Los perros aullaron la noche entera. El eco de sus aullidos provocó el canto atemporal de las cigarras y apresuró los insomnios de marzo; por eso don Simón se levantó de mal humor.
—Como si no fuera bastante con ese enjambre que no nos deja vida —le dijo a su esposa.
—Se va a morir alguien —respondió doña Sara y subió una olla de peltre al brasero.
—¿Pudiste dormir y lo soñaste?
—Lo soñaron los perros. Por eso aullaban.
Apoyó el hombro en la jamba y perdió la mirada en el verde de las montañas, donde en tiempos remotos había aparecido la milagrosa imagen de la virgen del silencio.