Poema: «Desapariciones», de Paul Auster


XI - El arte es el espejo del ingenio del hombre (Marlowe). El reflejo exacto es acertado —y quebradizo—. Destrozar el espejo y volver a arreglar los pedazos. El resultado será todavía un reflejo de algo. Cualquier combinación es posible, cualquier número de pedazos puede quedar fuera. El único requisito es que por lo menos un fragmento permanezca. En Hamlet, sostener el espejo hacia la naturaleza equivale a lo mismo que la formulación de Marlowe —una vez que los argumentos previos han sido entendidos—. Porque todas las cosas en la naturaleza son humanas, aun cuando la naturaleza misma no lo sea. (Nosotros no podríamos existir si el mundo no fuese nuestra idea.) Es decir, sin importar las circunstancias (antiguo o moderno, Clásico o Romántico), el arte es un producto de la mente humana. (El humano imitó.) De: Notas de un libro de composición (1967)


DESAPARICIONES


1.

A partir de la soledad, él empieza de nuevo
como si fuera la última vez
que respirase,
y por lo tanto es ahora
cuando respira por primera vez
más allá del control
de lo singular.

Él está vivo, y por lo tanto no es
sino no lo que se ahoga en el insondable hueco
de su ojo,
y lo que ve
es todo lo que él no es: una ciudad
de lo indescifrable,
y por lo tanto, un lenguaje de piedras,
pues sabe que en el total de la vida
una piedra
dará cabida a otra piedra
para hacer un muro
y que todas esas piedras
formarán la monstruosa suma
de pormenores.

2.

Es un muro. Y el muro es muerte.

Ilegible
garabato del descontento, en la imagen,
y en la imagen posterior, de la vida;
y los muchos están aquí
aunque nunca hayan nacido,
y también aquellos que hablarían
para darse a luz a sí mismos.

Él aprenderá el habla de este lugar.
Y aprenderá a morderse la lengua.
Pues ésta es su nostalgia: un hombre.

3.

Oír el silencio
que sigue a la palabra de uno mismo. Murmullo
de la mínima piedra
tallada a imagen
de la tierra, y que los que hablen
no sean
sino la voz que los habla
al aire.

Y él contará
de cada cosa que vea en este espacio,
y se lo contará al muro mismo
que crece ante él:
y para esto también habrá una voz,
aunque no será la suya.

A pesar de que él hable.
Y porque sea él el que hable.

4.

Están los muchos, y están aquí:

y por cada piedra que él cuenta entre ellos
se excluye a sí mismo,
como si también él empezara a respirar
por primera vez
en el espacio que lo separa
de sí mismo.

Pues el muro es una palabra. Y no hay palabra
que él no cuente
como una piedra en el muro.

Por lo tanto, él empieza de nuevo,
y a cada instante que empieza a respirar
siente que nunca hubo otro
tiempo, como si en el tiempo que ha vivido
se encontrara a sí mismo
en cada cosa que él no es.

Lo que respira, por lo tanto,
es tiempo, y él sabe ahora
que si vive
es sólo en lo que vive
y seguirá viviendo
sin él.

5.

En la faz del muro
él adivina la monstruosa
suma de pormenores.

No es nada.
Y es todo lo que él es.
Y si él no fuese nada, déjenlo entonces empezar
donde se encuentre a sí mismo, y que, como cualquier otro hombre,
aprenda el habla de este lugar.

Pues también él vive en el silencio
que viene antes de la palabra
de sí mismo.

6.

Y de cada cosa que él ha visto
hablará
-la cegadora
enumeración de piedras,
incluso hasta el momento de la muerte-,
aunque sólo sea
porque habla.

Por lo tanto, él dice yo
y se cuenta a sí mismo
en todo lo que excluye,
que es nada,
y porque él es nada
puede hablar, lo cual es decir
que no hay escapatoria
de la palabra nacida
en el ojo. Y fuera él o no
a decirlo,
no hay escapatoria.

7.

Está solo. Y desde el instante en que empieza a
respirar,
no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida
en las mandíbulas de lo singular,
y la palabra que construiría un muro
a partir de la piedra más interna
de la vida.

Por cada cosa de la que habla
él no es,
y a pesar de sí mismo,
dice yo, como si también él empezara
a vivir en todos los otros
que no son. Pues la ciudad es monstruosa,
y su boca no experimenta
ninguna cuestión
que no devore la palabra
de uno mismo.

Por lo tanto, están los muchos,
y todas esas numerosas vidas
talladas en las piedras
de un muro,
y quien empiece a respirar
aprenderá que no hay dónde ir
excepto aquí.

Por lo tanto, él empieza de nuevo
como si fuera la última vez
que respirase.

Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo
lo que empieza.

De: (Disappearances: Selected Poems, 1988),




Paul Auster nació el 3 de febrero de 1947 en Newark (Nueva Jersey). Cursó estudios en la Universidad de Columbia y después trabaja en un petrolero durante un año. Se trasladó a Francia, donde comenzó a traducir los trabajos de escritores franceses. Desde 1974 vive en Nueva York. Inicia su carrera literaria escribiendo poesía y ensayos para las revistas New York Review of Books y Harper's Saturday Review. En 1982 escribe su primera novela "La invención de la soledad", una obra autobiográfica dividida en dos partes "Retrato de un hombre invisible" y "El libro de la memoria". En el año 1987 aparece su libro de cuentos "La trilogía de Nueva York". 

Su novela "El país de las últimas cosas" se publicó en 1988, "El palacio de la luna" en 1989 y "La música del azar" en 1991, que fue llevada al cine en 1993 por Philip Haas. Después escribe "Leviatán" (1992), "Vértigo" (1994) y "Lulu on the Bridge" (1998). También escribió un libro de poemas y ensayos, "Cimientos" (1990). En 1993 se edita "El cuaderno rojo", y en el año 1994 escribe el guion de las películas "Smoke" y "Blue in the face". 

Tras el éxito obtenido en España con "El libro de las alucinaciones", donde narra las vidas cruzadas de David Zimmer, un escritor que intenta salir a flote, y Hector Mann, un cineasta desaparecido, consiguió ser libro del año 2003 para todos los libreros. En otoño de 2004 apareció "La noche del oráculo", una novela donde el escritor norteamericano mezcla vida y literatura. En 2006 se edita "Viajes por el Scriptorium" y rueda su segunda película como director, "The Inner Life of Martin Frost". En 2008 publicó la novela: "Un hombre en la oscuridad". El 31 de mayo de 2006, el escritor fue galardonado en Oviedo con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. El autor de 'La trilogía de Nueva York' superó a los otros dos finalistas, el también estadounidense Philip Roth y el israelí Amos Oz. Casado con Lydia Davis de 1974 a 1978, tuvo un hijo, Daniel, y con la escritora Siri Hustvedt en 1981, con la que tuvo una hija, la actriz Sophie Auster.



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