Literatura fantástica: «La otra noche de los sueños», un texto de Alex Armega


Convertido en un muñeco corría descalzo por el jardín que era una selva. Mi tamaño se había reducido al de un soldado de plomo. El sueño se tornó pesadilla cuando vi venir a nuestro gato. Me oculté detrás de una margarita. Parecía un león o una pantera, caminaba con gatuno sigilo, como si temiera despertar al hombre que lo sueña.
Nadie recuerda muy bien lo que le sucede en un sueño. Lo inventaré de nuevo: si en el sueño el jardín era una selva, y el gato un león o una pantera, la paloma parecía un pavo americano cebado para el día de acción de gracias. A prudente distancia, para no espantarla, nuestro gato escondió la cola y bajó el lomo. Agazapado como un tigre esperó el momento adecuado. El ave buscaba semillas para echarse al buche dando pasitos cortos sobre la hierba o la sabana. Temeroso de lo que vendría, para protegerme mejor, abandoné mi escondite y me subí al carro de bomberos con el que juega mi hijo de seis años. Cerré las puertas y subí las ventanillas.

Saltó un segundo antes de que la paloma tomara vuelo. Fue un ataque certero y salvaje. La inmovilizó bajo sus garras y la mordió duro en el cuello. La sangre caliente, la noche tropical, despertaban su instinto animal dormido en la vigilia. Con la repulsiva ferocidad de una hiena manchada empezó a comérsela, sin importarle comerse también las plumas. Entre los testigos había árboles, insectos y amapolas dormidas, pero nadie hacía nada. Conmovido por aquel horror grité con todas mis fuerzas, pero mi grito no se escuchó. Mí boca no era una boca, estaba dibujada. Nada pude hacer para espantar al gato y salvar a la paloma, mis piernas y mis brazos dormían en España, alucinado no más ver como se la engullía. Tuve miedo, quise encender el motor, largarme de allí, pero en el caprichoso guion del sueño el carro de bomberos no tenía llaves, o mí niño se las había llevado.

No recuerdo más. Desperté sobresaltado con el sudor de la pesadilla todavía en la frente. Bebí un vaso con agua sin respirar y seguí durmiendo de un tirón hasta las seis de la mañana, hora habitual en la que despierto a mi cuerpo para ir al baño. Abrí la boca, bostecé, me lave los dientes…, no tuve necesidad de mirarme en el espejo para cerciorarme de que no había ningún muñeco, de que seguía siendo aquel buen hombre de siempre, delgado, liberal y tolerante. Era un domingo por la mañana. En pantuflas, con la bata puesta y una taza de café en la mano, abrí la puerta dispuesto a desayunar frente al mismo jardín por donde reducido y descalzo había corrido en sueños. Para mi sorpresa una paloma muerta, de tamaño considerable -no estoy hablando de una torcaza, tal vez de una montera- se hallaba aplastada, reventada, sangrienta, sin ojos y tres plumas sobre el felpudo de la entrada. 

El corazón se me disparó. Tembleque, algo de café salpicó la escena del crimen. El gato cabrón no estaba en ninguna parte, había dejado en la puerta del amo el cadáver de su víctima a manera de ofrenda, los felinos domésticos acostumbran hacerlo. Dando por sentado que se la habría zampado en la otra noche de los sueños, indolente fui en busca de una escoba. Controlando las arcadas terminé de limpiar con un estropajo las últimas manchas de sangre. Los restos de la paloma muerta fueron a parar a la basura. Me quité los guantes y los dejé sobre la mesa.





Alex Armega. Nacido en Bahía Blanca, Argentina 1963. Licenciado en Psicología. Obras publicadas: “La mansión de los altos estudios”, “Entre la lluvia y el fuego”, “El diablo en Marsella”, “Tres relatos y medio”, todas editadas por Blurb Inc. 

Ilustración: la imagen de portada ha sido remitida por el autor de la obra.

2 comentarios:

  1. Me parece interesante

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  2. Alex, me ha parecido que lograste en pocas palabras un cuento lleno de mucha emoción y suspenso con un sorpresivo y bien logrado final. Felicitaciones

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