No todo poeta suicida consigue suicidarse | Poemas y artículos de Hanni Ossott


"Hanni Ossott, poeta venezolana, demostró que no todo poeta suicida consigue suicidarse. Con una gran sensibilidad y devoción espiritual, Ossott nos regaló su obra poética y ensayística. En su poema #508 nos invita a hablar en blanco, a perder los signos y a ser devueltos en la cópula mínima del polvo y en la luz. En su poema #413, describe una mordida profunda que la hace erigirse como ella misma, y que doblega al otro. Aunque falleció en 2002, su legado poético sigue vivo en su obra y en la memoria de aquellos que la conocieron."


Hanni Ossott, fue una poeta venezolana. Nació en Caracas y se licenció por la Universidad Central de Venezuela, de dónde también fue profesora. Recibió los Premios Nacionales de Poesía Ramos Sucre y Lazo Martí. Tradujo a poetas como Rainer Maria Rilke y Emily Dickinson, que tuvieron una decisiva influencia en su obra. Fue también crítica de arte y publicó varios libros de ensayos. Quedó huérfana de madre cuando sólo tenía tres años de edad (pérdida que despertó en ella una gran sensibilidad y una fuerte devoción espiritual. Entre sus publicaciones podemos mencionar los títulos Hasta que llegue el día y huyan las sombras, El reino donde la noche se abre,Plegarias y penumbras, Cielo, tu arco grande, Casa de agua y de sombras y El circo rotoObtuvo los Premios Nacionales de Poesía José Antonio Ramos Sucre y Lazo Martí y, en 1988, fue galardonada con el Premio Nacional de Poesía otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Hanni Ossott falleció el 31 de diciembre de 2002 tras pasar varios años recluída en una casa de reposo.



Poema #508.

hablemos en blanco
hablemos perdiendo los signos
repitamos el primer y último acto
de ser devueltos
en la cópula mínima
del polvo
en la luz


Poema #413
La mordida profunda

Hay una mordida profunda
incisiva
en el centro de mi sexo
por la cual yo me erijo como yo misma
y soy,
y poseo y dono.

Regalo mi cuerpo y mi ansia.

Hay una mordida en mí
que doblega al otro
lo arrodilla, lo inclina.

Por esa mordida se abre un vasto mar de vacíos
vértigos
precipitaciones
abismos.
Me cruza una pendiente
me traza un precipicio
en el amor… y en todas mis 
secretas junturas
con cuido, con recelo, tú te avienes a mí
y no me sabes.


El circo roto

-Toda vida es un drama
Rafael Cadenas (en una conversación)

He muerto
he trascendido la muerte
he trascendido la vida
más allá de mí no queda nada
sólo rastrojos
penas

La fiesta se ha apagado
las luces del teatro ya no existen
estoy en la nada
del circo no queda sino un traje raído
cansado
descolorido.


600. Una playa sin fin

A Valentin Flamerich Ossott, por los poemas que quiere escribir

Sí, habría que escribirlo así, elevado, devoto, casi total
si fuese posible, un gran poema.
Pero hay interrupciones, los ruidos de la casa,
la respiración del marido. El gato.
Y allí entraría sobre todo el mar
convulso él, alto, encrespado
golpeando playa y costa, insaciable
y el ardor, los cangrejos, siempre arrepentidos.
La culpa. Lo echado a perder, las cosas rotas.
Ese gran poema que lo contuviera todo.
Los vientos. La melancolía. El arrastre.
Las largas noches. Una enumeración de estados.
Fiebres. Calores.
Y habría miradas que cruzan palabras para detenerlas.
Ojos fijos, casi silentes, propios.
Hablaría de la mentira
la casi insostenible mentira, al ras.
Expresaría lo imposible, instalado en el centro del corazón
como esperanza.
El poema podría ser como un fluir de aguas
en torno a un centro improbable.
Estarían allí los árboles, los amantes, las fuentes,
Dios, la respiración, la sangre, los libros, las muñecas,
las estrellas.
Habría que escribirlo así, abrazado a una totalidad
que se borra en la muerte
como si todo se desvaneciera y se creara
eternamente.

Habría que decir que en él late la pasión
una sangre bullente, una efervescencia.

Un poema fuego
honra a algún dios
honra de un lar de la casa, de un resquicio
atento a la tensión de la calidez.

Si se pudiera, si se pudiera escribir
el poema innumerable
el único, el entero
tenso, vibrante
el atravesado por la gravedad y la divinidad
el zanjado por el horror.
Pero el gato nos ocupa
la cocina nos llama
la solicitud nos distrae.
También irían allí atravesadas las calles, los hombres
las pugnas, las separaciones
y <los pájaros que nos hablan en griego> cuando enloquecemos
de tanto no entender.
Por ello daríamos un salto al infinito. Por ello, el poema.

 Si llegase.

Y si llega, viene con él la dicha de ver

 la felicidad de contar todos los números del universo

las funciones, los espectáculos

las rarezas, las individualidades

si llegase

la totalidad inundaría mi alma.

Lo absoluto invadiría.

Un dios se haría en nosotros.

Estoy ahora en una playa sin fin. Soy estrella y musgo
Me encrespo.

El poema ha llegado de mi carencia, de mi pobreza.

 


Mosaico de recuerdos en torno a Hanni Ossott

Judit Gerendas


Conocí a Hanni a finales de los sesenta, cuando ambas eramos estudiantes de Letras. Ella entró a primer año –entonces la carrera no era por semestres y tenía una duración de cuatro años- cuando yo cursaba el tercero. Poco tiempo después, en 1969, se produjo esa gran eclosión que constituyó la Renovación universitaria, la cual conmocionó a la Universidad Central de Venezuela y tuvo en Letras uno de sus bastiones centrales. Los del primer año aportaron quizás el mayor grado de creatividad, dentro de una Escuela tremendamente formal y académica.
La Renovación fue una fiesta, que en parte logró sus objetivos, pero luego el proceso, cuando iba a iniciarse la revisión más profunda de las estructuras universitarias, se quebró, debido al allanamiento y la intervención llevados a cabo en 1971 por Caldera.
Recuerdo la luminosa figura de Hanni participando en la Renovación, serena y apasionada, tímida y llena de coraje. Era una de las más jóvenes, una niña casi. Delgada, grácil, muy bella, permanecía sentada escuchando en silencio, la cabeza inclinada a un lado, seguramente ya figurando infinitos. Luego intervenía, concisa, breve, tajante, segura de sí misma.
Después, años más tarde, fuimos ambas profesoras de Letras, nuestra Escuela. Las circunstancias habían cambiado y nos encontramos en bandos enfrentados vehementemente, intensamente. El Área III, del cual era ella una de las profesoras más brillantes, se oponía al Área II, en el cual yo ocupaba un lugar significativo. Dicho de una forma más razonable, sin las etiquetas que tanto daño hicieron, ella dictaba las materias Necesidades Expresivas, Poesía y Poetas y Literatura y Vida. Las mías eran Teoría de la Literatura y Crítica e Investigación Literaria. A pesar del fragor de la confrontación, Hanni y yo nunca tuvimos ni el más leve enfrentamiento, nos respetábamos y nos apreciábamos, aunque teníamos posiciones radicalmente diferentes en cuanto a la literatura y en cuanto a la vida. Pero creo que coincidíamos en un punto de integridad, de honestidad, que nos permitía no llevar esas divergencias al terreno de lo humano.
A finales de los años setenta asistí a la defensa que hizo Hanni de su primer Trabajo de Ascenso. Habló con su voz melodiosa, modulada, como formulando un poema o entonando un canto, sugestiva, apasionada, dura en sus apreciaciones. Luego del acto le pedí prestado un ejemplar y, después de leerlo, le dije lo mucho que me había gustado. Me miró con sus ojos asombrados y me preguntó, sorprendida: -¿de verdad? Yo le dije, de verdad, claro que sí, si no no lo diría. Ella se alegró, de verdad, se sorprendió de verdad, porque era humilde, como todo ser realmente grande, y altiva, como todo creador que se siente segura de lo que hace. Ese ensayo se publicó luego con el título deMemoria en ausencia de imagen/Memoria del cuerpo.
Coincidimos también durante varios años en el Consejo de la Escuela de Letras, ella como Jefa del Departamento de Disciplinas Literarias y luego como representante profesoral, yo como Jefa del Departamento de Teoría de la Literatura. Ella poco hablaba, ya había comenzado su proceso de ensimismamiento. Cuando terminaban esas horribles y maratónicas sesiones, generalmente nos íbamos juntas hasta el estacionamiento, ella, la profesora Vilma Vargas y yo. Pronto Vilma y yo nos dimos cuenta de que al acercarnos a esa zona del campo universitario llamada Tierra de Nadie, Hanni se ponía a temblar y entraba en un estado de gran angustia. Desde entonces nos cuidamos siempre de acompañarla y dábamos un rodeo para no pasar por el lugar que desencadenaba en ella semejante reacción. Sólo mucho después, cuando leí sus poemas, comprendí, conmovida, lo que podía simbolizar para ella ese espacio.
Luego, años después, se agravó, no pudo seguir dando clases. Pero añoraba la docencia, no podía vivir sin ella, así como amaba la literatura y tampoco podía vivir en su ausencia. En un momento en que creímos que estaba un poco mejor, siendo yo directora de la Escuela, en 1994, abrimos un curso sin créditos para que ella lo dictara. Sus alumnos de siempre, que la amaban, se inscribieron, pero ya ella no era ella, ya no era capaz de sostener el discurso al que estaban acostumbrados y el curso naufragó, inexorablemente.
No quisiera recordar la última vez que la vi. Fue en la misma época, yo seguía siendo directora, y ella estaba en una clínica, agonizando. Vi a alguien en esa cama a quien no conocí, a una anciana desvencijada, en posición fetal, sumergida en el letargo que antecede a la muerte. No supe qué hacía yo ahí, no había comunicación posible con ella. Torpemente me despedí de los familiares y huí del lugar. Igual de miserable me sentí, más o menos en la misma época, cuando fui a visitar a Ida Gramcko, quien se estaba muriendo en terapia intensiva, y a quien ni siquiera vi, ahí sólo había una puerta cerrada y no había ni familiares, de manera que de mi huida de ahí no hubo testigos, de mi pavor tampoco.
Ida murió a los pocos días. Pero Hanni, espectacularmente, se recuperó. Su organismo no era el de una anciana, era todavía joven y robusto y resistió, se negó a morir.
Después, ya sólo supe de ella por terceros, hasta que, hace algunos años, me leí toda su poesía, una y otra vez, y descubrí la sostenida e inmisericorde exploración de su propio dolor, su capacidad de poetizar una calidad atemporal del tiempo, su mostrar espacios amenazantes carentes de fronteras, su asedio a la forma, al cuerpo, su trágica imposibilidad de alcanzar lo inalcanzable. Conmovida, admirada, escribí dos artículos, “Espacios en la poesía de Hanni Ossott” (Ateneo, Los Teques, Nº 15, 2001) y “Canto y muerte” (Verbigracia, 11 de enero de 2003), relativos a su obra, una de las más densas y bellas de la literatura venezolana. - LA CASA AZULADA -

LAS PASTILLAS
A los médicos psiquiatras

Una pastilla
dos pastillas
tres pastillas
seis pastillas
Dayamineral
Carbonato de Litio
Haldol
Neubión
Oranvit
Rivotril 2 mg
¿y el médico?
Deambulando por ahí... ahí como en la Luna
Sin saber de la verdadera enfermedad.
La enfermedad es el vivir
la única
La enfermedad es el cuerpo
y las pastillas no sirven de mucho
Sólo sirve el alma
haciendo cuerpo
y el cuerpo haciendo alma
¡Fuera el Lexotanil!
Ciao bambino...

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