otroen el lugar de la esperaimperturbableimperturbados
ahí donde todos quieren estaryo tambiénpero contigosolo contigo
venvente conmigoal espacio secretodonde el amor ya no es amor
'La muñeca reina', relato de Carlos Fuentes
Vine porque aquella tarjeta, tan curiosa, me hizo recordar su existencia. La encontré en un libro olvidado cuyas páginas habían reproducido un espectro de la caligrafía infantil. Estaba acomodando, después de mucho tiempo de no hacerlo, mis libros. Iba de sorpresa en sorpresa, pues algunos, colocados en las estanterías más altas, no fueron leídos durante mucho tiempo. Tanto, que el filo de las hojas se
Novela: 'El manuscrito de un loco, de Charles Dickens
¡Sí...! ¡Un loco! ¡Cómo sobrecogía mi corazón esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror que solía sobrevenirme a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por mis venas, hasta que el rocío frío del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi piel y las rodillas se entrechocaban por el espanto! Y, sin embargo, ahora me agrada. Es un hermoso nombre. Muéstrenme
José Saramago | Desquite
El muchacho venía del río. Descalzo, con los pantalones arremangados por encima de las rodillas, las piernas sucias de lodo. Vestía una camisa roja, abierta en el pecho, donde los primeros vellos de la pubertad empezaban a ennegrecer. Tenía el pelo oscuro, mojado por el sudor que le escurría por el cuello delgado. Se inclinaba un poco hacia delante, bajo el peso de los largos remos, de los que pendían hilos verdes de limos aún goteantes. El barco quedó balanceándose en el agua turbia y, allí cerca, como si lo espiasen,
Robert Bloch | Un hombre con manías
Serían más o menos las diez cuando salí del hotel. La noche era cálida y necesitaba beber algo. Era insensato probar en el bar del hotel porque el lugar era como un manicomio. La Convención de jugadores de bolos también lo había invadido.
Bajando por la avenida Euclid tuve la impresión de que todo Cleveland estaba lleno de jugadores de bolos. Y lo curioso es que la mayoría de ellos parecían ir en busca de algo que beber. Cada taberna que pasé estaba abarrotada de hombres en mangas de camisa, con sus
distintivos.
Aglaia Berlutti: El trazo erótico de Aubrey Beardsley
fotografía de 1895
Oscar Wilde describió a Aubrey Beardsley como “una cara como una hacha de plata y un pelo de color verde hierba”. Una imagen extravagante que sin embargo parece definir mejor que ninguna otra cosa el talento transgresor, inusual y poderoso del genial ilustrador. Porque de Beardsley se sabe poco: en una ocasión leí a un crítico de su época calificarlo como "un curioso misterio". Quizás lo era: Todos los datos sobre él parecen ser tan ambiguos como su personalidad.
Poemas de André Breton
LA CASA DE YVES
La casa de Yves Tanguy
Donde se entra sólo de noche
Con la lámpara-tempestad
Afuera el país transparente
Un adivino en su elemento
Con la lámpara-tempestad
Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve
Y la tela estampada del cielo
-Vamos, lo sobrenatural al suelo
Con la lámpara-tempestad
Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve
Con todas las estrellas del infierno
'Una carta que nunca llego a Rusia', de Vladimir Nabokov
Mi adorable, mi muy querida y lejana, me imagino que no habrás olvidado nada en los más de ocho años que dura ya nuestra separación, si es que aún consigues recordar a aquel guarda canoso con su librea azul que ni se molestaba siquiera en mirarnos cuando hacíamos novillos para encontrarnos en aquellas mañanas heladas de San Petersburgo, en el Museo Suvorov, tan polvoriento, tan pequeño, tan semejante a una suntuosa caja de rapé. ¡Con qué ardor nos besábamos a espaldas de aquel granadero engominado! Y más tarde, cuando por fin nos
Cuentos: Marguerite Duras
La carretera atravesaba la Auvernia y el Cantal. Habíamos salido de Saint-Tropez por la tarde, y condujimos hasta entrada la noche. No recuerdo exactamente qué año era, fue en pleno verano. Lo conocía desde principios de año. Lo había encontrado en un baile al que había ido sola. Es otra historia. Quiso parar antes del amanecer en Aurillac. El telegrama había llegado con retraso, había sido enviado a París, y luego reenviado de París a Saint-Tropez. El entierro debía tener lugar al día siguiente, a última hora de la tarde. Hicimos el amor en el hotel «Aurillac», y luego volvimos a hacerlo. Por la mañana lo hicimos de nuevo.
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Vindicación del Caos · por Alberto Jiménez Ure
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