María Teresa de las Mercedes Wilms Montt (Viña del Mar, 8 de septiembre de 1893 - París, 24 de diciembre de 1921) fue una escritora chilena de principios del siglo XX. Considerada una precursora feminista, tuvo una vida novelesca. Rebelde a los valores burgueses de su sociedad, fue internada a la fuerza en un convento; sin embargo, con la ayuda de su amigo Vicente Huidobro, huyó a Buenos Aires, donde se rumoreaba que el célebre poeta chileno la pretendía.
Intentó ser enfermera en Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial, pero es confundida y apresada como espía alemana. Fue amiga de los escritores Gómez de la Serna, Enrique Gómez Carrillo, Joaquín Edwards Bello, Víctor Domingo Silva y Ramón Valle-Inclán.
Fue la segunda hija, entre siete hermanas, del matrimonio de Federico Guillermo Wilms Montt y Brieba y de Luz Victoria Montt y Montt. Tuvo una esmerada educación, conforme a las reglas de la época dirigida a llevar un matrimonio y el protocolo en la alta sociedad, sin contar su carácter rebelde que prontamente se manifestaría.
A los 17 años se casó con Gustavo Balmaceda Valdés contra la voluntad de su familia. En Santiago se integró a la activa vida cultural de la ciudad. Los celos y el alcoholismo de su marido le traerán terribles conflictos familiares. Tendrán dos hijas: Elisa, llamada "Chita", y Sylvia Luz.
Residirá entre 1912 y 1915 en Iquique en pleno auge salitrero por razones de trabajo de su esposo, donde comenzará su relación con feministas y sindicalistas, y donde observó los nacientes movimientos de reformistas. Adscribirá a la masonería y hará sus primeras publicaciones en la prensa de Iquique con el seudónimo de Tebal.
Tras su regreso a Santiago, su esposo descubrió la relación que ella mantenía con Vicente Balmaceda Zañartu, "el Vicho", pariente de su marido. Un Tribunal Familiar la recluye, el 18 de octubre de 1915, en un convento, donde hará su primer intento de suicidio el 29 de marzo de 1916.
Sus viajes
Retrato de Teresa Wilms Montt por Julio Romero de Torres.
En junio de 1916, Vicente Huidobro la ayuda a escapar del convento y huye con él a Buenos Aires. Su permanencia en esta gran ciudad que comenzaba a destacar por su círculo intelectual cosmopolita hará un enorme impacto en ella. Al año siguiente publicó sus librosInquietudes Sentimentales y Los Tres Cantos.
Tras un desgraciado conflicto sentimental (uno de sus enamorados en Buenos Aires, se suicidó frente a ella) se marcha a Nueva York para colaborar con la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial, pero:
"No me dejaron desembarcar y me encerraron con llave en el camarote... por graves sospechas de espionaje al servicio alemán. (...) El día 4 (de enero de 1918), a causa de la primera letra de mi apellido, fui la última en desfilar ante la presencia de un empleado que acompañado de detectives y oficiales revisaba los pasaportes (en Ellis Island). Al leer mi nombre el representante de la autoridad yankee me miró de la cabeza a los pies, y sin hacerme pregunta alguna, ordenó en voz alta a un subalterno que me acompañara en calidad de detenida."
Marchó entonces a España, intengrándose tal como en Buenos Aires en la bohemia madrileña donde presentada por Joaquín Edwards Bello conoció a los escritores Gómez de la Serna, Gómez Carrillo y, principalmente, Ramón Valle-Inclán quien prologará sus libros publicados en España.
En España publicó con el seudónimo Teresa de la Cruz sus obras: En la Quietud del Mármol y Mi destino es errar.
Tras errar por Buenos Aires, Sevilla, Córboba y Granada se establece en 1920 en París donde se reencontró con sus hijas tras de 5 años de separación. Sin embargo, el dolor de la nueva separación de ellas al regresar éstas a Chile le significó una terrible depresión que la llevó, cerca de la Navidad de 1921, al suicidio. Teresa falleció por una sobredosis de Veronal a los 28 años de edad.
. “Las mujeres somos vehementes, y por eso inconstantes. El hombre es mil veces mejor organizado; ellos esperan. Cuando un ser femenino desea una cosa vive, agoniza, muere por conseguirla. Y en su cabeza no hay otro pensamiento. Cuando lo consiguen vienen casi inmediatamente el hastío y el desencanto. Nosotras somos locas insaciables de ideales, y uno tras otro, sin descanso ni tregua hasta que la vejez pone término al fuego de la imaginación y de la fantasía…”
¡Anuarí! ¡Anuarí!
Espíritu profundo, vuelve del caos.
Torna en misteriosa envoltura, huésped de mis noches glaciales.
Que tus dedos de sueño posen sobre mis párpados desvelados.
Ciérralos, Anuarí.
Veneno sublime, da muerte a mi cerebro aterrado.
Quédate sobre mi fosa sonriendo enigmático.
Sonrisas de ultratumba, sombra y luz, sonrisa tremenda que me ha aniquilado.
¡Espíritu profundo, vuelve del caos!
Se han muerto todas mis flores, sólo queda para tu hambre la sangrienta herida de mi corazón partido.
Anuarí, Anuarí. ¡Sucumbo en el torbellino de los astros locos que se precipitan!
¡Vuelve del caos!
Nació en el seno de una familia acaudalada, aristocrática y de tradición política. Su padre fue don Guillermo Wilms, quien trató de ayudarla en los momentos difíciles de su vida. Era talentosa, bella y culta. Desde muy joven se rebeló contra el orden establecido, razón por la cual la familia la condenó al claustro, donde inició algunas páginas de su “Diario”. Se casó contra la voluntad familiar con Gustavo Balmaceda Valdés, sobrino del presidente Balmaceda y administrador de fundos. Tuvo dos hijas, Elisa y Sylvia Luz. A raíz de un desastroso matrimonio se separó y tras un juicio despiadado el marido le quitó la tuición de las hijas. En 1916, se autoexilió en Argentina, acompañada por Vicente Huidobro. En su destierro escribió varios libros, uno de ellos inspirado en el suicidio de un enamorado: Anuarí. Luego se trasladó a Madrid y finalmente a París donde murió producto de una dosis de veronal a los veintiocho años. De su vida se conocen trazos aislados y anécdotas variadas. En España vivió largamente en los cafés madrileños, conversando con Valle Inclán, recitando versos de Tagore o cantando. Joaquín Edwards Bello, la evoca envuelta en una capa negra con grandes flecos y un sombrerito de tul: “dio a conocer ese genio alerta, ágil y audaz de las artistas chilenas”. Participó en recitales en El Ateneo de Madrid, alternó con Azorín y Pío Baroja y también fue inmortalizada por los pintores Anselmo Miguel Nieto y Julio Romero de Torres.
Entre sus obras se cuentan “Páginas de mi diario”, “Con las manos juntas”, “Los tres cantos” (1917), “Del diario de Silvia”. También, “Inquietudes Sentimentales” (1917), “Cuentos para hombres que son todavía niños” (1918), “En la quietud del mármol” (1918), “Anuarí” con prólogo de Ramón del Valle Inclán (1918). En Chile se publicó una selección de sus obras bajo el título de “Lo que no se ha dicho” (1922).
Vicente Huidobro, dijo que “Teresa Wilms es la mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia..” (O.C., 1976).
Por su parte, Juan Ramón Jiménez le señalaba: “...tu expresión original encuentra la emoción más clara de un misticismo nuevo; amor tan humanamente distinto de los otros, hecho tan con otras cosas, entre cosas tan diferentes. Tú das una cosa que no es tan usual, pero que puede serlo desde que tú la tocas. Tus caminos son otros, otros que no son unos, uno, en el momento mismo en que tú pones en ellos tu pie, tu planta, mística tú diferente en todas las místicas y los místicos, mística del amor y el dolor impensados, con tu pensamiento pleno de distancias, acercadura fácil de lo lejano difícil..” (Undurraga, 1958).
Luis Oyarzún, profundizaba en el aspecto sensual de Teresa: “Pocas mujeres han nacido, con tal apetito de vida, con tan grande anhelo de amor y comunicación humana, con tan viva sensualidad, ávida de exprimir el secreto goce de lo creado. La muerte del hombre que apasionadamente amaba destruyó para siempre su ingenua alegría. Después no quiso ya sino hablarle a él y en él al amor, al misterio, a la muerte...En nuestra literatura no se ha dado un delirio amoroso más devorador”. (Ct. En González-Vergara, 1992).
El crítico y poeta Andrés Sabella, decía que “su decisión de morir en navidad adquiere rasgos de sanguínea. Teresa se regalaba el bien por el que vivió, desesperada, sus 28 años de “Magdalena de este siglo”, de reina y mendiga, “bella de toda belleza”, escribieron en Nosotros, de Buenos Aires, “pura de alma porque pudo sentir lo que otras mujeres no han sentido”. (Revista Hoy, 1982).
Ruth González-Vergara, que se ha preocupado de rescatarla, dirá que “la obra de Teresa Wilms Montt, aunque es escueta, ofrece un interés enorme por el aporte innovador de sus temas, improntas y manejo del lenguaje. Esto unido a su extraordinaria personalidad, la singularidad de sus actuaciones, sus viajes y desplazamientos, múltiples y en breve tiempo y, en especial, por ese hálito emancipador que animó todas las cosas que emprendió en su corta existencia”. (1993, p.201).
En Lo que no se ha dicho, Teresa Wilms señalaba su destino, que era también su decisión y su mensaje: “Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido” (1921). Quien fuera, al decir de Martín Cerda, “sin duda la figura más trágica de la literatura chilena de este siglo”, ha dejado además, alguna de las páginas más angustiadas de nuestra poesía. En algunos de sus fragmentos de su diario, en Inquietudes sentimentales, Los tres cantos y otras obras, ha dejado huellas de esa contradicción fundamental con las ideas de su época sobre el rol público de la mujer. La poeta fue marginada, convertida en símbolo sexual, reprimida y obligada a suicidarse al mismo tiempo que su obra fue silenciada por la crítica, por sus planteamientos y acciones de ruptura con el medio. Aunque críticos como Andrés Sabella, Mila Oyarzún, Luis Oyarzún, Martín Cerda, Jorge Edwards, Juan Ramón Jiménez, Cristina Peri Rossi y otros, leyeron algunos escritos de Wilms Montt, su obra fue prácticamente desconocida hasta las publicaciones realizadas por Ruth González en 1994. Es hora de reivindicarla y ponerla a vivir de nuevo con todos sus atributos literarios entre los lectores.
Se ahogó mi risa en el espejo.
Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de plata.
Una, dos… calló la hora, metal frío de planeta en la rigidez del páramo.
Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.
Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanda que al deshacerse vuelve en la superficie argollas y cruces brillantes.
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