Me llamo Fred, tengo sesenta y cinco años y soy alcohólico. Mi mayor problema todas las mañanas es intentar no vomitar y mi mayor fracaso es no conseguirlo. Vivo en una miserable habitación de una pensión habitada por putas y ratas, y lo único que me anima a seguir viviendo es la posibilidad de volver a ver entrar en aquel lujoso hotel a la mujer que, sin saberlo, me convirtió en un despojo humano.
Todos los días, a eso de las diez, salgo de este aborrecible antro con la botella de bourbon en el bolsillo y dos copas en mi estómago como único desayuno.