Abro la canilla y espero que el agua se caliente. Entonces pongo el tapón del lavatorio. Mientras el espejo se empaña me mojo la cara con el agua casi hirviendo. Limpio el espejo, mi piel está roja. Cierro la canilla, me aplico la crema y saco una hoja de afeitar nueva de la caja. Por la ventana entra el cielo gris de Londres.
Recuerdo a mi padre. Yo llevo su nombre, Alan. De niño decían que me parecía a él. No en lo físico, sino en lo terco y callado. Él cumpliría hoy sesenta años. Pero