"La carta final", un texto de Juan Carlos Vásquez - Entonces ¡fiuuum, venga a disparar!

Desde que te marchaste era solo pensar, recordaba instantes y lugares, no hablaba, no comía, me empastillaba para dormir; duré semanas refugiada en la habitación. No había querido llamarte ni escribirte hasta hoy, pero necesitaba desahogarme. ¿Te sigue gustando la música? No puedo concebirte serio, en una casa, cumpliendo labores cotidianas. Hace tan poco caminé por aquellos sitios, ya no quedan vestigios de lo que fue. Los comercios no existen, la juventud ha sido substituida por la delincuencia, las plazas y los parques han cerrado… Por más que intenté buscar un lugar para reencontrarme con el pasado no encontré nada. 
Algunos agitan y promueven rebeliones que nunca suceden… Y, haciendo preguntas y consiguiendo datos, confirmas tus peores sospechas, forman parte de lo que adversan.
Seguramente la información te está llegando alterada por eso quiero escribirte de primera mano, hoy a las seis de la mañana con un fuerte dolor de cabeza y el estómago vacío, ahora que mi cuerpo empieza a reaccionar. Fuiste testigo del deterioro, pero desde que ya no estás las cosas perdieron su nombre. No sé si llorar o reír, casi todos se han ido, no me di cuenta… Cuanta más esperanza tenía, más la iban devastando.
 Observo a quienes dan las órdenes, soy testigo de los arrestos, de la represión, de cómo las detonaciones impactan en las cabezas y asesinan a todo aquel que se ponga en frente. La barbarie siempre ha ido en serio, no para, se mata con regocijo. Muchos aplauden estas acciones contradictorias de forma sistemática cuando se agrupan en filas para ser consagrados por el líder y recibir sus presentes, luego celebran con un baile descontrolado ante los funerales de los adversarios entre cánticos nacionalistas.
El líder, aunque estúpido e imberbe, se hace respetar con incriminaciones y fuego, posee una manada de civiles armados sin educación primaria. En la selección gana al que no le tiembla el pulso. Allí convive lo más nutrido de la escoria y la porquería humana, asesinos a sueldo y fanáticos rescatados del submundo criminal. En muchas ocasiones he tratado de debatir con las personas, pero ya nadie habla, se han propuesto una rutina exacta en el día a día y no ambicionan más. Este fin de semana han asesinado a cuatrocientas personas, ya van más de veintiocho mil en lo que va de año. Por necesidad y protección he tenido que hacerme amiga de un criminal, pertenece a los paramilitares que tanto he señalado… y es que comenzaban a sospechar de «mis actividades» y no quiero terminar en la cárcel, la tumba como la llaman todos.
Dos de mis amigos presos me han contados los horrores del encierro: descargas eléctricas, abusos sexuales, asfixias, inducciones al suicidio, etcétera. Uno está por salir en libertad condicional, apenas lo haga tratará de escapar por la frontera, el otro debe cumplir seis años más de condena. Podría hacerte un recuento infinito, pero incubo la peor de las violencias, me tiembla el pulso. Salimos día a día a la buena de Dios y no sé si regresaremos, pero nuestras calamidades no solo son esas, también se burlan de nuestros muertos, todo en directo, en señal abierta de televisión. 
He meditado mucho para mantenerme dentro de la frontera de lo racional. Aquí ya no hay sorpresas, quizá el estado de los cadáveres o el número de disparos sobre los cuerpos pueden alterar tu asombro. 
En este instante hay una fiesta, escucho música y sonrisas. Siento un total desprecio tanto con el verdugo como con el victimario, la gente ha creado una especie de humor negro de muy mal gusto. 
Como todo carece de seriedad me da miedo asumir que el deterioro es tal, que ya no hay vuelta atrás. La esclavitud se ha implementado, te dan unas cuantas migajas con exactitud una vez al mes y a un horario impostergable, no hay tiempo para más, sin luz, la oscuridad describe el infierno mejor que yo, un tiempo a cámara lenta que está creando una demencia colectiva. Todo esto es inconcebible, perdí el trabajo, cerraron parcialmente la universidad y buscando una distracción para salir del letargo tuve una idea, una inquietud, llámalo como quieras… ahora quiero aprender a disparar para complementar el tiempo, es lo único que me queda, desahoga y quita las perturbaciones. Empezó como un juego en un comentario y ahora parece que se materializa, ya voy por mi sexta clase.
Es una forma de reaccionar ante los estímulos agresivos y me anticipo a cualquier situación. Hoy me explicaron las condiciones necesarias para un buen desempeño en el tiro. Sin trabajo, sin esfuerzo, no habrá resultados sólidos. El arma nos patea, nos aturde. Al principio tuve muchos errores: cerré los ojos, se me quebró la muñeca hacia delante anticipando el retroceso. Ahora aprendo a manejar los imprevistos, las cosas que se salen de lo rutinario; respirar, parpadear, latidos del corazón; en fin, todo lo que hacemos simultáneamente a la acción. 
**
Me sorprendo, parece el fin de algo. Cómo se parece todo esto a una venganza. ¿Cómo decírtelo? Llego ahora a un punto acerca del cual no debería, el punto al que voy a referirme es Dios contra el asesino, y una prueba fehaciente de que la sangre inocente clama al cielo.
No quiero que te asustes, estoy tranquila y satisfecha porque finalmente he coincidido con gente que piensa como yo. Lejos de ser una cuestión de azar, resultó que un grupo pequeño de voluntarios superó completamente a los demás, haciendo elecciones óptimas bajo riesgo. Ellos no son prodigios en las armas, ni tampoco son policías, ni militares. Pero sí son los «valientes», con conductas peligrosas y «psicopáticas», causadas por el dolor y el desamparo. Estoy tan alegre, demasiado podría decirse, porque ha llegado la ruptura que tanto esperábamos. Son inercias que tienen que alinearse y se han alineado. Hemos obtenido un sin fin de «herramientas», y de entre ellas, una «M2.50» de largo alcance a través de la frontera. Tiene un modo automático que se activa al girar hacia abajo el retén del cerrojo, cuando este ha sido girado hacia arriba dispara en modo semiautomático. También puede disparar tiro por tiro. Tendré esta opción dependiendo del caso. No comprendía de lo que se puede llegar a ser capaz, tampoco entendía que la propaganda forma una realidad de fuerza que no es tal. Mil veces, elevar y rotar el trípode del arma y girar hacia abajo el retén del cerrojo lo que permitirá una puntería más precisa, como un deporte, mil veces practicarlo, hasta que se está listo. 
Me vestiré como nunca, más que presentarme a una ejecución acudo a una venganza. Tenemos la punto cincuenta a tono. Ya he visualizado el momento, el empuñe, la postura, la alineación correcta de mira. He descubierto su poder sobre el espacio para saber dónde incrementar el ataque.
Me hubiese gustado que estuvieras presente, aunque fuese a una distancia considerable para que no te metas en líos. El escenario es un balcón, un vehículo que lentamente se desplaza. Ejerceremos los movimientos sin cometer errores para llevar a cabo todo lo aprendido. Será un día de sorpresa y celebración.
Recuerdo estas calles, otra virtud reinaba en el ambiente, solíamos pasear sin esas estúpidas disputas de poder. Hoy alguien tiene que asumir responsabilidades. Seguramente crearán un historial para enjuiciar mis objetivos de manera incorrecta pero ya no tiene importancia. 
Sueño con el sonido atronador, con esas luces, con esos resplandores. Sera lo más grande que he visto (y quizá también lo más satisfactorio de lo que jamás he formado parte), ver al enemigo estallar en pedazos por los aires junto a sus colaboradores. Dios, será magnífico. Entonces ¡fiuuum, venga a disparar! Una rabia ciega tomará el control de una forma incomprensible. El abrumador deseo de matar.
Es un día demasiado hermoso para ser verdad así que disfrutaré al extremo estos momentos.

25 de mayo. de 2014



Juan Carlos Vásquez es autor de 'Ward's Island: El costado oscuro de Nueva York'. Fue finalista en el concurso de microrrelatos 'Guka' en Buenos Aires en 2018." Web/Blog.

📚 Lee otro texto de este autor (en Herederos del Kaos):  Performance 

Foto de Leah Kelley: pexels-public domain.

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