Dos textos de «El frío de la fe», poemario de Javier Flores Letelier

Todo vuelve a los centros de las ciudades
I
Regresamos avergonzados al mito de los libros sagrados
en búsqueda del frío para renegar la existencia de la vida.
Permanezco ante los monumentos y los lúcidos insultos
que los hombres atormentados les profieren.
En una sola mirada de frente y con calmo desprecio

advierten el comienzo de un nuevo día de espectros
en las paredes de la belleza,
el corazón animal develado por la sucia tensión
del hielo manchado con lo carnal
exhibiendo el mapa de sangre para las frágiles criaturas
que han sabido alimentarse y crecer desde la tierra,
el frío de los templos en el cuerpo de la adolescente
que espera hasta tarde
por la pureza de las ciudades en llamas
remanentes bajo las ropas disueltas de los ahogados.

Mientras los Observadores pronuncian
sus nombres en el Círculo
robemos lo necesario del reflejo del revólver
y la mano que lo empuña
para pregonar el nombre de la peste
entre los surcos naturales de la piedra
en las facciones esculpidas
del dios único:
el dios de la guerra.

II

Los habitáculos consumidos por incendios finales
motivados desde la cíclica enfermedad en la misión mesiánica
de destruir la voluntad de la palabra registrada
que después no tuvo ninguna importancia
al ser reproducida con sarcasmo frente al público,
habitados hoy con la delicada angustia en la expresión de las prostitutas,
por generaciones de extranjeros sobreviviendo por la vitalidad para hablar de su patria
con la radio que repite como en todo el mundo secreto y tangible
que debemos protegernos de las agresiones del clima,
rodean al balcón presidencial impenetrable desde las alturas históricas de la sangre
vertida y diseminada en los rasgos que se habrán de convertir
en las ilusiones uterinas de las raíces de la vergüenza.
habitados hoy con la delicada angustia en la expresión de las prostitutas,
por generaciones de extranjeros sobreviviendo por la vitalidad para hablar de su patria
con la radio que repite como en todo el mundo secreto y tangible
que debemos protegernos de las agresiones del clima,
rodean al balcón presidencial impenetrable desde las alturas históricas de la sangre
vertida y diseminada en los rasgos que se habrán de convertir
en las ilusiones uterinas de las raíces de la vergüenza. Grito y sé que me llevarán hacia un lugar que mis captores tampoco saben qué es:
Antiguo asesino, todo ese tiempo en aquel sitio
cumpliendo las que declaras en el presente órdenes tristes y violentas
propias de un compromiso íntimo y mayor con el ruido de los horizontes de las épocas,
si es así como ocurrió frente a la severa visión de los huérfanos
que sólo aspiran el frío de la presencia de los hechos,
si no eres más que un bastardo que no supo aceptar su dignidad
y eligió completar su nombre cumpliendo el último favor
para un cuerpo disuelto en las amenazas de las marcas de las sepulturas
que oran las promesas de colonización
sobre la tierra de los velos hechos para ser rasgados,
¿no envejeciste más ciego y sediento?

No te atreves a cerrar los ojos para sellar la oscuridad
y sentir las costillas de su espalda congelada, roída y suave
como el plástico de los juguetes de sus hijos
sabiendo que su madre jamás querría que presenciaran tu asesinato
¿o sabes que los niños pueden clavar una daga más destructiva y segura
en la presencia cruda de su vida casi sin recuerdos?

Ni siquiera de lo que hay en tus bolsillos pudiste liberarte,
para ellas, las únicas almas que pueden explicar
el motivo de la existencia de las ciudades
por su honesta humildad ante el entendimiento del dinero
como gastados cartones con el poder
de dar la orden momentánea de no disparar
cuando se decide no creer en los gestos del animal
que habita en las sombras del animal,
ni siquiera con ellas pudiste descansar
en la certeza de la fragilidad ajena.

No quieres dejar de insistir en la sumisión
a la traición natural de los compromisos con los terrores arcaicos,
como si alguien escuchara desde los altares de los pactos...
No debo creer en el misticismo
para obligarte a reconocer con el tacto los rostros en las paredes.
Como el más débil y descubierto entre los dos
te exijo que te deshagas del uniforme
y camines descalzo a través de los gritos de los siglos.
Se el sol negro y consúmete en el fulgor de las criaturas en el cieno.

III

Si los Monstruos de la Historia no prevalecen,
si logra enclaustrar la ultraviolencia del dios único
el vocablo de los rapaces que escaparon de la esclavitud
para ser devorados por los parásitos ocultos en el diafragma de los cristales
del sueño profundo y cansado,
entonces quién será capaz de mantenerse
sin arder en la inocencia fingida de la belleza natural

para grabar en los murallones metálicos del caos
los trazos afilados
de la humanidad reciente, oceánica, desarmada y peligrosa
en los brazos de las bestias.

He vendido mi cuerpo por el hambre también yo
por cuarenta, cincuenta manchadas, traidoras razones
despojadas desde la humillación de los cortes en los pies
de los erguidos y solemnes oyentes
intentando no demostrar conocer a la persona anunciada públicamente
como el dueño del arma exhibida y de una terrible enfermedad
invisible y cierta como la justicia social
en los rasgos del cadáver del padre envestido
con el humo amarillo y adictivo del traje gris del que siempre temió
que se transformara en la última figura de la expresión de su desnudo,
en el mineral lacerante de los ritos;
eso es lo que valgo en el lugar en el que nací
y no me importa mi valor ni la vengativa desilusión de los maestros
porque jamás venderé la historia de mi hambre.

Necesito incendiar el imperio, ver la estructura metálica exhibida
candente, impredecible...
sé que no soy el único, por eso los demonios existen
en la madera negra del hambre de las familias emigrantes
y son la proyección de nuestra sensatez,
de la piedad que devela el oxígeno enrojecido de la medianía de las eras
hacia la voluntad para reconocer el brillo de la excitación del mundo concreto
del que nos hablan las luces de nuestra mente
en los momentos que contemplamos los espacios abiertos
inconquistables y desangrados por los túneles subterráneos
en los que se inició, tras el derrumbe que sepultó al hermano más pequeño,
el remordimiento de las castas-,
vestigios inculpados del entendimiento de otros tiempos sacrificados
y revividos en la rebeldía por los herederos del rito encarnizado.

Soy un asesino, eso es todo lo que recuerdo desde mi nacimiento,
y como tal, desde mi fe,
encontraré el camino de regreso hacia los pechos inmolados y etéreos
envueltos en las banderas rojas;

ya lo he visto en la luz del conjunto de todos los vicios. 





Foto:  Juan Carlos Vasquez

El frío de la fe

La sangre en las fauces de la bestia, su memoria,
el hambre de ver en la oscuridad
la caída del niño poeta y la creación del alma del criminal
en esta gran avenida iluminada en la que los adolescentes y los viejos
sueñan su suerte cada nuevo siglo;
la niña pequeña concentrada en el sonido de los golpes
desde el otro lado de las almas de los muros
obligada a responder que es la mujer libre y culpable de no albergar
la violencia en su vientre como se interpreta desde los signos
de los finales de los imperios, por no ser la agradecida superviviente
para las jerarquías innombrables;
el habitante de la frontera que juró destruir la ciudad con sus manos
si no volvía a ver a los espíritus de sus hijos
anunciar algo que lo animara a alimentarse
como lo hizo el pasado amor a la inmortalidad
con la posibilidad de no ser un cuerpo de la guerra
y la certeza de que ningún líder poseyera la explosión de su muerte;

las historias de los vástagos asesinos que recordaron la ira esencial
del pacto obvio pero oculto del juego de sus hermanos
y que fueron callados con el trabajo letal de cavar las zanjas
que separan y distribuyen el veneno de los pueblos
se evocan para sentir la lejanía durante algunos minutos de paz.

Los hombres solos en los portales de las iglesias cerradas
no esperando por el inicio de la vida toman lo que les pertenece.
Se es más la ausencia de los seres queridos:
contemplo el débil resplandor y el filo del puñal,
los objetos mundanos en la penumbra son evidentes y descifrables
habitables sin necesidad de la luz quizás por el resto de los años.

No relates la crueldad de tus orígenes, detrás de la compasión
siempre está el temor y el odio al animal herido.
Sus pupilas se dilatan ante las confesiones inevitables
del vapor que el pecho exhala, sus rodillas se quiebran
para pedir una hipótesis parricida que valga la carne de los dorsos marcados
en la fotografía de los quinceañeros raquíticos
tras el hambre segregada del pudor
por la geografía casta de los alambres de púas:
los demonios provienen de nuestra primera percepción de los astros
recordamos a los sepultados como gente que ha elegido no volver después de la traición
;
los maestros enferman olvidando las decisiones
que relegaron a las generaciones jóvenes
a portar el peso extraño y propio de las armas blancas
en la seriedad de las horas del día que se abre.
-Toda nuestra fe para unos segundos de ciega calidez
en los que se pide por quienes forjaron nuestra miseria
con el fin de mantener el dolor en el fuego de los pómulos
entendiendo el llamado del sonido del metal de las cúpulas golpeado.
La derrota es una en nombre de los monstruos de la Historia,
de lo que siempre escondimos creyendo que llegaría el momento
en que seríamos recompensados por el tiempo de la inocencia.
para pedir una hipótesis parricida que valga la carne de los dorsos marcados
en la fotografía de los quinceañeros raquíticos
tras el hambre segregada del pudor
por la geografía casta de los alambres de púas:
los demonios provienen de nuestra primera percepción de los astros
recordamos a los sepultados como gente que ha elegido no volver después de la traición;
los maestros enferman olvidando las decisiones
que relegaron a las generaciones jóvenes
a portar el peso extraño y propio de las armas blancas
en la seriedad de las horas del día que se abre.
-Toda nuestra fe para unos segundos de ciega calidez
en los que se pide por quienes forjaron nuestra miseria
con el fin de mantener el dolor en el fuego de los pómulos
entendiendo el llamado del sonido del metal de las cúpulas golpeado.
La derrota es una en nombre de los monstruos de la Historia,
de lo que siempre escondimos creyendo que llegaría el momento
en que seríamos recompensados por el tiempo de la inocencia.



Javier Flores Letelier es gestor cultural y poeta. Formó parte de la antología de cuento y poesía realizada por el sello Editorial MagoEditores de Chile en la sección de poesía, y de la antología desarrollada por la Editorial Alea Blanca de España con selecciones de textos del fanzine Elefante Rosa. Ha publicado el poemario Río Salvaje, por Ediciones Osiris, y en diversos medios electrónicos tales como Palabras Malditas, Remolinos, Litterae, Cinosargo, entre otros. Ha participado con textos en instalaciones artísticas como Experimento Colector, desarrollada por el grupo Libre Configuración de España y en lecturas poéticas pertenecientes a la Feria del libro del Parque Forestal, en Santiago de Chile. Hoy forma parte de los proyectos colectivo artístico-cultural Río Negro – www.colectivorionegro.cl  y Revista La Ira de Morfeo –www.revistalairademorfeo.net , de los cuales es fundador.

*Actualizado el sábado 7 de mayo de 2022.

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