Javier Úbeda Ibáñez, escritor, crítico literario y miembro del proyecto REMES (Red Mundial de Escritores en Español). Nació en Jatiel (Teruel), en 1952. Y reside actualmente en la ciudad de Zaragoza. Es autor del conocido libro de relatos breves y poemas Senderos de palabras (Pasionporloslibros.
Valencia, 2011) y de los cuentos Daniel no quiere hacerse mayor (Pasionporloslibros. Valencia, 2011) y La Elegida (Pasionporloslibros. Valencia, 2012). Ha publicado numerosos artículos de opinión tanto en prensa digital como en prensa escrita. Algunos de los títulos más significativos han sido: “La educación: significado y objetivos”; “Paternidad responsable y responsabilidad educativa”; “La función educativa del Estado”; “La valoración del conformismo ambiental”; “Reflexiones sobre la democracia”; “Libertad y responsabilidad en la información”; “La iniciativa privada” o “Reflexiones sobre la libertad”.
Además, es autor de numerosas reseñas literarias, relatos cortos y poemas, que han ido viendo la luz en importantes revistas de España como Almiar, Ariadna-RC, Culturamas, Fábula (de la Universidad de La Rioja), Horizonte de Letras, La Sombra (de lo que fuimos), LetrasTRL, Literaturas.com, Luke, Magazine Siglo XXI, Narrador, Narrativas, OtroLunes, Palabras Diversas o Pluma y Tintero… y también en revistas del extranjero como Gaceta Virtual, Letras en el andén, Literarte, Poeta (todas ellas de Argentina) o Cinosargo (Chile), La ira de Morfeo (Chile, Argentina y Brasil), Letralia (Venezuela), Letras Uruguay o Palabras (ambas de Uruguay), entre otras muchas.
El camino | Miguel Delibes
Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) es uno de los autores más relevantes de la literatura española contemporánea, se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada con la que ganó el premio Nadal en 1947. Entre su vasta obra figuran títulos conocidos por todos como Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje.
Algunas de estas obras han sido adaptadas al cine o al teatro con mucho éxito y están en la mente de todos nosotros, como es el caso de Cinco horas con Mario, cuya versión teatral en 1979 fue protagonizada por la actriz vallisoletana Lola Herrera o Los santos inocentes cuya adaptación cinematográfica corrió a cargo de Mario Camús y por la que recibieron los actores de la película, Alfredo Landa y Francisco Rabal, el premio a la interpretación en el Festival de Cannes. De la novela El camino también tenemos una película, de hecho, fue la primera de sus obras que se llevó al cine, lo hizo Ana Mariscal en 1964, y aparte también se rodaron para televisión una serie de cinco episodios dirigidos por Josefina Molina que fueron emitidos en Televisión Española en 1978. Otras adaptaciones al cine de algunas de sus mejores novelas fueron: Retrato de familia (adaptación de Mi idolatrado hijo Sisí), 1976; La guerra de papá (adaptación de El príncipe destronado) en 1977; El disputado voto del señor Cayo en 1986; El tesoro en 1988; La sombra del ciprés es alargada, en 1990; Las ratas en 1996 y Una pareja perfecta (adaptación de Diario de un jubilado) en 1998.
Delibes ha recibido los más prestigiosos galardones como lo demuestra la siguiente enumeración: el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, ex aequo con Gonzalo Torrente Ballester (1982), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). En el año 1973 fue nombrado miembro de la Real Academia Española ocupando el sillón “e” minúscula.
Otros reconocimientos que podríamos mencionar son los siguientes: en 1983 fue investido Doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid y en 1984, justo un año más tarde, la Junta de Castilla y León le concedió el Premio de las Letras. Y en 1987 también fue investido Doctor honoris causa, pero esta vez por la Universidad Complutense de Madrid. Y su última gran novela, El hereje, que es todo un homenaje a Valladolid, se publicó en 1998, recibiendo por ella el Premio Nacional de Narrativa y este alegato a favor de la conciencia está considerado hoy en día como la más ambiciosa de sus novelas e incluso su obra cumbre.
El camino es su tercera novela. Se publicó en 1950 y supuso su consagración definitiva como escritor. Asistimos a un libro iniciático (o de iniciación a la vida), en el que vemos cómo un niño va dejando atrás la infancia y se despide así de una etapa cuyo encanto y fascinación acabamos comprendiendo quizá cuando ya es demasiado tarde y se nos ha escapado entre los dedos. Y también es un libro iniciático en el sentido de que el protagonista tiene que dejar su pueblo, un mundo conocido, para enfrentarse al mundo desconocido de la ciudad donde tendrá que empezar, prácticamente, de cero.
Uno de los grandes hallazgos de este libro es la consecución de un estilo narrativo fresco y directo que podemos apreciar sobre todo en los diálogos entre los niños combinado de forma inteligente con otro estilo un poco más depurado que es el que predomina en las descripciones dotándolas de un fino lirismo y humor exentos de grandilocuencias. Una forma de escribir, en general, que apuesta por la sencillez, la naturalidad y la autenticidad tanto en la forma (lenguaje sencillo) como en el contenido (una historia cotidiana), todo esto le confiere un ritmo ágil a toda la novela y la convierte por ende en una obra muy amena y fácil de leer.
Además, el cultivo del lenguaje coloquial se ajusta bien al discurso y devenir cotidiano del pueblo. Y consideramos que la descripción es otra gran baza de esta obra, con un enfoque realista y un tono elegiaco nos muestra la vida austera y muchas veces mísera de las gentes de Castilla en los años de la posguerra, y es que también hay algo de novela social, de realismo social y de crítica al retratar tan bien y claramente a la sociedad de la posguerra como volverá a hacer más tarde en otras de sus muchas novelas o como harán también otros grandes maestros contemporáneos, por ejemplo, Camilo José Cela en La colmena.
El protagonista principal de toda esta historia es Daniel, el Mochuelo, hijo de los queseros del pueblo. Un niño inteligente y sensible al que han apodado, el Mochuelo, porque posee unos ojos verdes grandes y redondos, y siempre está con la mirada muy atenta observándolo todo como con miedo, y dado que Daniel es un poco tímido y callado se siente muy a gusto rodeado de sus inseparables amigos: Roque, el Moñigo y Germán, el Tiñoso, que son los otros indudables protagonistas de esta historia. Porque Roque al contrario que Daniel es valiente y posee un carácter fuerte y físicamente es alto y corpulento mientras que Daniel en este último aspecto es más bien normalito. Germán, en cambio será el más debilucho de los tres, cojea, tiene calvas, de ahí le viene el mote de “el Tiñoso”, puesto que como le encantaba jugar con los pájaros dicen que estos le pegaron las calvas, no obstante, por lo demás es un muchacho inteligente y perseverante. Con ellos descubriremos que Delibes es todo un creador de personajes, y después de leer esta emotiva narración tampoco podremos olvidar al resto de personajes que acompañan a Daniel en su camino, nunca mejor dicho, y que el autor logra dibujar a la perfección ahondando con pinceladas vívidas y certeras en sus caracteres, nos referimos, entre otros, a: Don Moisés (el maestro); Las hermanas Irene y Lola, conocidas como las Gindillas (las tenderas del pueblo); Paco, el Herrero; Quino, El Manco (el tabernero)…
Respecto al espacio, toda la acción transcurre en un pueblo de la meseta castellana, por lo que conoceremos bien la iglesia de don José; la escuela de don Moisés; la taberna del Manco; el huerto de Lucas, el Mutilado, donde robarán unas manzanas los niños en una de sus correrías, la poza del Inglés, donde los niños acostumbraban a bañarse y matar culebras; precisamente, justo al final del libro, Germán, el Tiñoso, pondrá una nota amarga al resbalar en este juego y desnucarse, falleciendo poco antes de la partida de Daniel y provocando con ello que la marcha de Daniel se haga aún más difícil. Y, respecto al tiempo, la narración abarca toda una noche, por ello será el pasado el tiempo verbal que domine en todo momento. Y el punto de vista adoptado será uno de los que más juego da: la tercera persona, bien Daniel o bien un narrador omnisciente serán los encargados de contárnoslo todo.
Por otra parte, al leer esta obra nos sumergiremos de lleno en la naturaleza de la mano de Delibes, ya que El camino es todo un cántico y alegato en favor de la naturaleza en clara contraposición al mundo de la ciudad, la vida en el campo representa lo positivo: lo natural, lo sano… no en vano Delibes se definía a sí mismo como “el cazador que escribía” porque le encantaba el campo y era muy aficionado a la caza y a la pesca, de hecho algunas de sus novelas más destacadas están ambientadas en el medio rural desempeñando este, además, un papel fundamental como ocurre por ejemplo en Las ratas, Los santos inocentes o El camino. Y muchas veces esto iba unido a un gran realismo social denunciando las injusticias, el atraso, el caciquismo… que sufría, sobre todo, el campo castellano en la etapa dura y difícil de la posguerra.
Recapitulando, un gran tema central: la infancia y la amistad entre los niños, la gran camaradería que surge entre los tres amigos, ya que este libro consigue retratar nítidamente a un niño de once años en un momento clave de su vida cuando deja de ser ya un niño para convertirse en un hombre. La historia se nos presenta con una estructura circular comienza con Daniel que tiene que irse a estudiar a la ciudad y termina cuando, por fin, se marcha a estudiar a la ciudad. El argumento es simple y está contado de una manera sencilla. Toda la narración aparece en tercera persona a través de la voz de Daniel y a veces esta voz se alterna con la de un narrador omnisciente también en tercera persona, que como buen narrador omnisciente lo sabe todo.
Y, por último, solo nos quedaría por señalar que lo más importante es que, desde lo particular, desde esta pequeña, sencilla y podríamos llegar a pensar que hasta insignificante trama, y entonces estaríamos equivocándonos, dada la magia de la literatura que solo logran alcanzar los grandes autores de todos los tiempos, la historia cala, trasciende, ahonda en nuestros espíritus y alcanza la universalidad, pese a que el tiempo pase y los lectores cada vez sean distintos El camino será siempre El camino.
El anarquista que se llamaba como yo | Pablo Martín Sánchez
Sorprende comprobar tanto buen hacer en un autor relativamente joven (35 años) y más en la que es hasta ahora su primera novela, ya que con anterioridad solo había publicado un libro de relatos (Fricciones, EDA, 2011).
Pablo Martín Sánchez nace en 1977 cerca de Reus (Tarragona). Y a poco que indaguemos en su vida nos damos cuenta de que siempre ha estado ligado al mundo editorial (pese a que también hiciera sus incursiones como atleta o actor). De hecho, ha trabajado como lector, corrector, traductor y librero. Y su formación es totalmente literaria: Graduado superior en Arte Dramático, doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y con un Master en su haber en Humanidades. Además, fue fundador de la revista Verbigracia, redactor en la revista digital La Siega y colaborador habitual en la revista Rinconete (del Centro Virtual Cervantes). Y como anécdota pasó un año completo de su vida en París, siguiendo los pasos de su admirado escritor Georges Perec. Por todo ello, podemos considerar a Pablo Martín Sánchez un joven de formación humanista, con un amplio bagaje cultural a sus espaldas, lo que explica que esta novela, de corte histórico, publicada por primera vez en noviembre del año pasado (o sea en noviembre de 2012), en Acantilado, vaya ya por su cuarta edición.
Y por si no fuera suficiente con lo anterior la avala una sólida editorial. Acantilado nació en 1999 gracias al profesor de literatura de la Universidad Pompeu Fabra, Jaume Vallcorba (que acumulaba tras de sí veinte años en la editorial catalana Quaderns Crema), quien enseguida inició la publicación de obras imprescindibles de la literatura como Memorias de Ultratumba de Chateaubriand o Las Conversaciones con Goethe de Eckermann o Los ensayos de Montaigne.
Así que no es tan extraño que esta novela haya recibido ya un premio, el premio a la mejor ópera prima 2012, otorgado por la revista El Cultural. Y es que son, además, muchos los factores que han influido en ello.
Por ejemplo, este libro posee una cuidada estructura. Consta de un prólogo en el que se nos cuenta que la historia se creó a partir de una coincidencia onomástica, ya que al autor se le ocurrió un día teclear su nombre completo en el Google y entonces se dio cuenta de que había habido un militante anarquista vasco con su mismo nombre, el cual había participado en una incursión revolucionaria (en 1924), gestada en París por los exiliados españoles, promovida a fin de derrocar a Primo de Rivera, pero que al final fracasó. En aquellos sucesos de Vera murieron dos guardias civiles y algún rebelde y terminó con el apresamiento de la mayor parte de los insurrectos y la condena a muerte de tres de los inculpados, uno de ellos era Pablo Martín Sánchez y los otros dos: Julián Santillán Rodríguez y Enrique Gil Galar, no obstante, Pablo nunca llegó a pisar el patíbulo porque justo antes de ser ejecutado se precipitó por una ventana al vacío.
Luego viene el cuerpo central de la historia que se divide en tres partes y, finalmente, cerrarán el libro el epílogo que (junto al prólogo y la adenda) volverá a sorprendernos. Y es que el escritor habla en todos ellos con un lenguaje muy directo y confidencial, haciéndonos partícipes de sus dudas y de sus esfuerzos a la hora de realizar este trabajo. Y, concretamente, en la adenda aprovecha incluso para advertirnos de que el final de la historia podría haber sido otro al recogido por la versión oficial.
Otro gran acierto es que la historia esté contada a dos tiempos, ya que este hecho la dotará de un gran dinamismo y agilidad. Ya desde el principio se alternan siempre y hasta el final dos historias (que en realidad son diferentes momentos de la misma). Los capítulos más históricos o de trama tienen numeración arábiga y suelen ir precedidos por unas entradillas que son citas textuales, extraídas de diarios o textos de la época, lo que otorga mayor verosimilitud en general a todos los hechos que aquí se recogen, y los capítulos de biografía tienen numeración romana y son más personales correspondiéndose con la infancia, adolescencia o juventud del protagonista.
En cuanto al tema, arranca el libro con la historia principal, que es la que da comienzo en 1924 cuando Pablo tiene 25 años y se encuentra trabajando en la imprenta La Fraternelle de París. Hasta allí se desplaza su amigo, Robinsón, para convencerle de que participe activamente en una conspiración que se está fraguando para derrocar al general Primo de Rivera. Pese a que Pablo se muestre al principio reticente, acabará participando en los sucesos de Vera de Bidasoa (Navarra), junto a otros compañeros, como Robinsón, que terminarán con una condena a muerte para él y otros dos de sus compañeros. Y en la otra parte de la línea argumental que corre paralela se nos narran los orígenes de su familia y el nacimiento del protagonista en 1890 en Baracaldo, además de su infancia, adolescencia y juventud, como decíamos antes.
Pero lo mejor de todo va llegando conforme va acercándose el final del libro cuando ambas líneas argumentales convergen en el último capítulo. Y es que estamos llegando a uno de los puntos culminantes de libro y se llegan incluso a repetir párrafos enteros, lo que contribuye a acentuar más si cabe ese dramatismo final.
Es un hecho encomiable que el escritor Pablo Martín a partir de un personaje casi desconocido ha dado vida a toda una historia. Lo más fascinante es el despliegue de datos históricos que ha sabido manejar. Y es que detrás de este libro se esconde una ardua labor de investigación que duró casi cinco años. Una de las primeras cosas que hizo fue consultar el Diccionario Internacional de Militantes Anarquistas, pero aún no había llegado a la letra que andaba buscando, por otro lado, consultó los diarios de la época en la Biblioteca Nacional y viajó a Vera de Bidasoa y a París, y leyó con atención La familia de Errotacho de Pío Baroja que se hacía eco de los sucesos de Vera y donde aparecían ya Pablo y Robinsón, y visitó una residencia de ancianos en Durango a la sobrina de Pablo Martín Sánchez, todo ello en busca de la información necesaria para sentar las bases reales de este libro.
La acción principal transcurre en el París de los años veinte porque París en esos momentos era un hervidero de exiliados, sobre todo españoles. Gracias a este retrato de época, asistimos a los pilares y posterior desarrollo del movimiento anarquista y no solo en España sino también en Francia, EE.UU. y Argentina:
“(…) París es ahora mismo el epicentro del anarquismo español, pero también había gran número de comunistas, de republicanos y de catalanistas, de sindicalistas y de intelectuales, incluso de prófugos y de desertores; en definitiva, de todos aquellos que por un motivo u otro han tenido que refugiarse en Francia, huyendo de las palizas y las torturas de la Guardia Civil española. No faltaron algunas de las grandes figuras políticas del momento, como Marcelino Domingo o Francesc Macià; o incluso Rodrigo Soriano (…)” (Pág. 21).
Pero, no será este el único paisaje, sino que serán muchos y muy variados los escenarios que desfilarán por estas páginas, reflejando momentos capitales del devenir de las primeras décadas del siglo veinte, en España y en el resto del mundo, con el nacimiento del cine de los hermanos Lumière; el movimiento anarquista en París o Buenos Aires; la vida de intelectuales de renombre como José Ortega y Gasset, Unamuno o el propio Blasco Ibáñez, exiliados en Francia; la Semana Trágica de Barcelona; la batalla de Verdún durante la I Guerra Mundial (en la que nuestro protagonista trabajó como corresponsal); la guerra de estado; la olimpiada, y otros escenarios menos importantes pero que aportan su granito de arena a la hora de dotar de colorido costumbrista a toda la novela como son Béjar, Salamanca, Baracaldo y Vera.
Los personajes son otro elemento importantísimo de esta obra porque están muy bien construidos. Uno de los mejor logrados es Robinsón (es a través de él, su mejor amigo, que conoceremos mejor a Pablo). Además, lo encontraremos al igual que a Pablo en ambas líneas argumentales, de hecho, de estos dos personajes acabaremos sabiéndolo prácticamente casi todo, que Robinsón es vegetariano, que le gusta llevar el pelo largo, que le gustan los perros y es naturista. Y de Pablo que no lloraba casi de pequeño o al menos eso decían, que aprendió a hablar tarde, que no podía oler nada (porque padecía anosmia), que tenía el corazón en el lado derecho en vez de en el izquierdo (situs inversus), que su primer y gran amor fue Ángela. Y todos y cada uno de estos detalles nos los hará sentir como cercanos y entrañables.
El siguiente fragmento es una buena muestra de cómo cada uno de estos detalles por insignificante que sea cumple su cometido, en este caso, adelantarnos que era diferente al resto, que era valiente, que era poco o nada creyente, etc.
“Ya al día siguiente, sin tiempo que perder, Pablo Martín Sánchez era bautizado en la iglesia de San Vicente Mártir, la misma donde sus padres se habían casado nueve meses antes. Y tampoco le dio por llorar esta vez, ni siquiera cuando el joven párroco don Ignacio Beláustegui le echó en la cabeza el agua purificadora, acompañando el gesto de tres inoportunos y sustanciosos estornudos que vinieron a consolidar la ceremonia bautismal” (Págs. 32 y 33).
Por otra parte, resulta interesante comprobar cómo el autor ha sabido plasmar los dos tipos de revolucionarios que existían en la época, los de pistola y acción como pueden ser Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti y los de discurso y salón como eran más bien Ortega y Gasset y Vicente Blasco Ibáñez, y también las diferencias y suspicacias que existían entre los dos grupos.
En realidad, son muchos los personajes y actúan como una especie de mosaico para recrear toda una época y nuestro autor lo hace con gran acierto consiguiendo a la vez una mezcla entre novela histórica (ya que, por una parte, es muy rigurosa y fiel a los hechos) y novela de aventuras (ya que los huecos históricos son complementados por las historias humanas, que al fin y al cabo son quizá las más importantes y con las que al final nos quedamos todos).
Y a medida que vamos avanzando en nuestra lectura, nuestro interés como lectores va in crescendo, ya que vamos conociendo mejor a los personajes y a los hechos en los que estuvieron involucrados, por lo que vamos implicándonos nosotros también cada vez más en los acontecimientos y en sus destinos, además, todo nos llega a través de un lenguaje sencillo, fluido y de una alta calidad literaria. Y es en los momentos más emotivos cuando el lenguaje alcanza su mayor esplendor. Es sobre todo cuando se enlazan las dos historias, porque han llegado al mismo punto y tenemos próximo el dramático final, cuando tenemos el lenguaje más poético:
“—Disculpe —paró un anciano que pasaba por la calle—, ¿podría decirme la hora?
El hombre le miró a través de unos gruesos anteojos y se limitó a decir, antes de continuar su camino:
—Ahí en el fondo del reloj está la muerte. Pero no tenga miedo, joven.
Entonces sonó un trueno y comenzó a llover a gritos todo el cielo” (Pág. 561).
O tan solo unas páginas más adelante tenemos este otro fragmento de increíble belleza:
“Era un domingo lluvioso y triste, de esos domingos que parecen estar hechos para los suicidas y los sepultureros” (Pág. 568).
Por último, esta novela nos recuerda a las grandes novelas de otros tiempos, de hecho, no le falta ninguno de los ingredientes de las grandes novelas realistas y naturalistas de la segunda mitad del siglo XIX, tenemos una novela muy extensa, como aquellas, de seiscientas y pico páginas, un amor imposible y folletinesco con duelo y todo incluido, una infancia y una juventud bastante duras del protagonista, guerras, revueltas, luchas de los sindicatos por mejorar las condiciones laborales de los trabajadores… Y el narrador es, como también solía ocurrir en aquellas grandes novelas, un narrador omnisciente.
Con todos estos ingredientes: emoción, suspense, intriga, guerra, amor… y un estilo narrativo claro, sencillo y conciso, la novela tiene la virtud de ir conquistando, poco a poco, al lector. Una obra que nos sorprenderá sobremanera porque parece casi salida de otra época en algunos aspectos y de esta, por supuesto, en otros muchos. Y lo más importante y destacable es que consigue a todas luces dos objetivos fundamentales en cualquier escrito: entretenernos y emocionarnos.
El lector | Bernhard Schlink
Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944). Actualmente es profesor de leyes y juez en Alemania. Antes de escribir El lector, ya tenía en su haber cuatro novelas policíacas que habían gozado de buena aceptación por parte del público y de la crítica, y que habían sido merecedoras de varios premios. Pero será con esta novela histórica, El lector, editada por primera vez en 1995, cuando este escritor alcance una fama considerable, ya que esta historia pronto se convertiría en todo un best-seller en Alemania y en otros países gracias a las treinta traducciones que se realizaron de ella. Fue también la primera novela alemana en ocupar un primer puesto en la lista de los libros más vendidos que publica el New York Times. Además, fue incluida en el currícula universitaria de los cursos sobre literatura del holocausto. Y ha cosechado varios premios literarios como el premio Hans Fallada Prize; el premio Welt; el premio italiano Grinzane Cavour; el premio francés Laure Bataillon, y el premio Ehrengabe de la Dusseldorf Heinrich Heine Society. Su libro posterior, publicado en el año 2000, Amores en fuga, una colección de cuentos, acabaría consolidando la carrera de este escritor y sus grandes dotes como narrador.
En el año 2008 la novela de El lector sería llevada al cine por Stephen Daldry (director de películas como Billy Elliot o Las horas), en el guión trabajarían de manera conjunta el propio autor del libro, Bernhard Schelink y también David Dare. Y la película sería interpretada por autores tan conocidos como Kate Winslet, Ralph Fiennes, Bruno Ganz y David Cross. El filme al igual que la novela en su día también alcanzaría un gran éxito y reconocimiento, de hecho, sería nominado a cinco premios de la Academia (a mejor director, a mejor guión…), ganando finalmente Kate Winslet un oscar a la mejor actriz principal por su interpretación de Hanna Schmitz.
El punto de vista adoptado para relatarnos la historia es de corte semiautobiográfico (ya que guarda ciertos paralelismos con la vida del propio autor de esta novela, Bernhard Schlink). El narrador y personaje principal dentro de la novela Michael Berg, abogado especializado en Historia del Derecho de Alemania, nos cuenta a través de la primera persona del presente de indicativo, aunque en realidad la historia pertenezca al pasado, la relación que mantuvo con su amante Hanna a lo largo de varios años de su vida y que le marcaron profundamente, y lo hace de una forma evocadora y nostálgica.
En cuanto al estilo, podemos decir sin temor a equivocarnos que esta obra está muy bien escrita, con una prosa ágil, exacta, y con un lenguaje muy preciso y directo, ya que lo que le interesa, sobre todo, a Bernhard Schlink es que su mensaje sea lo más claro posible y nos llegue, y al hacerlo nos haga reflexionar sobre un tema de máxima importancia, el holocausto, y la culpa, la vergüenza y otros sentimientos ambivalentes que arrastran aún hoy los alemanes sobre su pasado nazi, de ahí que el argumento, el lenguaje… sean sencillos para asegurarse siempre de que sea así y la historia cale en todos nosotros.
Esta conmovedora historia se nos presenta estructurada en tres partes bien diferenciadas en cuanto a su contenido y en cuanto a su estilo. La primera parte abarca el comienzo, duración y finalización del idilio mantenido entre Michael y Hanna, y aquí el lenguaje es bello y el tono, para adecuarse al tema, más bien romántico. La segunda parte da un salto cronológico de siete años y en ella asistimos al juicio por crímenes de guerra contra Hanna y el resto de las carceleras, el lenguaje y el estilo, por tanto, se vuelven aquí más sobrios, asépticos e instrumentales. Y la tercera y última parte es el periodo en el que Hanna está en la cárcel y él, para acallar su mala conciencia, le graba casetes de libros y se los manda, y luego asistimos al desenlace final, poco antes de quedar en libertad Hanna se suicida y deja una nota en la que le pide que le dé todos sus ahorros a la única sobreviviente del campo de concentración, esta última parte está llena de sentimientos y reflexiones, por lo que tanto el lenguaje como el estilo se vuelven otra vez más hondos y emotivos.
Los personajes están muy bien trazados, son muy complejos y hay grandes dosis de introspección psicológica en ellos y en su caracterización. El personaje mejor creado es sin duda Hanna por el que el protagonista siente una especie de amor-odio, seguido del propio Michael. Y es que a Hanna, por un lado, se la está juzgando por ser una criminal de guerra, pero, por otro, también es una pobre mujer víctima de sus circunstancias personales y de un hecho clave y decisivo en la historia: su analfabetismo. Pero también es cierto que Michael ha estado enamorado de ella, y por eso se verá inundado por una avalancha de sentimientos contradictorios y ambivalentes que tendrá que asumir.
La relación entre ambos personajes (uno perteneciente a la generación de la guerra y otro a nuestros días) será la excusa perfecta para abordar desde todos los ángulos posibles un gran tema y a la vez todo un dilema moral: los sentimientos de culpa, angustia, odio y sobre todo vergüenza que arrastra la generación de la posguerra, poniendo de manifiesto el trauma que para las generaciones posteriores supuso y aún supone el holocausto. Michael Berg forma parte de esta generación avergonzada de ser descendientes directos de tantos que, de una forma u otra, colaboraron con el genocidio o, simplemente, lo permitieron o no hicieron nada. En El lector esto no es un detalle más, sino que cobra máxima importancia y sobre el que gira toda la historia y sobre el se construyen todos y cada uno de los personajes, con el fin de poner sobre el tapete una serie de cuestiones y preguntas de no fácil respuesta aún hoy en día como la culpa individual, la colectiva o el perdón.
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