Al frente había un mar que deseaba intensamente alcanzar. Allí resplandecía un sol blanco. Otro oscuro y bestial encima de mí.
“Vagabundo, ¡contempla!”
Y desde la luz nívea apareció una entidad angelical, suprema. Sustentaba dentro de sí un diamante con una espiral tallada a cuchillo. Enseñándomela, continuó: “este ha sido tu camino”. “Y yo soy magia”.
“Ebrio, extraviado en la multitud, te desplomaste en la ciudad. A pesar de la estupidez acumulada en tus entrañas, tuviste razón al sospechar que tu genero deambula carente de sentido. Aunque no sea gran revelación. Sin embargo, tu alma buscaba algo allende a tu cálculo, a cualquier sitio imaginado. La Divinidad se conmovió observándote bajo puentes pintados de grafitis, en los vagones del tren. Limpiando zapatillas. Oh, se conmovió de tu angustia al despertar y desafiar lo que erróneamente vuestra especie atreve a llamar vida”.
Tras aquella confesión el zumbido de un puñado de moscas se multiplicó en mi rostro ya sin carne. Los huesecillos cayeron como lagrimas al abismo. Vomité polvo pútrido, similar a millones de partículas innecesarias. Muté en una especie de fantasma. En una esencia artística, elevada.
Entonces una centella estalló en la tormenta, fraccionando el humo en dos nubes. Luego desaparecieron como el último hilillo de una vela consumida. Superior a un sueño, surgió el alma de una mujer. Brillaba del modo en que lo hace la luna llena durante la medianoche. Me sentí purificado por la fuerza total de lo sublime. Ella explicó que antes del momento postrero era una pequeña bailarina, igual a la canción de Elton John. Frágil y sin brújula en las calles, patinando en el hielo. O frente a una ventana que escurre lluvia.
Habíamos nacido el mismo día. En paralelo. Al sur del planeta yo. Al norte ella. Habíamos fallecido en la Tierra en instantes exactos. Destruidos por las mentiras del mundo, el absurdo, el dinero, el asesinato paulatino de insignificancias. Pero sujetados de la mano escapamos de mi terrible oscuridad. Aquella alma bailarina me guio hasta el mar de blanco sol. El agua poseía el sonido de un piano. Un beso esquivo, desconocido en vida, se consumó entre nosotros. Después nos sumergimos eternamente en el amor. La muerte resultaba agradable. Y nunca más nos perdimos.
Sebastián Trujillo. Comunicador social y periodista. Nacido en 1993, Barranquilla Colombia.
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Foto de Alexander Krivitskiy: pexels-public domain.
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