«Entrevista a Simone Boué» compañera de Émile Cioran, por Maïté Grou

«Entrevista a Simone Boué» compañera de Émile Cioran, por Maïté Grou

-¿Cómo conoció a Cioran?
-Le conocí en 1941. Fui a estudiar a París gracias a una beca. Yo venía de provincias y me instalé en una residencia de estudiantes en el bulevar Saint Michell. La residencia tenía un comedor universitario donde podía ir a comer cualquier estudiante y siempre había unas colas larguísimas, uno de los días apareció Cioran intentando colarse y así le conocí.

-Una de las principales obsesiones de Cioran era el idioma. Cuando le conoció llevaba poco tiempo en París y todavía escribía en rumano. ¿Cómo vivió Cioran aquel cambio tan fundamental?
-Cioran estaba en París desde 1937, había escrito y publicado cinco libros en rumano pero se daba cuenta de su escasa difusión. En 1947 hizo una prueba; intentó traducir unos versos de Mallarme al rumano y ese experimento fue para él una revelación, se dio cuenta de la falta de sentido de seguir escribiendo en rumano; a partir de entonces decidió romper con su lengua materna y empezó a escribir Breviario de Podredumbre, su primer libro en francés. Cioran cuenta que lo reescribió hasta cuatro veces.
El cambio de idioma fue muy difícil para el, decía que era como ponerse una camisa de fuerza. Cuando escribía en rumano era más libre, su estilo era más visceral. El rumano es extremadamente lírico, muy intenso, y lleno de repeticiones. Esto en el francés no funciona. Así que escribió una y otra vez su libro hasta que consiguió que no sonara “meteco.

-¿Cómo es la influencia francesa en Cioran?
-Muchos de los rumanos, también los intelectuales, que vivían en Bucarest, hablaban francés, pero Cioran procedía de Transilvania, que era una zona completamente distinta regida por el imperio austrohúngaro. El pueblo donde nació Cioran, Sibiu, forma parte de Hungría y tiene parte de la cultura rumana.
Pero también están las culturas alemana y húngara, ya que el nombre de las calles está escrito en los tres idiomas. Así que, tanto el rumano como el húngaro, eran lenguas maternas para él.

-¿Alguna vez se planteó volver a Rumania?
-No, no podía. Su hermano fue enviado a prisión durante siete años y su hermana estuvo 4 años en la construcción de un canal, una especie de trabajos forzados donde moría mucha gente. Ella también era una gran fumadora que consumía cerca de diez paquetes al día. Murió en 1966. Su madre murió un mes antes. Cioran siempre decía que su familia estaba atacada por la locura. Recuerdo que fue invitado por el embajador francés a visitar Rumania para presentar unos libros suyos, pero esta invitación le ofendió muchisimo. Decía, “cómo se atreve a invitarme a mi país”. Naturalmente no aceptó. Después de la revolución en Rumania, le pregunté por qué no iba y su respuesta fue que no quería ir porque aun quedaban muchos amigos suyos vivos y no quería volver a verlos. Al único lugar donde realmente le hubiera gustado volver era a su pueblo, a Sibiu.

-¿Frecuentaba los círculos intelectuales?
-No estaba muy interesado en los escritores, le interesaba la gente común, pero no los escritores. Por supuesto había excepciones, era muy amigo de Henri Michaux, incluso escribió sobre él. También le gustaba mucho Becket, como autor y como persona.

-En sus textos, algunas veces, Cioran ensalza a los mendigos.¿Tenía algún amigo mendigo?
-Si, tenía un gran amigo, un vagabundo, que venía de vez en cuando a visitarle hasta que un día desapareció y ya no supimos nada más. Siempre decía que ese hombre era el único que había conocido con una cabeza realmente filosófica.

-¿Leía mucho?
-Sí, era un escape para él. Cuando estuvo en el hospital, pocos meses antes de morir, el director de la fundación Doucet -una fundación que se dedica a la conservación de manuscritos-, me propuso hacerse cargo de sus manuscritos. Yo tenía miedo de que después de su muerte, todo el mundo intentara apropiárselos y pensé que en esta fundación estarían bien. Al recoger todo el material para entregarlo a la fundación, encontré tres cuadernos en una maleta. En estos cuadernos estaba escrito en la tapa “para ser destruidos”.
Decidí conservarlos un tiempo antes de entregarlos a la fundación. Cuando los leí, fue extraordinario, como si en esos textos me revelara un secreto. Me di cuenta de sus inseguridades y de su sensación constante de fracaso personal. Decía cosas como: “no estoy haciendo nada, no puedo escribir...” También describía allí su perpetua compulsión hacia la lectura, que era para él una forma de terapia, la única forma de no perder el tiempo. Cuando escribía se sentía siempre desesperado, escribía para liberarse de su angustia. Yo trato de consolarme pensando que no pudo ser tan infeliz como cuando dice: “solo escribo cuando tengo ganas de suicidarme”. En sus cuadernos de notas, aparecen frases del tipo: “ha sido una noche terrible, no he podido dormir ni un minuto”. Utilizaba estos cuadernos como copia de trabajo, por ejemplo, para escribir sus aforismos. En esos cuadernos podemos leer tres o cuatro versiones de algunos aforismos, y en cada una de ellas se observa un avance hacia la brevedad, la concisión.


-¿Cómo era la biblioteca de Cioran?
-Por supuesto, tenía sus libros, algunos llenos de anotaciones. Pero, sobre todo, los sacaba de bibliotecas. Al principio, iba a la Sorbona, pero, al poco tiempo, encontró un lugar que le gusto más, El Instituto católico. Está más cerca de casa y le caía muy bien el bibliotecario. Cioran consultó muchísimos libros. Solía dar cigarrillos a los empleados para que le atendiesen bien y le buscasen los volúmenes extrañísimos que a veces necesitaba con urgencia. Era muy querido por algunos bibliotecarios.

-Cioran siempre estuvo muy preocupado por la religión, ¿tenía relación con personas creyentes?
-Era muy amigo del filósofo católico Gabriel Marcel, que era una persona extraordinaria, en cierta forma algo naif. Adoraba a Cioran, aunque le horrorizaba absolutamente lo que Cioran escribía. Durante un tiempo, Marcel fue crítico teatral y tenía que ver muchos estrenos para poder enviar la crítica el día siguiente. Con frecuencia, invitaba a Cioran, y, a los pocos minutos de haberse iniciado la obra, Marcel, que ya se estaba haciendo mayor, se dormía e incluso roncaba. Confiaba mucho en Cioran y siempre le pedía consejo. Con sus consejos escribió muchas de sus críticas. Sus opiniones siempre conseguían reconfortarle y le estimulaban a escribir. Recuerdo que un día que Cioran había salido, llamó Marcel desesperado, se estaba produciendo la crisis de los misiles en Cuba y Marcel estaba preocupadísimo. ¡Qué pasará! ¡Una nueva guerra...! Yo no sabía que decirle y al final le sugerí que se fuera a dormir.

Marcel se quedo encantado y me dijo: cuanto se lo agradezco señora, ahora mismo voy a llamar a Raymon Aron, que también esta muy angustiado. Sorprendentemente, mi consejo funcionó y los dos se fueron a dormir. En general, Marcel se porto muy bien con Cioran. Recuerdo que le habían encargado a éste un prólogo para una edición en Estados Unidos de la obra de Valery. Le pagaban una buena suma de dinero. Cioran siempre tenía dificultades económicas, siempre estaba pendiente de becas, así que aceptó. Vino a París un representante de la fundación que pagaba para hablar con Cioran del asunto. Era un hombre encantador, de Georgia, con unos modales muy caballerosos y un inglés que no sonaba ofensivamente americano. En todas las ocasiones en que nos veíamos le preguntaba a Cioran si estaba trabajando en el prólogo y éste le contestaba que todavía no lo había empezado. Cuando, finalmente, consiguió terminar el prólogo le salió un texto totalmente en contra de Valery a pesar de lo mucho que lo admiraba. Se lo envió al americano, que ya estaba de regreso en EEUU. Una mañana, lo recordare siempre, Cioran apareció pálido, temblando de ira, con una carta en las manos. Su texto había sido rechazado. Cioran no creía que aquel sujeto tuviera la suficiente categoría intelectual como para rechazar un texto suyo. Estaba indignado y empezó a escribir cartas de respuesta, todos los días, a todas horas, me enseñaba las cartas y yo le decía, esta muy bien , envíala mañana por la mañana, pero la mañana llegaba y no la enviaba. Cioran no sabía qué hacer y, además, necesitaba el dinero. Entonces, pensó en mostrarle el prólogo a Gabriel Marcel, para que le diese su opinión acerca de su calidad. Marcel se estaba quedando ciego, casi no podía leer, y, como Cioran ardía de ira y estaba muy nervioso, tuve que leérselo yo. Marcel escuchó en silencio y, al acabar, dijo que el texto era admirable y que iba a escribir una carta a otro editor. Finalmente, Cioran obtuvo el dinero y el texto se publicó en Francia. Luego entendí que siempre que le encargaban algo sobre un autor, no podía evitar escribir en su contra, aunque le gustase mucho el autor. Sólo con Becket se moderaba. Pero incluso con éste, cuando se publicó una antología de escritos sobre Becket, un editor no quiso incluir un texto de Cioran, quizás porque Cioran, cuando habla de alguien, habla básicamente de si mismo y de su perspectiva del mundo.

-¿Cuales eran sus lecturas más habituales, cuales eran sus libros de cabecera?
-Hacia el final leía biografías o memorias, decía que la lectura de las memorias le dispensaba de no tener una biografía interesante. También leía muchas novelas.

-Los místicos le interesaban mucho.
-Sí, escribió un libro en Rumania sobre ellos, De lágrimas y de santos, un libro que conmocionó a sus padres. Cuando lo leyeron no podían admitirlo, su madre le escribió diciéndole que no debía haber publicado semejante libro mientras ellos viviesen. Eliade escribió un artículo en contra del libro, pero, también hubieron opiniones que le complacieron. Por ejemplo, una que decía que era el libro más religioso que se había publicado en los Balcanes...

-Es interesante ver cómo, desde su primer libro a los veinte años, mantiene prácticamente los mismos temas y las mismas obsesiones.
-Si, en efecto, los temas son siempre los mismos. El primer libro que se tradujo al francés fue De lagrimas y de santos . Fue traducido por una mujer y a Cioran no le gustó nada la traducción. Era una rumana hija de diplomático que había sido educada en las mejores escuelas privadas francesas. Su francés era perfecto, pero en su traducción faltaba el alma de Cioran, la acidez, el sarcasmo... Una tarde, la mujer llegó y empezó a leer lo que había traducido. Cioran la interrumpía todo el tiempo, horrorizado, con las manos en la cabeza, y yo me sentía fatal. Cioran era muy cortes, pero en las cosas que le concernían directamente podía resultar agresivo; iba diciendo “oh no, no, córtelo, córtelo, no tiene sentido”. A veces decía, ¿yo dije esto?, pues es un disparate, no lo ponga. La cosa derivó en una auténtica reescritura del texto en la que tanto la mujer como Cioran sufrían enormemente. Ella estaba muy disgustada, no entendía por qué quería eliminar párrafos enteros que a ella le gustaban mucho. Incluso, más adelante, escribió un artículo sobre Cioran donde se refería a él como “el podador”. Cuando llegaba por las mañanas para trabajar en la traducción le preguntaba a Cioran: “que me vas a cortar hoy”. Al final, la traducción quedó reducida a un tercio del original.
Así pude darme cuenta de que los textos de Cioran en rumano eran mucho más barrocos. Creo que el inglés y, supongo que el alemán, son lenguas más propicias al rumano de Cioran.

-Cuando escribía, ¿tenía Cioran una idea previa y estructurada del libro o escribía a golpe de arrebatos?
-Creo que Cioran era sobre todo un articulista o un escritor de textos breves.
Los aforismos son un ejemplo de esas tendencias que finalmente fueron fundamentales. Después de publicar Breviario de podredumbre, La Nouvelle Revue Francaise , que dependía de Gallimard, le ofreció escribir una serie de artículos. Cioran no podía negarse después de que le hubieran publicado su primer libro en Francia. Andaba desesperado con esos artículos porque le costaba mucho terminarlos en la fecha que le pedían. Fue a través de encargos de ese tipo como escribió la mayoría de sus libros en francés. Eran ensayos breves, de veinte o treinta páginas. El director de la revista le animó mucho para que escribiera esos textos, e, incluso, más adelante, le consiguió un sueldo mensual que le permitió vivir económicamente tranquilo. Eso era fundamental para Cioran, un hombre sin ingresos fijos. Cuando dejo de fumar y de tomar café a todas horas, cambió radicalmente su forma de escribir. Entonces comenzó a escribir exclusivamente aforismos. Decía que ya no podría escribir nunca más artículos ni ensayos.

-Para terminar, ¿le molestaban las críticas que usted le hacía?
-A Cioran le gustaba mucho hacer trabajos manuales , solía decir que que cuando andaba existía solo gracias al movimiento y cuando trabajaba con sus manos, existía con mayor intensidad. Reparaba todos los desperfectos de la casa, si había que llamar a un técnico estaba todo el rato observando su trabajo, intentando aprender. Debo decir que todas las reparaciones que hizo eran muy sólidas, para toda la vida , pero, generalmente, aparatosas y feas, con montones de esparadrapos o cuerdas. Cuando le hacia alguna crítica a sus reparaciones, se enfadaba muchísimo. Así como aceptaba las críticas a sus textos, no las aceptaba en sus trabajos manuales... Fuente: Amsterdam Sur

La presente entrevista ha sido extraída de la versión grabada de una charla que en enero de 1997 Simone Boué, esposa de Cioran, mantuvo con la pintora catalana Maite Grau quien gentilmente la envio en exclusiva para Amsterdam Sur




Profesora de Liceo y compañera de E.M. Cioran durante más de 50 años, falleció ahogada en una playa francesa el pasado verano. Dice Stendhal: "Hacen falta al menos 10 líneas en francés para alabar a una mujer con delicadeza". Yo necesitaría muchas más en español para hacer medianamente justicia a Simone en esta despedida. Era inteligente, vivaz, irónica, discreta. Sobre todo era la elegancia misma, la encarnación de ese chic parisiense que puede pasarse de pasarelas y que no se adquiere derrochando dinero en casa de los modistas. A ella le bastaba -tenía que bastarle porque eran pobres- con un pañuelo, una sencilla rebeca, con cambiar de sitio una flor. En la casa minúscula de la rue de l'Odeon todo era perfecto y humilde, como pintado por Vermeer. "¡Agáchesel", me ' decía Cioran al entrar. "¡Cuidado con la cabeza, la puerta es muy baja!". Parte del gozo de su hospitalidad generosa y cordial era oírles contar las anécdotas a medias, lanzándose tiernas puyas: él criticando a Francia sin la cual no podía vivir; ella, francesa a más no poder. Al final, cuando Cioran empezaba a perder la cabeza, ella completaba, sin que se notaran sus balbuceos, y hacía ambos papeles, el censor acerbo y la amable réplica.La vi por última vez en junio, en el primer aniversario de la muerte de Cioran. "Por favor, cuidado con la cabeza", me dijo al entrar. Me contó su amargura por una biografía reciente de Cioran, no tanto por la insistencia escandalosa en sus veleidades fascistas juveniles como por la pedante bobada de compararle ¡con Wittgenstein! Luego nos despedimos y era para siempre. No sé quién será el próximo inquilino del pequeño apartamento en el corazón del barrio latino; no sé si sabrá que en esas tres habitaciones se vivió una tan larga y preciosa historia de amor. Por favor, agachen la cabeza; y descúbranse-


Necrologias
EL PAIS


Nadie mejor que Cañeque y Grau para acercarnos a ese tipo cercano al absurdo. Con ellos, en esa patria del surrealismo que es Cadaqués, y con una trupe en la que se cruzaban Málaga y aquel pueblo de la Costa Brava, celebramos un congreso sobre el absurdo.

RECORDANDO la década pasada, cuando desde su refugio de Cadaqués llegaban por aquí trayendo la excusa perfecta para lanzarnos a la calle y festejar la amistad y la literatura, pasaron esta semana por Málaga Maite Grau y Carlos Cañeque. La excusa esta vez -maravillosa excusa- fue Emile Cioran. Maite Grau -pintora, profesora en la Escuela Superior de Cine de Barcelona, cantante de jazz con voz de ron o de pantano profundo- y Carlos Cañeque -novelista con el premio Nadal a cuestas, sociólogo, capitán de la nave de los locos- han escrito un libro de entrevistas alrededor de Emile Cioran, el dios del pesimismo. Alfredo Taján y el Instituto Municipal del Libro han posibilitado que se hable de ese libro -«Cioran, el pesimista seductor»- y de ese pensador que siempre anduvo haciendo ejercicios de funamblismo entre la filosofía y la literatura.

Dicen que Cioran, con sus aforismos, es profundamente adictivo, una especie de heroína intelectual. Quien a sí mismo se definió como «el único pesimista de guardia de Europa» es analizado en ese libro por Fernando Savater, Ion Agheana y otros tres filósofos, además de por Simone Boué, la mujer de Cioran, que nos habla de la vida cotidiana de aquel tipo perpetuamente insomne y algo maniático que deambulaba por el barrio Latino de París todas las madrugadas del mundo y que acabó equiparando la filosofía con el arte de las prostitutas. Un pensador sin sistema, un vagabundo intelectual, afirma Savater que fue ese rumano que escribía en francés y que admiraba profundamente el idioma español y también el húngaro, la mejor lengua -con sus sonidos aspirados y bruscos- para agonizar, según Cioran.

Nadie mejor que Cañeque y Grau para acercarnos a ese tipo cercano al absurdo. Con ellos, en esa patria del surrealismo que es Cadaqués, y con una trupe en la que se cruzaban Málaga y aquel pueblo de la Costa Brava, celebramos hace años un congreso sobre el absurdo. Entre el norte y el sur del Mediterráneo se formó un fructífero, tierno y disparatado camino de ida y vuelta. Garriga Vela, el editor Eduardo Gonzalo, Rafael Pérez Estrada, el sociólogo Enrique Montoya alias El Mudo o Antonio Meliveo formaron y forman parte de esa tribu que repetidas veces y a conciencia intentó romper las noches de Cadaqués y Málaga. No le hicimos caso a Groucho Marx cuando afirmaba que él «nunca pertenecería a un club que admitiera a tipos como yo». Esa máxima, según Savater, une a Groucho con Cioran, que imaginaba el infierno como un lugar lleno de personas como él.

Nosotros en eso, otra vez, fuimos desobedientes. Sembramos de espejos los acantilados, aspiramos a una hermandad vagabunda y cambiante, incluso rozamos la plenitud dentro de esta feria de la vida donde se alternan la música y la silueta triste de los carricoches vacíos al amanecer, Cioran y la alegría.



X Juan Carlos Vásquez. Dirige y edita Herederos del Kaos.


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