Anais tenía sed. Con la mirada, le indicó a su acompañante que le sirviera algo de agua, como si pretender que él la entendiera no hubiera sido suficiente.
Nogal no se movió de donde estaba. Lo único que hizo fue lamer una de sus patas para luego secársela haciendo presión contra su cabeza. Anais se levantó y volcó en un vaso el contenido de una jarra. El reproche hacia su gato también fue con la mirada.
El felino continuó aseándose.
¿Dónde estaba la Otra? Anais la había perdido un día de otoño mientras corría por una llanura o por el bosque, no lo recordaba. Quizás la Otra se había ido con el Otro. Para Anais, en aquel momento sólo estaba Nogal.
El bosque estaba cerca, el único problema era que sus marrones muros volvían impenetrables a algunos de sus sectores.
Anais decidió ir hacia allí, o, mejor dicho, volver hacía allí. Abrió la puerta de su casa, le importó poco y nada dejarla abierta después de atravesar el zaguán y avanzó.
Mientras caminaba, escuchaba las voces del Otro y la Otra viajar a través del aire en forma de falsettos y de guturales, los cuales, gracias a una perturbadora armonía, marcaban el ritmo de sus pasos. Por momentos, el choque de ambos ruidos formaba un sonido etéreo, quizás similar al de un aullido en la lejanía.
La noche tocó los hombros de Anais apenas ella hubo divisado el lago que había estado buscando. “La sombra del ayer se enfrenta con la de hoy, y por eso el mañana es incierto”, recordó haber leído en un poema. Anais estaba sola en aquel bosque, lo demás sólo eran las voces del Otro y de la Otra rebotando de árbol en árbol.
“Una vez alguien me dijo que los lagos, sin importar el tiempo y el lugar, no muestran el rostro de alguien, sino su pasado”, recordó. Siendo niña, aquel mismo lago la bañó mientras su madre la sujetaba por debajo de sus hombros.
Detrás de ella, estaba Nogal. Había sido guiado por ella hasta aquel último (des)encuentro. El viento le recorría las orejas, las patas y la cola –imposible decir si todas al mismo tiempo o si sus esquirlas, como si se tratara de los pequeños dedos un niño, caminaban por su cuerpo atravesándolo parte por parte- a la par de que él observaba los pasos de su dueña. Lo último que le vio hacer fue sumergirse en esas gélidas aguas.
Anais había llegado a la orilla de aquel lago. Sus rodillas cayeron rendidas.
Había visto en el lago a la Otra: una mujer joven, quizás diez años menor que ella. A su lado estaba el Otro, cuyo rostro primero fue el del David de Miguel Ángel, luego se convirtió en el de un joven de la misma edad que la Otra y por último, en la posible cara de un hombre de mediana edad, quizás de la misma edad que Anais.
Anais se sumergió luego de escuchar por última vez la llamada de ambos. Nogal dilató sus pupilas y contempló como su dueña dejaba que el lago la consumiera.
Y la expresión de aquella mujer fue la más indiferente de la región o la más feliz del mundo.
Brandon Barrios nació el 13 de julio de 1998. Desde una edad temprana, desarrolló un interés por las humanidades, lo que lo llevó a estudiar filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Ha sido nominado y ganador en varios concursos literarios menores, como el concurso literario del Colegio del Arce en 2013 y 2016. En 2017, obtuvo el primer premio en el concurso literario celebrado en el marco de las "Jornadas Homenaje a H.P. Lovecraft," organizadas por la agrupación Macedonio Fernández de la UBA.
📝 Lee otro texto de este autor (en Herederos del Kaos): Sobre las arañas y la eternidad
Foto: pexels-public domain.
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