'Desmantelamiento', relato de Ron Goulart

No comprendían los garabatos en las paredes, extraños y deformes, dibujos casi infantiles hechos con carbón.

Bueno, con varitas de neomadera quemada.

  Estoy seguro de saber qué es lo que estaba haciendo Bil allí debajo. Sin embargo, nunca me he ofrecido a contarlo. No hay nadie a quien pudiera beneficiar con ello.

  A Bil no, ciertamente. Y a Carla no creo que le importe.

  Conocimos a Bil y Carla en el verano de 2018, poco después de que nos mudáramos a las Comunidades Apacibles. O mejor dicho, yo los conocí entonces. A mi mujer se le había ordenado que perdiera veinte kilos antes de que pudiéramos ser aceptados por la escogida comunidad. Se pasó mucho tiempo de nuestras primeras semanas en las Apacibles enfurruñada en el solarium de nuestra casa de tres habitaciones. A mí no me importaba, yo no tenía ningún problema con ella. La prefería robusta.

  Yo no admitía esto delante de los paraterapistas de la comunidad, ni siquiera delante de cualquier médico robot, pero me gustaba que mi mujer estuviera allí, bajo el toldo azul, envuelta en toallas de licra y llevando el mayor tiempo posible aquellas gafas rojas. Ella era mayor que yo, lo que significaba que nos ordenarían mudarnos de las Apacibles en un período de tres años. Era una de las mejores comunidades para gente de 31 a 36 años en aquel sector de Conecticutt. Yo era unos meses mayor de 31 años.

  En mi segundo fin de semana en la comunidad, cuando volvía en la plataforma del baño obligatorio para hombres de 31 a 32 años, me encontré por primera vez con Bil Wilky. Él estaba agachado justamente delante de mí, tanteando el césped con su mano derecha, que era excesivamente rosada. Era un tipo larguirucho con el pelo de diferentes colores.

  Casi caí sobre él, puesto que yo estaba con la cabeza vuelta observando un partido obligatorio de dobles para mujeres de 33 a 34 años que tenía lugar en una pista cubierta de tenis. Una de las mujeres, alta y con el pelo rojo, parecía tan robusta como lo había sido mi mujer.

  —Perdóneme —dijo Bil cuando choqué con él. Tenía una sonrisa que cruzaba su cara en momentos inesperados—. Estaba buscando mi oreja.

  —¿Oreja? —Al agacharme junto a él me di cuenta de que había un espacio liso y en el lado izquierdo de su cabeza.

  —Uno de nuestros nuevos modelos —dijo él— obtuvo una clasificación muy buena en el Vista y Sonido del pasado mes. Trabajo para la Partz Inc.

  Yo había pensado usar los ahorros mutuos disponibles para los conductores en un Amtrak. Partz Inc era uno de los almacenes en la lista.

  —¿Tienen que usar ustedes sus propios productos? —le pregunté.

  —Ellos no insisten, lo que hacen es pedir voluntarios. —Sonrió más ampliamente—. Yo siempre me presto voluntario. Actualmente esta cosa funciona mucho mejor de lo que lo hacía mi verdadera oreja, pero tiene tendencia a caerse. La recepción es realmente impresionante. Oigo cosas que nunca oí antes. No es que estuviera ansioso de oír como se aparean los mosquitos o…

  —Ahí está —dije señalando.

  —No, no es la mía. Es una oreja de señora. ¿Ve cómo está perforada?

  Toqué la oreja con las yemas de los dedos.

  —¿Deberíamos llevar esto a la patrulla?

  —No. Déjelo estar, es la regla, recoger solamente las propiedades perdidas que nos pertenecen. Ah, ahí está la mía. —Recogió la oreja del césped y la adhirió a su cabeza.

  —El enchufe es lo que está un poco desgastado. Al instalarse las orejas Partz se horada el cráneo y se enchufa la oreja.

  Hacía dos años que yo había tenido un accidente con la Amtrak, a resultas de lo cual tenía dos rodillas falsas, de forma que no me gustaba hablar de piezas de repuesto. Últimamente mi mujer se había empeñado en conseguir una nariz Partz. Le dije a Bil mi nombre y lo que hacía.

  —Usted vive en la Calle 26-A, ¿no?

  —Nos mudamos hace un par de semanas.

  —Creo que le vi en la última reunión obligatoria del bloque. Yo ya había hablado con las diez personas nuevas obligatorias y me fui antes de llegar a usted.

  —Me han dicho que necesito otro compañero para la velada obligatoria de cerveza en el bar del bloque. ¿Está usted libre?

  —Sí. Se lo notificaré al encargado social del bloque 26 y me reuniré con usted el jueves de 9,15 a 10,15.

  Así fue como nos hicimos amigos. Bil tenía 33 años. Trabajaba para la Partz desde hacía más de siete. En 2016 lo habían transferido a la división de Nueva Inglaterra, pidiéndole que se pusiera al frente de un departamento de Acreedores. Bil estaba a cargo de un equipo de recuperación, que incluía a un tipo con habilidad telemagnética. Este tipo no era muy eficaz con las cosas pesadas, como las piernas o los brazos, pero podía recuperar una oreja o un ojo desde una distancia de un metro y medio. Bil trabajaba en los casos más duros. Los deudores más inteligentes. Mientras que su personal recorría los sectores residenciales de New Bridge port y New Haven recuperando camiones enteros de miembros, más algún corazón o pulmón ocasionales, Bil perseguía a los más recalcitrantes.

  La primera noche que fuimos juntos a tomar nuestras dos jarras de cerveza, Bil acababa de localizar a una bailarina de Hartford 3 que se negaba a pagar la pierna derecha que Partz le había colocado.

  —Esa maldita pierna es lo que le permite vivir —me dijo—. En cierta ocasión decidió desprenderse de su pierna y colocarse una pierna Partz. Partz Inc, le diseñó una nueva, y ella se convirtió en una estrella. Era primera bailarina con el Newton Civic Ballet, hasta que se nos escapó. La encontré viviendo con un bailarín de zapateado.

  —¿Cómo recuperó usted la pierna?

  —Oh, hay diferentes modos —sorbió su cerveza, con los ojos fijos en el fondo de la jarra.

  —Eso es lo que quiero decir. ¿Cómo lo hacen en este caso particular?

  —Golpeándolos. La golpeé a ella y al bailarín de zapateado. Desprendí la pierna y la guardé en el depósito de mi vehículo aéreo.

  —¿Qué hará cuando vuelva en sí, con solamente una pierna?

  —Siempre les dejo una muleta —dijo él—. No se puede ser sentimental. Esa chica llevaba un atraso de seis meses en su pago. Tratándose de una pierna de primera clase como la suya, eran 6.000 dólares lo que nos debía. —Bebió un poco más de su cerveza—. Ya no ponen más aditivos en esta cerveza. —La terminó y pidió la segunda—. Lo que es peor es la recuperación de un corazón. Entonces hay que quitar el corazón Partz, pero sustituyéndolo por uno de segunda mano, pues de lo contrario, según el Acta de órganos vitales de 2012, se consideraría un crimen. Si tuviera usted que desprender corazones mientras un familiar del paciente está golpeándole con… Bueno, hablemos de otra cosa. ¿Cómo le va a su esposa?

  Fue un deudor moroso llamado Rutherford quien más contribuyó a lo que al final le ocurrió a Bil. Rutherford, un artista bien entrado en los cuarenta, había estado eludiendo a la Partz durante cinco años. Pocas semanas después de que yo conociera a Bil, su compañía tuvo noticias de que Rutherford, con su mano derecha de 400.000 dólares sin pagar, estaba en el área de Nueva Inglaterra. A Bil se le ordenó concentrarse en el caso. No lo vi en unas cuantas semanas. El encargado social cambió mi noche de cerveza, trasladando al jueves, de 9,15 a 10,15, el obligado encuentro sexual entre mi esposa y yo.

  Cuando volví a encontrar a Bil en el almuerzo obligatorio mensual, él sonreía.

  —¿Cómo va su caso? —le pregunté.

  —Estoy descubriendo cosas muy extrañas. Espere, déjeme ver si puedo obtener un permiso para tomar nuestro almuerzo en el patio del Country Club.

  Cuando estuvimos fuera, bajo una cúpula naranja, pregunté:

  —¿Qué clase de cosas raras?

  —Bueno. Ese Rutherford ha escrito libros muy extraños.

  —Nunca oí hablar de ellos.

  —Nunca han sido publicados. Encontré unas cintas grabadas en uno de sus estudios-escondite. No pude atraparle, pero estuve lo suficientemente cerca de ello como para apoderarme de sus efectos, cintas grabadas, dibujos, pinturas. —Sonrió, con la pálida cara teñida de naranja—. ¿Le dije alguna vez que en un tiempo yo quise ser artista? No. Probablemente no. Ni siquiera Carla lo sabe. Lo pasé realmente bien mirando aquellos cuadros. Por supuesto los ha pintado con una mano por la cual todavía nos debe 256.000 dólares, pero eran cuadros importantes. Había estudios de niños jugando en la… bueno, dejemos el asunto.

  —Bueno, yo no sé exactamente que…

  —No importa, usted ya tiene suficientes problemas.

  Así que no supe nada sobre aquellas cosas extrañas. No entonces.

  Tuve una conversación más con Bil. Fue un día o dos antes que se las arreglara para localizar a Rutherford. Por lo que él me dijo entonces, por lo que puede sacar a Carla, y por lo que obtuvo de una fuente que no voy a mencionar, pude confeccionar, principalmente para mi propia satisfacción, un esquema de lo que habían sido las últimas semanas de Bil.

  —¿Cree usted que Rutherford sabe de lo que habla? —preguntó Bil mientras dábamos nuestro paseo obligatorio de después de la cena, esa noche.

  Un artista que huye probablemente exagera.

  —No lo creo. —Bil sacó un cigarrillo y lo encendió con el mechero incorporado en su mano derecha artificial—. Los detalles de lo que Rutherford dice en esas grabaciones… todo concuerda.

  —¿Qué dijeron sus superiores cuando les entregó las grabaciones?

  —No he hecho eso aún.

  —Pensé que tenía que darle a la Partz…

  —Ellos no saben todavía que tengo todas esas cosas. Yo quiero a pesar de que a Carla le moleste, escucharlo todo unas cuantas veces más.

  Uno de los ladrillos del suelo se iluminó, mostrando la hora 7,42 cuando lo pisé.

  —¿Cuál es exactamente su teoría?

  —Es más que una teoría —insistió Bil—. ¿Sabe?, antes de que Rutherford comprara la mano enseñaba en el Danbury Middle College. Cogió el hábito de la investigación, un don para profundizar y un conocimiento profundo sobre cómo obtener los hechos. Incluso puede obtener información de los computadores del gobierno. —Deteniéndose, dijo luego—: He estado encargándome del departamento de deudores todo este tiempo y nunca había tenido noticia de que hubiese un grupo sobre mí.

  —¿Otro grupo?

  —Un grupo que tiene la responsabilidad de los casos realmente complicados. También se encarga de personas de las que se sospecha que son agitadores.

  —Parece algo inventado por Rutherford.

  —No. He podido hacer una pequeña comprobación en Partz de que está diciendo la verdad.

  —¿Por qué no han perseguido ellos a Rutherford entonces?

  —Por una razón. Ellos no saben cuánta información tiene Rutherford sobre ellos —dijo Bil—. Por lo que yo he… bueno, hemos llegado al final de nuestro período de paseo.

  Salió del sendero enladrillado a la rampa que lo conduciría a su casa. Nunca lo volví a ver después de aquello.

  Al final de la semana logró atrapar a Rutherford en una comunidad Megavitamínica de Greater Waterbury. El artista se hacía pasar por un realizador de tatuajes religiosos, y cuando Bil lo encontró en su tienda subterránea no había ningún cliente allí.

  —Ah, ha venido usted con unas cuantas horas de retraso —dijo el hombre—. Me voy a la Argentina Reconstruida. Todos mis papeles están listos y estoy esperando…

  —Usted debía haber pagado sus plazos mensuales. Ignoró todas las advertencias que Partz le envió —dijo Bil consultando el Manual Partz de procedimientos.

  —Escuche, quizás…

  Bil usó la porra.

  Rutherford cayó tambaleándose sobre su iluminada mesa de dibujo con un manojo de letras mayúsculas debajo de su mano de 400.000 dólares.

  Bil podría haber intentado hablar con Rutherford más de lo que lo hizo, para preguntarle sobre lo que sabía del lado oculto de las operaciones de Partz, pero cuando vio al hombre allí, pienso, lo golpeó casi en seguida para no tener que escucharlo.

  Bil había estado con Partz un largo tiempo, quizá pensara que podía continuar. Mientras menos supiese, más fácil le sería continuar allí.

  Cuando empezó a desprender la mano, Bil advirtió los dibujos. Había una carpeta llena de ellos apoyada en la pata de la mesa. Los recogió y los miró. Si hubiera sido capaz de dibujar así ya no habría…

  Apartando los dibujos recogió la mano artificial. La sostuvo en sus manos en vez de ponerla en el saco especial que llevaba consigo. En lugar de esto la puso al borde de la mesa.

  Entonces desprendió su propia mano artificial y la sustituyó por la de Rutherford.

  A donde fue a continuación no lo sé. Probablemente hizo uso de los papeles de Rutherford para salir del país.

  Él y Carla no eran muy felices juntos. Carla era demasiado delgada para mi gusto, pero no creo que éste fuera uno de lo problemas de Bil con ella. En todo caso no le importó dejarla atrás.

  Si se fue a la Argentina Reconstruida o no es difícil, por lo menos para mí, de determinar. Se estableció, unas pocas semanas después de dejar Conecticutt, en un pueblo de México 3. Allí dedicó su tiempo a dibujar y pintar. La mano Partz de 400.000 dólares, en caso de que ustedes no hayan visto una demostración de ella, puede dibujar y pintar en unos quinientos estilos diferentes. Al parecer los intentó todos. Realizó bajo la influencia del ambiente mexicano, una serie de murales al estilo de Ribera en su sala de estar, también una docena de paisajes al estilo de Cézanne, algunos retratos a la manera de Renoir, seis estudios de Corot de edificios y puentes, bocetos de animales al estilo de Buzino, varias docenas de Picassos de diferentes períodos, algunos dibujos a la pluma de Henry Kley y en los estilos de George Grosz y Milton Gross.

  La mano lo hacía muy feliz. Una chica, una expatriada noruega que trabajaba en diseño de muebles, dice que siempre estaba sonriendo durante aquellas primeras semanas de experimentación.

  Entonces Partz, que hacía mucho tiempo que había encontrado al inconsciente Rutherford y que lo había interrogado, descubrió dónde se escondía Bil.

  Al principio fueron educados, cursando un telegrama para comunicarse con él. Cuando recibió el requerimiento de volver a su oficina, Bil se fue, dejando la mayor parte de su trabajo detrás, y se adentró en el sur en la jungla de México 4.

  Empezaron a hablar con él a continuación. Tal como Rutherford había establecido, Partz podía hacer cosas que la mayoría de la gente no advertía.

  Cuando su oreja le habló, Bil estaba sentado en la baranda de su cabaña al borde de la jungla, pintando a la manera de Rousseau lo que veía ante él.

  «Vuelve a casa, Wilky. Es una orden», le decía la oreja. «Si no atiende esta advertencia nos veremos forzados a…»

  Desenchufó la oreja, la arrojó hacia el verde follaje y siguió pintando.

  Nada ocurrió durante unos cuantos días.

  El mal funcionamiento empezó cuando volvía de nadar en una laguna en la jungla detrás de su casa. Cuando salió de la jungla a la hierba quemada de un pequeño claro, empezó a sentir un intenso dolor en su rodilla derecha, la rodilla que no era suya. Era una de los 2.017 modelos que Partz Inc. había sugerido a toda su gente que probase. Bil, dando gritos, trató de entrar corriendo en su cabaña. El dolor, zigzagueando arriba y abajo por sus piernas, que hacía que los dedos de sus pies se contrajesen y que sus muslos temblasen, era excesivo. Cayó en tierra.

  Se levantó. Volvió a caer.

  Se arrastró dentro del dormitorio y, usando un cuchillo, se desprendió de la rodilla. El dolor cesó.

  Esto era exactamente lo que Rutherford había mencionado en sus grabaciones. La gente de Partz que podía causar dolor y cosas peores a cualquier distancia. Rutherford daba, como otros ejemplos de su trabajo, realizado frecuentemente a requerimiento de la Oficina de Seguridad Nacional, el aparente suicidio del rey Norberto de la Suecia Alta, el fatal accidente alpino del agitador de la Liga de las Naciones Gnordling y la inexplicable muerte del presidente Frates de Nuevo Brasil.

  Eso era todo. Ahora Bil estaba seguro.

  A la mañana siguiente su pie derecho empezó a palpitar. Había desarrollado también, para sorpresa de Bil, la facultad de hablar.

  «Podemos darle solamente unas cuantas opciones, Wilky; ¿continuará usted rehusando a volver a casa? ¿Debemos…?»

  Se desatornilló el pie y lo arrojó, a través de la ventana, hacia la jungla.

  —Nunca debía permitirles que sustituyeran tantas partes de mi cuerpo con esa chatarra suya.

  Cojeando por la habitación con solamente un pie y una rodilla completa, estuvo hablando consigo mismo. El único medio de permanecer allí y hacer lo que quería, el único medio de escapar de los dolores y las incomodidades que le enviasen, era desprenderse de todas las adiciones Partz que había en él. Librarse de ellas.

  Pero ni siquiera aquello era suficiente. Podían usar las partes para localizarle, así que debía primero desmantelarse a sí mismo y luego irse. Desgraciadamente había dos adiciones que no podía quitarse: una era el regulador impolatando en su corazón, y la otra era la mano que había quitado a Rutherford. No tenía sustituto para el corazón y no estaba dispuesto a perder la mano.

  No he podido, y no estoy en condiciones de arriesgarme, ver los partes médicos de Bil. En consecuencia no estoy seguro de cuántas piezas de su cuerpo habían sido sustituidas durante el tiempo que estuvo en la Partz Inc.

  Le llevó varios días cruzar la pequeña franja de jungla hacia su siguiente destino. Una crónica dice que llegó a la ciudad en una pequeña silla de ruedas. La parte inferior de su cuerpo había quedado atrás. Es probable que sea una exageración, puesto que es seguro que tenía por lo menos una pierna suya.

  Bil, con sus pequeños ahorros, alquiló una choza de paredes encaladas, y continuó dibujando y pintando. El control remoto de la gente de Partz lo encontró de nuevo, por supuesto, y comenzó a mandarle dolores a la mano de 400.000 dólares. Aguantó por dos días. Dos días completos de aullidos, y contorsiones y sonrisas fuera de lugar, y también de dibujar. Al final tuvo que rendirse y desprender la mano.

  Lo que ocurrió en los siguientes días no lo sé muy bien. No con detalle. Es posible que la Partz le enviara alguna advertencia final. Sabían que Bil conocía todo lo que Rutherford había averiguado. Tenían sobradas pruebas de que Bil no era ya leal a la compañía. Le enviaron un ataque al corazón.

  Bil fue encontrado muerto, tendido sobre el suelo de piedra. Había extraños, deformes e infantiles dibujos en las paredes encaladas. En su mano izquierda, que era suya, apretaba una varita de oscurecida madera que había cogido del fogón.

  No comprendieron los dibujos. Yo sí.

  Bil se había encariñado con la idea de que era un artista. Incluso después de abandonar la mano de 400.000 dólares continuó en ello. Aquellos dibujos en la pared eran su obra.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

ENTRADA DESTACADA

"Entrevistas y reportajes" en el mundo de las letras y las artes escénicas

Esta selección de entrevistas y reportajes realizados por Juan Carlos Vásquez para diversos medios y revistas, reúne a una amplia variedad ...