En "Mein Kampf", el autor describe una escena surrealista y onírica. El protagonista se encuentra en un tejado en una ciudad renacentista, vestido con ropa negra y una apariencia gótica. Sin embargo, la verdadera batalla se desarrolla en su interior, donde lucha con sus propios demonios. La descripción de su autodestrucción es gráfica y visceral, y el final deja una sensación de inevitabilidad.
En "Pax tecum", el autor utiliza un lenguaje más sencillo pero igualmente efectivo para crear una atmósfera de inquietud y horror. El protagonista se encuentra en un cementerio y reflexiona sobre la transitoriedad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. Sin embargo, su experiencia se vuelve aterradora cuando escucha sonidos y presencias inexplicables. El final es desolador y sugiere que incluso después de la muerte, la angustia puede ser eterna.