No sabías
pero te seguí con la exactitud de una hereje.
Era mi castigo y mi credo
el latido que dejabas olvidado en los papeles.
Te miraba como quién contempla
la página arrancada del infierno,
no por temor sino por la promesa de que dolerías.
No sabías
pero te seguí con la exactitud de una hereje.
Era mi castigo y mi credo
el latido que dejabas olvidado en los papeles.
Te miraba como quién contempla
la página arrancada del infierno,
no por temor sino por la promesa de que dolerías.
Foto: Javier Molina Barrios Conocí la obra de Jaime Saenz en un viejo sótano de un edificio en Manhattan en el año 2002. La ...