Dos relatos pertenecientes al libro «Expreso Caníbal», de Adrián Sosa

El primer relato, titulado "T.Q.M XXL", se centra en una pareja que se encuentra en una plaza de comidas y está tan absorta en su teléfono móvil que no interactúa ni se presta atención mutua. La historia muestra cómo la tecnología puede ser tanto un medio para la conexión como una barrera para la comunicación real y la intimidad.

El segundo relato, "Ojos dentro de ojos", sigue a un hombre que queda fascinado por una gigantografía de una mujer que anuncia un perfume en una pared de un edificio. Se queda atrapado en la profundidad de sus ojos verdes y comienza a ver dibujos extraños en las pupilas que lo atraen hacia el núcleo de su ser. La multitud lo empuja, pero él sigue siendo hipnotizado por la mirada de la mujer en la gigantografía...


T.Q.M XXL

Van a bailar el juego de las apariencias en la plaza de comidas, metiéndose hasta el fondo del pantano con el celular hirviendo intentando descifrar acertijos de chat. No se ven. No se tocan. ¿Importa? Si se aman vía wifi aunque a dos metros están esos mismos ojos que tanto adoran. Buscan lejos una cercanía, pues todo eso ya está pago, solo faltan las facturas y deben aprovechar los beneficios. Miran perdidos en las ondas espaciales, buscan más allá de la distancia. A pocos metros alguien los mira. Pero todo es tan importante, tan urgente, tan claro y
fascinante que pocas cosas pueden serlo más. Comentan gustos de otros, errores ajenos, las obscenidades propias, las miserias ajenas surfeando sobre oleadas de agresiones gratuitas. Deben formar parte. Hay miles de terminales y pantallas ocultando el lado feo, cientos de celos y maldades, egoísmos y vanidades. ¿Cual es más moderno? ¿Y el más lindo y más veloz? Los dedos de ella lo recorren sin tocarlo como acariciando un león y presurosos se van en busca de una pantalla más familiar que esos poros grasosos, obstruidos. ¿Y ahora qué? ¿Cuando les toca? Están tan conectados, tan sutilmente informados, tan cruelmente enamorados, tan ciegamente comunicados, tan criminalmente distanciados que nada es más dulce que esa dulce hiel. El la adora. Ella lo adora. Se gustan. Les gusta. Sienten odio cuando no hay señal. Sienten vacío al esperar.(¿Ustedes también? ¡Uff! Menos mal, pensé que solo era yo). Ella se levanta y va rumbo al baño con los ojos clavados en el visor.El le escribe preguntando.

-¿Vas al baño? Mandáme una foto en ropa interior. Mandáme una foto de tus curvas hermosas. Una foto con algún gesto erótico, provocador.
-Que bobo que sos. Dale.
-Se ve poco esa foto. Buscá mejorar luz y apurate que ya nos traen las bebidas y pronto regresarán con las hamburguesas. ¿Papas chicas?   
-Grandes tonto, ya lo sabes.
-Apurate que hay un gil que me mira y escribe cosas con una estúpida 
 Bic-Cristal. Dale, apurate. TQM.
-Ya voy lindo.

( Del libro: Expreso Caníbal )



Ojos dentro de ojos

El taxi se movía lento. Cientos de personas por ambos lados de la calle y sobre las aceras, caminaban tan lento o más que ese coche. Él, desde la ventanilla, abanicaba el tedio mirando los edificios, los colores, vidrieras y carteles luminosos. Un frío gris en cuentagotas comenzaba a parir la noche. Buscó con la mirada algún punto de referencia y le explotó en la cara como una tormenta repentina, una gigantografía. Era la propaganda de un perfume que, congelada en la pared de un edificio comercial, ocupaba su horizonte inmediato a unos cien metros de su cara. Pero no se centró en la belleza de la chica del anuncio, ni en la forma sinuosa del envase ambarino, se vio imantado en la profundidad de los ojos verdes, apenas delineados, de esa mujer. Allá arriba, a lo lejos, esos ojos como dos lunas de jade lo estaban encandilando. El taxi apenas avanzaba, apenas. ¿Que detenía todo más adelante? ¿Un choque? ¿Un cuerpo sobre el pavimento? ¿Una manifestación? El motivo no importaba, pero el taxi apenas se movía. Pagó, agradeció y se bajó. Parado en la vereda lo envolvió un silencio profundo y total. Volvió a mirar la foto y distinguió una forma dentro de esos ojos, unos dibujos extraños en las pupilas que hacían foco en el iris verdemar. Esos diseños difusos lo atarían hacia el núcleo, no podía mirar otra cosa. Comenzó a caminar por la acera entreverándose con la gente que iba acelerando el paso mientras, otra vez, él apenas avanzaba. Lo pisaban, lo pechaban, lo empujaban corriéndolo de su centro, él mantenía su mirada negra azabache clavada en aquella otra mirada, allá arriba, a noventa metros de distancia. La multitud a contramano lo sacudía hacia adelante y hacia atrás con la velocidad invasiva de los suicidas, era un junco semi anclado al fondo de una laguna. El viento a ras del suelo y aquellos ojos verdes que parecían llorar lo llamaban en secreto. La noche caía sobre la calle, y sobre todas las calles, idénticas, calcadas, y las luces aumentaban su brillo anunciando la oscuridad total del cielo. A pesar de todas las puertas abiertas y de todas las caras iguales, las almas se iban encerrando en si mismas sin que importase el gentío. Se coló por sus oídos y por el silencio que lo envolvía desde antes, un susurro apenas audible, un canto de sirena. Allá arriba, a noventa metros, las imágenes dentro aquel cielo verde iban mutando en círculos y mareas fugaces. Fue creciendo el murmullo y las voces y la avenida redoblaba el tiempo en los pasos vertiginosos de los otros. Un sabor amargo brotó dentro de su boca y se mezcló con la espuma de su saliva, que contuvo y trago sin asco, como tantas otras veces después de las frustraciones y de los fracasos. Sintió que se despegaba del suelo y atravesaba el espacio, devorando la distancia que lo alejaba de aquellas retinas y mientras se consumían las fronteras, el se iba hundiendo en un humor acuoso, en un instante perdido del mundo. Y se vio nadando por canales adversos y por cristalinos inundados de luces verdes fosforescentes. Estaba naciendo, volviendo al océano vítreo y esmeralda de todas las cosas sin nombre, de las preguntas más simples e inocentes de la infancia. Su piel se desmaterializaba en pequeños jirones plateados y lisos al contacto leve con la fricción rugosa del agua. Abajo, las cabezas y los brazos de los cardúmenes apáticos parecían presas, listas para devorar y ser devoradas. Olas apretadas en un fluir presuroso que no calmaban la angustia de toda esa gente y que sostenían obstinadas sus mentes de pez. El dejaba de ser así, se desprendía de las urgencias y de las palabras dichas por decir. Allá abajo, todos en uno, uno dentro de todos, y eran, y fingían ser, y no estaban fingiendo estar. El nadaba calmo, lento, consumiendo horas dentro de un segundo, a solo noventa metros, se iba apagando, iba desapareciendo. Un aroma a primavera lo acercó a la orilla, los ruidos de las frenadas y los bocinazos terminaron de dejarlo parado otra vez en la calle. Pero el sólo deseaba volar, para poder caer y volver a levantarse, necesitaba transformarse. Desde la espalda recibió un empujón enérgico que lo hizo trastabillar, al tiempo que lo envolvían las voces histéricas de la ciudad desenfrenada. Puro llanto, pura artillería visual desde los escaparates y las vidrieras implacables de los cazadores. Bajó la vista hacia el suelo y miró sus pies. Estaba descalzo y parado sobre un charco de agua musgosa. No comprendió quién era, ni de dónde venía, ni hacia donde se dirigía, estaba en el lugar donde las cosas dejan de ser, donde todo es incierto. Sin pensarlo paró un taxi, se subió, y dijo una dirección que salió desde su boca como un tic añejo. Exhaló y se buscó en el retrovisor. Encontró en el espejo el antifaz de su cara y sus ojos verdes, intensos, volvieron a marcarle el rumbo, sintió el placer de creerse salvado, por lo menos hasta mañana.

Del libro: Expreso Caníbal.



Adrián "fino" Sosa: Montevideano. Lector, melómano, "escribidor". Durante los años 80, coordine y edite diversas revistas alternativas en forma independiente (Atrás de todo, Culos de botellas, Perro Andaluz) que divulgaban poesía, dibujos, arte callejero y música: el nervio latente bajo la aparente inactividad de esos años. Publiqué de forma artesanal libros de "muy mala poesía" de distribución gratuita "El Grito", "Lobos en la Buhardilla", "Lo que quedó allá arriba " y " Cuadernos Mojados". Actualmente participo en el taller de creación literaria "La Tribu" que dirige y coordina Alberto Gallo, escritor y periodista cultural. Colaboro en la revista literaria digital "La Atemporal". He publicado en coautoría el libro de relatos “El Gen de la Bestia.
Correo electrónico: fino38@montevideo.com.uy    
Llevo adelante el blog: Luces de la city.

📚 Lee otro texto de Adrián "Fino" Sosa (en Herederos del Kaos): Algún puente


Portada: 5. imagen generada por Juan Carlos Vásquez a través de Midjourney Al - Al Art Dalle (AI Art de Illusion).

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