«El otro yo del señor Hyde», un relato del psicólogo y escritor argentino Alex Armega

                                             

Vista por fuera la casa parecía abandonada. De aparejo inglés, victoriana, constaba de dos plantas; las ventanas habían sido clausuradas, las paredes estaban llenas de moho, descascaradas y pobladas de obscenos grafitis. Disimulada por una enredadera, una puerta lateral, añeja y oxidada que daba a un sórdido callejón,  ahuyentaba a los niños y desafiaba a los audaces. El edificio de enfrente proyectaba sobre la fachada una sombra lúgubre que la oscurecía dándole a la vivienda un aspecto siniestro aun estando las farolas encendidas;

sobre todo en los meses de invierno, cuando en Londres la niebla todo lo confunde y a las cinco de la tarde  ya es de noche.

—Te he dicho que no vuelvas a interrumpirme cuando estoy trabajando.

—No acostumbro a pedir perdón, pero si me traes algo de beber te pediré perdón.

—Solo piensas en beber…

—No tengo nada mejor que hacer; en cambio tú tienes familia, amigos, y una prestigiosa profesión…

—Te ruego que me dejes trabajar, algo ha salido mal y me urge solucionarlo; eres un ser abominable, pérfido y violento, no podemos estar juntos…

 —Pues si no quieres estar conmigo devuélveme mi llave, deja que me marche de aquí; llevo semanas encerrado en este sótano claustrofóbico al que llamas laboratorio...

—Si te dejo salir volverás a rondar por las callejuelas del Soho, la policía te atrapará y te llevará a un lugar peor. Descansa en el sillón, déjame trabajar…

—No le temo a la policía, tú sabes que no le temo a nada...

—Cierra esa bocaza de una vez y escóndete, es el mayordomo. Reconozco su manera de llamar a la puerta. ¿Qué ocurre?

—Le he conseguido aquello que me encargó.

—¡Bravo Poole!, es la mejor noticia que en estos momentos alguien pudiera darme. Sé que has andado mucho para conseguir estas medicinas, te compensaré, tómate el día libre, descansa o vete a dónde quieras...

—Le recuerdo que está noche tenemos invitados...

—Oh, con tanto trabajo lo había olvidado. ¿Algo más?

—Cenaremos a las siete, Doctor.

—Gracias Poole, son las cinco de la tarde; aprovecharé las horas que me quedan y subiré a tiempo para cenar. Puedes retirarte.

—¿Quién vendrá a cenar?

—Mr. Utterson y el Dr. Lanyon; no hagas ruido y no intentes escapar mientras yo no estoy, la vida de ambos corre peligro…

—¿A qué le temes tanto?

 —Si no fueras un patán no tendría nada que temer.

—¿Tan mal me he comportado?

—Ebrio te has chocado con una niña, la has tirado por el suelo, y ni siquiera te has detenido a socorrerla…

—Utterson te lo ha contado…

—Nadie me lo ha contado, conozco bien todas las fechorías que has cometido…

—Ja, como si las hubieras cometido tú…

—No hagas que me sienta culpable, siempre he tratado de borrar las huellas de tus correrías; la policía sabe que sin motivo alguno a bastonazos mataste a Sir. Danvers, si no hubiera sido por mí ya te habrían colgado en la horca…

—¿Qué quieres decir?

—Que te he ofrecido la mejor coartada que un asesino puede tener: como si fuera un mago te he hecho desaparecer…

—Pero he vuelto...

—Es obvio que has vuelto, pero no deberías haber vuelto; algo salió mal, eso es todo. Mantén tu boca cerrada, con estas medicinas que me ha traído Poole voy a solucionarlo...

—Terminaras envenenándote con tus malditas pócimas, reconoce que algo no funciona, que ya no puedes volver atrás; déjame libre, si me dejas en libertad te prometo que no te meteré en más problemas, saldré de Londres, tomaré un barco, me iré lejos, muy lejos, no volverás a verme nunca más…

—Donde quiera que vayas seguirás con tu vida lujuriosa, molestando a la gente y haciendo cosas horribles…

—¿Y qué otra cosa puedo hacer?, es mi naturaleza, pero tú ya no estarás cerca, no te perjudicaré; me has dado esta despreciable vida que tengo, pero aún así quiero vivirla, dame una oportunidad…

—Soy un hombre de ciencia y como tal tengo el deber y la responsabilidad de solucionar este problema, no permitiré que por un error manche mi reputación un experimento al que le he dedicado toda mi vida…

Cuando Henry Jekyll abandonó el laboratorio para reunirse con sus amigos la pócima, de color verde acuoso, burbujeaba intacta dentro de un tubo de ensayo cuidadosamente cerrado. La precaución del doctor pospuso su ingesta hasta después de la cena. Aquella noche todo tenía que parecer normal, nadie debería sospechar que el escondite del indómito Edward Hyde estaba en su propia casa.

La cena transcurrió con absoluta serenidad, comiendo, bebiendo y hablando despacio, hasta que a la hora de los postres el doctor Jekyll comenzó a sentir un ligero malestar.

—¿Se encuentra usted bien? — preguntó su colega, el Dr. Lanyon.

—Lo noto pálido Henry...—agregó Mr. Utterson, el abogado.

—Oh, no os preocupéis, no es nada, solo necesito ir al lavabo; les ruego me disculpen señores, en un momento volveré con ustedes—dijo Jekyll ocultando las manos para no revelar un incipiente temblor.


Temiendo lo peor el doctor bajó deprisa al laboratorio. Conteniendo los temblores alcanzó a abrir la puerta atenazado por un dolor que le oprimía el pecho y le cerraba la garganta. Hincado de rodillas observó que el tubo de ensayo que contenía la pócima “que todo lo arreglaría” había sido abierto, y totalmente vacío yacía en el suelo. Padeció un dolor indecible; sintió que esta vez la extraña metamorfosis fue peor que nunca. Su cuerpo, a la vez que se comprimió, se empequeñeció de tal manera que el elegante traje, con el que se había ataviado para la cena, le sobraba por todos lados. Su cráneo reblandecido adquirió proporciones simiescas y su cara facciones dignas de un primate; sus manos crecieron de forma desproporcionada hasta volverse rudas y pesadas, las piernas se  le hincharon y curvaron, y de su boca más que un grito de auxilio salió el quejido de un animal herido, tan estremecedor y lánguido que por suerte nadie de los que estaban arriba alcanzó a escuchar.

Edward Hyde se incorporó del sillón y se acomodó la pajarita frente al espejo. El smoking le sentaba igual de bien que al augusto doctor. El pobre Jekyll no podía ni moverse todavía prisionero de las últimas convulsiones que propiciaron aquella horrible transformación.

— Te daré la oportunidad que me negaste: debes salir rápidamente de Londres, todo Scotland Yard anda buscándote, a la madrugada zarpa un vapor rumbo a Nueva York…, Poole te dejará algo de dinero y una maleta. Vete por la puerta lateral y compra un boleto de segunda clase, no debes llamar la atención.

—No me subiré a ningún barco; con este macabro aspecto qué podría hacer yo en Nueva York... Me entregaré a la policía, les contaré todo…—atinó a decir el malogrado Jekyll con otra voz.

—Oh, nadie va a creerse semejante historia; yo mismo, el doctor Jekyll, la negaré.

 —No me iré de aquí. Ésta es mi casa…

—Te olvidas que haz matado a un hombre sin motivo alguno…, hay testigos por todas partes. Más temprano que tarde te encontrarán…

—Pues me quedaré encerrado en mi laboratorio; no saldré hasta crear otra pócima y tomarla; todo volverá a la normalidad... —dijo Jekyll incorporándose penosamente.

 —En vano será que lo intentes, el señor Hyde no sabe de química ni medicina; la transformación ha borrado todos tus conocimientos.

—¿Qué harás con mis amigos?

—Oh, no desesperes, ni a ellos ni a tu servidumbre les haré nada; tal como han quedado las cosas los necesito con vida para no levantar sospechas...

—He cambiado el testamento, todo se lo he dejado a Utterson…

—Me tiene sin cuidado el testamento; disfrutaré de toda tu fortuna hasta el final. A Utterson no le quedará nada…

—No te será tan fácil, el demonio que llevas dentro te delatará…

—Como sigamos hablando perderás el barco; aprovecha la oportunidad que te ofrezco, no tienes opciones…

—Puedo quitarme la vida y acabar contigo…

—Todavía somos jóvenes, el suicidio no es una opción, suicidarse es el final...

—Después de robar mi vida tu generosidad me es tan repulsiva como tu maldad; recuerda que yo soy el bueno y tu eres el malo, señor Hyde...

—Las apariencias engañan doctor, usted lo sabe mejor que yo.


Dicho esto Hyde se giró, dejó la puerta entreabierta y subió al salón donde los invitados esperaban el regreso de su anfitrión platicando en voz baja al amparo de la chimenea recién encendida. 

 


Alex Armega. Nacido en Bahía Blanca, Argentina 1963. Licenciado en Psicología. Obras publicadas: “La mansión de los altos estudios”, “Entre la lluvia y el fuego”, “El diablo en Marsella”, “Tres relatos y medio”, todas editadas por Blurb Inc. 

Lee otro texto de Alex Armega (en Herederos del Kaos): La otra noche de los sueños 


Illustración: las imagenes han sido remitida por el autor de la obra.


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