I
La última vez que la madrugada cubrió de rocío los vidrios de mi carro fue un día de septiembre del año mil novecientos ochenta y uno. Nunca después, me di cuenta de su presencia en aquella calurosa tierra sin horario para el frío. Hace mucho tiempo que he querido escribirte. Hace tanto tiempo que lo imagino y lo intento.
Puedo decir que estoy haciéndolo desde hace años. Por eso, tal vez, sea la carta que más tiempo en el mundo lleva escribiéndose. A decir verdad, no he encontrado la forma de dejar de escribirla. A veces pienso si realmente no quiero dejar de hacerloCuando no existían teléfonos, las personas se enamoraban a través de cartas. Se acariciaban con las palabras en el papel como para que el viento no se las llevara. La caligrafía se esmeraba en detalles como aspirando con ello tocar suave y serenamente a quien se le escribía. Abundaban las metáforas que convertían la realidad en ensueño. Antes de los teléfonos; la escritura, la que no se publicaba y aún no se publica, la que permanece escondida y en secreto, tuvo un tiempo fantástico, un momento glorioso que llenaba las distancias entre las personas. Eran las cartas de amor. Las historias que compartidas se escribían para la memoria. Como para vivir con ellas teniéndolas en el tiempo sin tomarlo en cuenta. Historias que como la nuestra se plasmaban en silencio bajo la mutua reserva de los interesados. Se guardaban en el recuerdo y en las palabras convertidas en letras. Esta es una carta que lleva años en silencio, escribiéndose a pedazos entre los muchos detalles de nuestra breve historia común. Es un tributo a la nostalgia. A esa incómoda sensación que nos queda cuando nos vemos en el espejo de los años sin poder evitar recordarlos. Esta carta, es nuestra historia cruzada que se confunde entre recuerdos y las rutinas de cada día, una historia que he cuidado tanto como lo he hecho de mi mismo. En fin de cuentas, ha venido con el tiempo a ser más mía que tuya. De historias como la nuestra está lleno el mundo. Cualquiera de las personas que nos topamos en las calles, de esas que pueden verse caminar a cada momento y en todas partes. Cualesquiera de ellas, que siempre van y vienen, puede que paseen sus historias como yo desde aquí con la nuestra en el pensamiento. Todos, querida mía, tenemos una historia encendida. Caprichosa y personal; inconclusa e inevitable.
De noche, cuando el insomnio toma su espada para retarme, nos transamos un buen rato mirando la calle para distraer entre ambos la nostalgia. Desde adentro me acecha el pensamiento para llevarme lejos, te recuerdo en la calle, larga y tranquila, con sus caminantes de toda hora. Te extraño. En estas horas serenas te pienso en detalles; Tu cuerpo, tus gestos... Sigo viéndote luego de años de la misma manera que aquella madrugada caprichosa. De noche, querida mía, se enredan las vidas. Se cruzan buscando sus pares. Las grandes pasiones y tragedias no tienen otra hora del día que no sea la noche. Al amparo de las estrellas y de la luna, y aun sin ellas, llegan a pasar las cosas que a otra hora del día no se encienden. Así comenzó nuestra historia y por el principio de ella quiero comenzar a escribirte.
II
Todas las tardes nos cruzábamos en la vía. De ida y venida, siempre nos mirábamos, y un saludo de cortesía nos aproximaba. De cualquier modo, es casi inevitable no encontrarse y hablar con las mismas personas en una ciudad tan pequeña. No hay manera de no haberse visto nunca. Sí todos vamos al mismo cine, caminamos las mismas escasas calles y avenidas de la única zona comercial. No hay manera de no haber cruzado una mirada con un saludo inadvertido. De no haberse visto nunca. Jamás estuve muy seguro de llegar a tener alguna relación contigo más allá de un simple cruce de palabras. Realmente fue una maravilla encontrarte aquella tarde en medio de la lluvia que te llevaba a todas partes en busca de refugio. Unas piernas blancas y largas se movían a todos lados llevándose mis ojos con ellas. No pudo haber sido más oportuna la lluvia que, en otras ocasiones, como siempre, resultaba un verdadero desastre para todos. Esa fue la oportunidad que, como venida del cielo, nos dio la ocasión de conocernos. Ahí se inicia nuestra historia, esa que aún sigo llevando hasta estos días.
No tuve ninguna duda en acercar mi carro para ofrecerme llevarte. Por lo menos guarecerte de la lluvia que ya era innecesaria. Se me salía el corazón de contento. Creo que se escuchaba su latido a distancia cuando te sentaste a mi lado. Los recuerdos son cosa seria, con sus efectos, aun a distancia, pueden vivirse en detalles, tiempo hace de esto y siento ahora mismo la sensación de entonces. Me entraste por los ojos y la nariz. No sé exactamente qué dijiste al entrar al vehículo. Sólo vi unos labios moverse y un perfume que poco importó no reconocer. Hablaba de todo un poco para mitigar el nerviosismo de tenerte a mi lado luego de verte siempre a distancia. Lo que restaba de tarde se fue más rápido que de costumbre, mientras la lluvia apenas se calmaba por ratos para volver con insistencia molesta. No había más remedio que buscar un lugar seco y tranquilo para hablar y esperar mejor clima. Las horas se nos fueron cayendo sin que las tuviéramos muy en cuenta. Al rato sentimos como si desde hace mucho tiempo éste momento esperaba por nosotros. Como si desde siempre, no obstante, el lugar común, nos conociéramos. Entre varios cafés de inicio y luego un par de cervezas, nos sorprendió el reloj con casi la medianoche. Desde luego que, a esta hora, era tiempo de cerrar el día, anhelando tácitamente el siguiente.
Frente a tu casa nos consumimos una hora y algo más. Las primeras horas de la madrugada son especiales, solitarias y calladas como ningunas otras. Son para hablar bajito y reflexionar. Aquí te dije con los ojos hablando por mi cuánto me gustabas. No tenía que hacer mucho esfuerzo para eso... Por lo que no consistió ninguna sorpresa para ti en que en los días siguientes a nuestros encuentros te lo confesara comiéndome las palabras.
Después de aquella madrugada nada siguió como antes. No despreciaba oportunidad para buscarte. Para llevarte al trabajo, a casa, y a todas partes. Todo fue andando con rapidez de manera que en poco tiempo nuestras vidas estaban engranadas una a la otra, a tal punto que reconocía tus pasos y pensamientos con un simple gesto. Como dicen, según suele ocurrir, con todas aquellas personas que han tenido la ocasión de convivir por mucho tiempo. En todo caso, una distancia como del cielo a la tierra, se abría en mi vida, a ratos, de modo inadvertido mi pensamiento se extraviaba en tus brazos. Ahora cuando te escribo, no hago otra cosa que recomponer sentimientos y emociones que hace tiempo de una manera u otra he querido hacer. Es, en cierto modo, legar en el papel lo que hasta este momento ha sido de mi dominio interior.
A veces cuando te recuerdo me llegan juntos tu olor y tus gestos. No tengo manera de evitar tu sonrisa como un espectro que me invita a besar una boca que se esfuma. Te conservo en mi vida como aquellos días. Sin embargo, no sabes cuánto pesa no tener a quien esperar y quien nos espere. Entrar a la habitación en silencio para no alborotar los recuerdos que hacen más pesada la soledad. Mirar la cama y disimularnos para no entrar en detalles. A veces, querida, vivir puede ser un delirio. Nada más que mirar pasar los días sin esperar nada de ellos.
De vez en cuando me siento al borde de la cama y saco de mi vieja maleta una fotografía que aún conservo de aquellos días comunes. Me habla un tiempo que sólo habita en mis recuerdos. Sólo ellos me acompañan en la rutina solitaria que ha sido mi forma de vida. No tengo realmente, por sobre mis asuntos vitales, como puede llegar a ser el trabajo, por ejemplo, otras atenciones desde entonces. Así me he conformado por años, entre esta carta y mis días
Al escribirte este relato de soledad, que no va a ningún lugar y le habla a alguien que no tendrá la ocasión de leerlo, aun si la oportunidad lo permitiese, que llegará a tus manos, porque antes que para ti, es para el recuerdo que atesoro. Sabes querida, entraste fugaz a mi vida para quedarte hasta ahora. Al escribirte quiero dejarte entre papel y letras.
III
En los meses que siguieron, la habitación en la que me alojaba después de años viajando de un lugar a otro, comencé a verla con afecto. Llega uno a tenerle fobia a esos cuartitos celestes con olor a moho y a otros sudores, que a la rutina de los nómadas de esta civilización se nos llega a imponer por voluntad del trabajo. La verdad es que a partir de nuestros encuentros, me tocó organizar el desorden habitual que me perseguía en años de soledad. Libros, papeles viejos que alguna vez fueron importantes, revistas que ya nadie recuerda, y una colección de cajetillas de cigarrillos que dan cuenta de los muchos que han contribuido con el amarillo óxido de mis bigotes. Creo poder decir que aprendí de aquellos días el buen hábito de la organización, si supieras que no siempre fue así, me encantaba morbosamente buscar entre el montón de papeles de la habitación y la maletera del carro, los informes contables de cada mes. A pesar del desorden, que todavía reivindico como forma de vida, no obstante, su falta de estética, siempre he sido un empleado responsable y con un buen sentido del deber. Tengo que reconocer que en toda mi vida me ha importado mucho más el fondo de las cosas y su contenido que las formas mismas.
Ahora cuando te escribo me descubro otro, examino detalles y momentos que registrados en mis recuerdos, en su momento, no tenían la importancia que hoy cobran, me descubro víctima de las formas, de la estética abjurada por mí. Me gustaron tus piernas; tu perfume; tus gestos; tus labios, y, nunca llegué a pensar que las piernas eran para algo más que caminar, los gestos para expresar lo que llevamos dentro, y los labios para dibujar con palabras los sentimientos. Nuestro mundo es de formas, querida, sin saberlo nos atrapan, sin quererlo nos conmueven.
En el banco me critican porque mis informes son directos y parcos, no adornan ni pierden tiempo en pormenores, es que quieren la forma y no el contenido, el detalle que habla por sí de la forma. ¡Si leyeran ahora con cuanto detalle te escribo!
Aprendí de las formas, en la finura de tus lunares discretos, en el silencio que habla por cientos de palabras, en tu cuerpo blanco y luminoso en tu desnudez cálida y suave que aún atormenta mis noches. Todo cuerpo joven brilla y enciende sueños, ese modo de generalizar me ha quedado de esos días, de razonar inductivamente cada vez que descubro un parecido contigo en alguien visto al azar. Todas las secretarias son amables y bonitas, todas quieren y también olvidan, todas dejan a sus pares con ganas de seguir con ellas… Todas siempre se van, sin explicar… sin mirar atrás, sin soportar la insolencia que puede llegar a significar el hábito de la soledad como forma de vida.
Ahora que lo admito, nunca hubo planes en nuestra relación, si acaso una referencia breve y aislada a una eventual vida en común con las formalidades del caso. Después de todo, habrían de ser los días quienes la determinaran. No hubo tiempo para ello, no por mi parte, porque es evidente, a la luz de tu partida, que no estaba entre tus deseos. Compartir más allá de esos momentos con que la pasión nos premiaba, no era según parece una opción definitiva para ti, mientras de mi parte, el hábito convertido en soledad que ya me conformaba como individuo, comenzaba a disiparse con el tiempo. El hombre es un animal de costumbre, se dice de vez en cuando, tanto más si la costumbre llega a ser del modo especial con el que te recuerdo aún a este tiempo.
Para los amantes fortuitos no hay porvenir, sólo se comparten instantes a fogonazos, ocasiones que nos dejan prendidos y por años llegamos a tenerlas en el pensamiento en forma de sonrisa, en el olor que nos hace cerrar los ojos para volver a ver una mirada registrada para siempre en nuestra memoria. Después de años he llegado a comprenderte, a considerar el hecho de que te hayas ido sin explicación alguna, sin razón que yo conociera. Probablemente sea el equivalente a la forma como dio inicio nuestra historia, sin nada que explicar de por medio, al azar que una lluvia caprichosa hizo posible. ¿Será así como comienzan todas las historias con las que vivimos para siempre?... ¿Como una nota al pie de página? No sé. Puede que también terminen del mismo modo, probablemente nos dejen pensando en ella como la oportunidad que pudo ser.
IV
Desde otro lugar, a otra distancia en el tiempo, en una ciudad tan extraña para mí como la de entonces, te sigo escribiendo desde una habitación similar la historia inconclusa que me acompaña. He visto pasar los años en las calles llenas de gente que va y viene en sus rutinas existenciales. Hemos leído los mismos periódicos, conversado los mismos temas, vestido la misma moda como una expresión de individualidad que la contemporaneidad civilizadora reclama como una de las grandes conquistas universales. Las mismas películas con héroes que nunca veremos en las calles, y, menos atender una cafetería o dulcería. Hemos vivido lo inevitable que significa vivir y en todos estos lugares siempre he visto a alguien como tú. Se puede llegar a ser tan común como las camisas de cuadros que todo el mundo llevaba en la moda pasada y no darse cuenta lo similares que somos.
He vivido enajenado por una historia que no termina, que he prolongado en años escribiéndola y reescribiéndola en esta carta, que como ya he querido explicarte, se ha encerrado conmigo en cada habitación, cobijando aquellos días de nuestra vida común. Y se puede vivir así tanto tiempo, aun llegando a comprender, y hasta admitir, en ocasiones, que al final no se ha tratado más que de una relación tan común como efímera que, son cientos, miles o millones las relaciones que se quedan a mitad de camino, y, siendo un pesar descubrir que el mundo es simplemente así, igual se puede llegar a vivir de esta forma, conteniendo, incluso, la respiración al sólo pensar que habrá momento de verte en una esquina cualquiera. Pero, esa ocasión no ha llegado, probablemente, tampoco, suceda, antes de que pueda ocurrir, la he imaginado tantas veces que ya no habrá escena que la realidad invente para complacerme. Me he acostumbrado a vivir sólo con tu recuerdo, no hará falta nada más, te he tenido de muchas maneras en todos estos años, llevando a cada lugar tus detalles, y registrando en cada rostro tus gestos, pudiéndome llegar a admitir que he encontrado muchos similares, somos al final del camino, más comunes de lo que quisiéramos, y, probablemente, mucho más de lo que imagináramos, Marina.
Te tributo en esta carta, la nostalgia de nuestra historia para vivir el presente, después de todo, somos seres de un día, de un instante, porque sólo eso es el presente, como ahora mismo lo es, justo el instante, en que te escribo las extensas líneas que no verás. Al dejarte aquí, quiero comprenderte a partir de mí mismo, de nuestra similitud con todas las historias inconclusas que sobreviven en el planeta. No siempre se vive para compartir con alguien afectos similares, eso es, desde luego, absolutamente comprensible, y no tendría que haber pasado todo este tiempo para entenderlo. Pero, así ha sido, comprender las cosas más sencillas y elementales de la vida pueden resultar a veces las más difíciles de aceptar. Nos descubrimos siempre después, en una especie de post meridiem vitale, que da cuenta, entonces, de nuestras, falencias y omisiones, cuando ya son hecho cumplido. Podemos, incluso, no admitirlo, ignorarlo y simular que no son tales, pero, siempre será después, una vez que hemos hecho evidente lo que irremediablemente somos, así se ha construido esta historia, después de ti.
Edinson Martínez es un profesional multifacético, que se desempeña como economista, escritor y radiodifusor. Ha dejado su huella en el mundo de la literatura con destacadas novelas, como "Vidas paralelas" y "Las horas perdidas".
Instagram y Twitter: @emartz1, sus videos están disponibles en su canal de YouTube bajo el nombre Edinson Martínez.
Facebook: Edinson Manuel Martínez Barrios.
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Foto de Kristal Tereziu: pexels-public domain.
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