Apenas lo oí, lo reconocí. El sonido de ese vehículo era inconfundible. Me asomé por la ventana para confirmarlo. Efectivamente, era la misma camioneta celeste, toda maltratada y antigua.
Lo vi bajar del auto y rápidamente me oculté tras la cortina. Sólo dejé descubierto una pequeña parte de mi rostro para poder seguir espiando. Ya sabía para lo que venía. Como cada semana.
Oí los golpes que dio a la puerta. Luego hubo murmullos y diálogos difíciles de entender.
Néstor- escuché la voz de uno de mis hermanos al otro lado de la puerta después de un momento.
Fue una desagradable