Si los hombres crean o imaginan máquinas inteligentes, es porque desesperan secretamente de su inteligencia, o porque sucumben bajo el peso de una inteligencia monstruosa e inútil: la exorcizan entonces con máquinas para poder burlarse y reírse de ella. Confiar esta inteligencia a unas máquinas nos libera de cualquier pretensión al saber, de la misma manera que confiar el poder a los políticos nos permite reírnos de cualquier pretensión al poder.
Si los hombres sueñan con máquinas originales y geniales, es porque desesperan de su originalidad, o porque prefieren desasirse de ella y gozarla por máquina interpuesta. Pues lo que ofrecen esas máquinas es el espectáculo del pensamiento, y los hombres, al manipularlas, se entregan al espectáculo del pensamiento más que al mismo pensamiento.
No en vano se las llama virtuales: porque mantienen el pensamiento en un suspenso indefinido, vinculado al vencimiento de un saber exhaustivo. Allí el acto de pensamiento queda indefinidamente diferido. La cuestión del pensamiento ni siquiera puede plantearse, al igual que la de la libertad para las generaciones futuras: atravesarán la vida como un espacio aéreo, atados a su asiento. De igual manera, los Hombres de la Inteligencia Artificial atravesarán su espacio mental atados a su computer. El Hombre Virtual, inmóvil delante de su ordenador, hace el amor por pantalla y da sus cursos por teleconferencia. Se vuelve un paralítico físico, pero sin duda también cerebral. Sólo así llega a ser operacional. De la misma manera que se puede vaticinar que las gafas o las lentes de contacto se volverán un día la prótesis integrada de una especie de la que habrá desaparecido la mirada, también cabe temer que la inteligencia artificial y sus soportes técnicos se vuelvan la prótesis de una especie de la que habrá desaparecido el pensamiento.
La inteligencia artificial carece de inteligencia, porque carece de artificio. El auténtico artificio es el del cuerpo en la pasión, el del signo en la seducción, de la ambivalencia en los gestos, de la elipsis en el lenguaje, de la máscara en el rostro, del rasgo que altera el sentido y que por esta razón es llamado rasgo de inteligencia. Estas máquinas inteligentes, en cambio, sólo son artificiales en el sentido más pobre, el de descomponer las operaciones del lenguaje, del sexo, del saber, en sus elementos más simples, de digitalizarlas para sintetizarlas a partir de ciertos modelos. Generar todas las posibilidades de un programa o de un objeto en potencia. Ahora bien, el artificio no tiene nada que ver con lo que genera, sino con lo que altera la realidad. Es el poder de la ilusión.
Estas máquinas sólo poseen el candor del cálculo, y los únicos juegos que proponen son juegos de conmutación y de combinación. Sólo en eso pueden ser llamadas virtuosas, y no únicamente virtuales: en que no sucumben ni a su propio objeto y no son seducidas por su propio saber. Su virtud es su transparencia, su funcionalidad, su ausencia de pasión y de artificio. La Inteligencia Artificial es una machine célibataire.
Lo que siempre diferenciará el funcionamiento del hombre del de las máquinas, incluso las más inteligentes, es la ebriedad de funcionar, el placer. Inventar máquinas que sientan placer es algo que, afortunadamente, sigue estando fuera de los poderes del hombre. Todo tipo de prótesis puede ayudar a su placer, pero es incapaz de inventar alguna que disfrute en su lugar. Inventa aquellas que trabajan, «piensan» o se desplazan mejor que él, o en su lugar, pero no hay prótesis, técnica o mediática, del placer del hombre, del placer de ser hombre. Para ello haría falta que las máquinas tuvieran una idea del hombre, pudieran inventar el hombre; pero ya es demasiado tarde para ellas, pues él es quien las ha inventado. A ello se debe que el hombre pueda superar lo que es, mientras las máquinas jamás superarán lo que son.
Las más inteligentes sólo son exactamente lo que son, salvo quizá en el accidente o en el fallo, que siempre cabe imputarles como un deseo oscuro. No tienen este incremento irónico de funcionamiento, este exceso de funcionamiento en que consiste el placer, o el sufrimiento, mediante los cuales los hombres se alejan de su definición y se acercan a su final. Desgraciadamente para ella, una máquina no supera jamás su propia operación, lo que tal vez explique la profunda tristeza de los computers… Todas las máquinas son célibataires.
(La reciente irrupción de los virus electrónicos ofrece, sin embargo, una anomalía notable: parece como si existiera un maligno placer de las máquinas en producir efectos perversos, peripecia irónica y apasionante. Es posible que la inteligencia artificial se parodie a sí misma en esta patología viral, inaugurando con ello una especie de inteligencia auténtica.)
EL XEROX Y EL INFINITO
Del libro “La transparencia del mal”. Ensayo sobre los fenómenos extremos de Jean Baudrillard...


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