Una conversación a dos manos entre 'Mario Álvarez Porro' (La palabra en llamas) y 'Marta Domínguez Alonso'

EL HÁBITAT DE LA PALABRA. CICLOS DE LITERATURA VIVA


Ediciones en Huhida nos trae a Especies de Espacios una conversación a dos voces entre Mario Álvarez Porro (La palabra en llamas) y Marta Domínguez Alonso (Historia transida y poesía renovada). 

A modo de fe

El problema que supone la dicotomía silencio/palabra en la poesía no es otro que el de sustancia/forma que tanto centró los estudios de lingüística desde principios s.XX. Es imposible no citar aquí el Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure, donde ese binomio sustancia/forma (significado/significante) aparece como las dos caras de una misma moneda, el signo lingüístico, donde se llama "forma pura" a la relación entre ambas.
Lo que Saussure llama "forma pura" se circunscribe a una relación anímica, ya que consiste en la acción de traer o hacer presente algo sustancial, esencial o espiritual, dando alma a las formas.
En poesía, esa "forma pura" es una relación dolorosa, pues hay una fricción evidente entre lo que se quiere nombrar y lo que se puede llegar a nombrar, entre lo que es y lo que existe. Sin duda, esa "forma pura" o relación, o dolor, es en poesía "el sentimiento",
"... porque la poesía es sentimiento..."
Gustavo Adolfo Bécquer (Carta I, Cartas literarias a una mujer).

Así mismo, queda patente la preponderancia que debe de tener la sustancia o esencia en esa relación, ya que... "Todo lo que tiene forma desaparece antes o después. Sin embargo, hay un tipo de sentimientos que permanecen para siempre" Haruki Murakami (Al sur de la frontera al oeste del sol).

Por tanto, el nombrar, el callar o, más exactamente, el sentir poético, quedaría recluido al estricto ámbito de la fe poética, y el acto de poetizar a un orar donde se da mayor importancia a la oración mental o callada, íntima, a la "palabra interior en silencio".
Siento la poesía como “ser en la existencia”, un hecho de espiritualidad en vida, palabra hecha carne, donde el poema atestigua “la transfiguración del dolor”, de aquél que se siente por la fricción del cielo y la tierra, de lo visible y lo invisible, encontrando su más perfecta expresión en “la palabra interior en silencio”, diciendo tanto sin decir nada, revelación de origen divino de la palabra de raíz poética, memoria de aquella lengua primordial, que arraiga en la fe, fe en la poesía y por la poesía, “de extraer de lo hondo / y ahondar a lo alto”.
La poesía, “ser en la existencia”, se convierte de este modo en un acto de fe, un conocimiento previo de algo que no se puede expresar con palabras, tan sólo, a veces, fragmentariamente:

Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.

(Rima I, Gustavo Adolfo Bécquer)

La poesía como acto de fe se convierte en un salto incomprensible al vacío ante el que sólo se puede callar o exclamar en silencio, y el poeta no es más que "un extraño animal / que no se siente caer / sólo volar", un "animal de fe":


y es suicida
                         tanta fe

como no sientes el golpe


al caer

y ya te levantas y andas


¡Oh animal de fe!


poema inédito, Mario Álvarez Porro

Sin embargo, esto es difícilmente explicable con palabras o entendible desde una posición de razón pura, ya que como dejó dicho José Miguel Ullán "... las palabras del cantor quien no las cree no las entiende".

En conclusión, "la poesía es el sentimiento", pero no poesía de los sentidos, sino del espíritu, pues "la poesía es en el hombre una cualidad del espíritu", “una poesía verdadera y espontánea que se siente sin saber formular”, porque supone un sacrificio y eso duele, una profesión de fe, fe en lo que se siente. Y en esa profesión de fe, pues la poesía es un acto de fe, fe de fracaso, de “divino fracaso”, no hay lugar para poetas, nunca lo hubo, sólo para el sentimiento, fe más allá de toda creencia.


Mario Álvarez Porro


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