Desde México: "Experimento #65", un relato de Jorge Picazo Carrillo

¡Ya se los cargó la chifosca mosca! ¡Haber, ya se la saben, no me vayan a salir con que no traigo teléfono o cartera porque me los chingo! Retumbó en el interior del autobús de transporte público ante el aterrado sobresalto de sus pasajeros, el grito de sentencia provino de un joven de vestimenta oscura y holgada, que medio camuflado, viajaba parado en el fondo del camión y embravecido pregonó la sádica intimidación; otro individuo saltó de los asientos del frente y empuñando un desgastado revolver calibre 38, amagó al chofer y lo incitó a conducir más despacio, hacia una zona de arboleda copiosa y por tanto sombría; por último, un tercer cómplice se levantó de entre las filas de en medio, extrayendo de sus ropas un cuchillo filetero, este sujeto y el del fondo, comenzaron el amedrentamiento del pasaje, en tanto el que amenazaba al chafirete, se apartó unos centímetros de su víctima para vigilar el orden del atraco.

¡Fue cuando sucedió lo inesperado para casi todos! Ya que se abrieron un par de ranuras en el techo del vehículo, una aproximadamente a la altura de la palanca de velocidades y otra atrás del asiento del conductor, enseguida brotó de ellas, un grueso y transparente vidrio laminado de seguridad, descendiendo fino y veloz, mientras que otras hendiduras lo esperaban en el piso del autobús (dividiendo el alcance del hampón y el chofer), ¡quedaron impávidos delincuentes y pasajeros!… Dos segundos después, cayeron los siguientes cristales blindados en ambos costados de los asientos de usuarios, esto propició dejar marginados a lo largo del pasillo central a los cacos, que en una mezcla de susto y coraje, arremetieron como energúmenos contra los vidrios, mas estos resistieron los bestiales embates de los ya desquiciados maleantes.
Entonces en automático, se encendió el radio del bus a un volumen alto, escuchándose una pacífica melodía de Frank Sinatra (era la cortinilla musical de refinado gusto, ofrecida por los administradores de la ruta 65 a sus fieles clientes).

Lo siguiente fue como una secuencia de tomas cinematográficas a lenta velocidad, en donde quedaran plasmadas las dramáticas muecas de los hasta entonces protagonistas, ambientadas por la apoteósica pieza musical. Pequeñas rendijas en lo extenso del techo del corredor central se abrieron… ¡Eh ahí la razón del misterioso sonido de líquido móvil que escucharan los transportados durante el trayecto!: cayó sobre los malhechores una abundante sustancia acuosa e incolora, era una rara combinación de ácidos muriáticos concentrados; alaridos mortales escaparon de las gargantas del trio secuaz al trasminar el líquido en su piel, les provocó salpullidos sangrantes que incluso generaron el carcomido de carne, y al tener las bocas abiertas por el ajetreo del atraco, ingirieron pequeñas cantidades a la vez que los ojos absorbieron varias gotas. ¡Sentían e imaginaban como si sus cuerpos se derritieran y las entrañas les fueran roídas por ratas! Ni siquiera se percataron cuando cayeron de su poder las armas...
                                                                ***

Era la estratagema que los dueños y socios de la ruta 65 habían confabulado: una poderosa como arriesgada inversión económica que esperaban fuera redituable en el tiempo, una solución inspirada en remedios violentos contra la inseguridad alrededor del orbe, un oscuro complot maquinado con las autoridades locales de Cuautlancingo, un controversial acuerdo del cual apostarían por los resultados. No sabían con exactitud que esperar de este singular experimento, el que seguro tendría repercusión internacional en algún momento; no precisaban si conseguirían el impulso iterativo en otros lares del planeta o el repudio mundial, ¡pero qué va, siempre habría que aventurarse alguien primero para ser seguido por el resto!
                                                                   ***

...En eso, una serendipia fulguró y los usuarios comprendieron que sucedía, lo que se esperaba de ellos: la misión era encomendada a su visión de justicia. Diversos compartimientos se abrían en las láminas abajo de las ventanas, ofreciendo su resplandeciente obsequio: una pequeña pero afiladísima hacha, un bate beisbolero con incrustaciones de enormes clavos que lo atravesaban y despuntaban sus picos al otro extremo, asimismo un martillo de uña trasera, machete y hasta un piolet para hielo; en el lado opuesto del camión, un bóxer de mano hecho de acero, una linterna de choque eléctrico, un mazo y un picahielos, este último había sido «tratado» en su filo, infestado con suciedades, con la pretensión de almacenar bacterias y demás infectantes (por el remoto caso de que sobrevivieran los destinatarios), además había unas pinzas puntiagudas de las utilizadas por dentistas en la extracción de piezas dentales. 
Mas lo que causó enorme asombro y hasta un tímido temor −ya que nadie de los presentes había visto y ni siquiera conocían su existencia− fue un cuadro de lámina de unos 40 centímetros, tenía una perforación central en forma circular y dentro una guillotina, su cuchilla podía ser manipulada al gusto desde una manija instalada en la esquina del cuadro; junto a este artefacto se halló otro igual de insólito: un tubo metálico de 60 centímetros de largo con terminación afilada, llevaba fijado un botón como mecanismo, que al apretarlo, expandía en su punta varios pequeños filos más; asimismo un par de calcomanías adheridas a esos perversos objetos en donde explicaban la función del singular dúo (eran un troza penes y una desgarradora de vaginas, destinados cada uno según el sexo de los proveedores del pánico).

¡Todo aquello a disposición de la imaginación y locura popular! Todo en una especie de brindis macabro por los años de vejaciones padecidas, en justicia a las memorias que dejaran traumatizadas en cada uno de los viajantes, en las que resurgieron vívidos recuerdos de los injustos viacrucis de llevar una oración en los labios cada día, durante cada traslado; hechos que iban desde tolerar majaderías, «mazapanazos» y cachazos, hasta soportar frenéticos atracos aderezados con iracundas golpizas que llegaban a heridas mortales, incluso a transgresiones sexuales. ¡Pero ya no más! ¡Sería en estos tiempos el cambio o ya nunca! Nada quedaría olvidado ¡A lo mucho serían cinco minutos de «venganza justiciera» a cambio de los angustiosos 409, 968, 000 segundos de horror, los que conforman esos trece años del terror sobre ruedas en la zona de Misiones de San Francisco!
Los maleantes suplicaban clemencia (la misma que ellos no tuvieran en infinidad de ocasiones), fue en ese instante cuando se elevaron los cristales antibalas… Ramificaciones de sangre florecieron en los ojos de los pasajeros, las sonrisas dementes y miradas asesinas fueron espontaneas; es cuando inició el espectáculo de la barbarie: tajos de carne sanguinolentos caían por ahí, cuajos de cuero cabelludo por allá, dientes −primero estrellados y luego arrancados desde su raíz− salieron despedidos y quedaron dispersos entre los asientos. A continuación pareció oírse el burlón castañeo dental de la muerte, concebido en forma de crujidos siniestros al quebrarse huesos; una mano cercenada salió expulsada y fue a parar a un balde con agua y aromatizante fabuloso, tres miembros viriles aterrizaron en la jardinera de una acera, posterior a que alguien los pateara desde el interior del transporte al abrir la puerta trasera.  

En el toldo del autobús se deslizó una pequeña cubierta metálica, la cual dejaba al descubierto una sirena policial que comenzó a girar vertiginosa, proyectaba tonalidades azuladas y rojizas, empezó a emitir una alarma sonora que por momentos se interrumpía para alertar: ¡Asalto en camión, asalto en camión! Aunque la gente a nivel calle ignoraba en un principio lo que ocurría con exactitud al interior, de modo sorprendente entendió el mensaje, se congregaron por masas en torno a tan singular vehículo.
Rostros hinchados y rojizos alumbrados por antorchas improvisadas, reflejos de luna en las afiladuras plateadas de las prontas armas (parecían sedientas de probar sangre), palos, fierros, cadenas, tabiques, puños (exquisito aperitivo rumbo al éxtasis del ajusticiamiento pleno), unidos en franca competencia por liderar el linchamiento; semi humanos idiotizados por su turba mental, ciegos por el enfebrecimiento de la muchedumbre próxima… Los detalles y culminación de los hechos quedaron sepultados en un panteón local y clandestino, así como en las mentes de los perpetuadores. La difusión de la noticia fue solo verbal y nunca abandonó el pueblo. En las calles prosiguió la vida acostumbrada.

En el futuro cercano, en aquellas cámaras de tortura ambulantes habría que realizar algunos ajustes, los dos segundos perdidos en el deslizamiento de cristales junto a los pasajeros, era una clara muestra. Se tendrían que tomar varias cosas en consideración: ¿y qué si viajaban usuarios parados en el pasillo? ¿Deberían de reforzarse las puertas de ascenso y descenso para impedir escapatorias? ¿Se haría pública la cacería en las zonas que abarca la ruta Misiones de San Francisco - Centro, y con esto la gente en tierra pudiera apoyar? ¿La velada táctica sería prolongada con la intención de no prevenir a los despojos de la sociedad, y a su vez superar con creces lo alcanzado? ¿Continuaría perteneciendo la situación al terreno conspirativo o en un afán de vanidad sería anunciado con bombo y platillo al dominio público, aun con las consecuencias que estas acarreasen? Mil interrogantes y propuestas permanecían suspendidas en la atmosfera del lugar. 
Como experimento, sin duda habría tiempo para perfeccionarlo.




Jorge Picazo Carrillo, nacido en la Ciudad de México, es un apasionado de la literatura y ha estado escribiendo desde los 13 años. Sus escritos han sido publicados en varios espacios literarios en línea, así como en una antología impresa.
Puedes encontrar sus textos como "Júpiter", "Selene (Luna)", "Diamante y oro" e "Intolerancia" en Facebook. En Spotify, ha publicado "Balanza translúcida" y "Mujer de arreboles". En YouTube, podrás encontrar "Balanza translúcida", "Balcón" y "Brown" (un poema traducido al inglés). También ha contribuido con su cuento "Discrepancia divina" en la antología de fantasía del grupo "El Reino Olvidado" en Lektu, y con "El país del terror naciente" en la antología "Pesadillas bajo la tinta" disponible en Lektu y Amazon. Su cuento "Balanza translúcida" fue publicado en formato físico dentro del libro "Mentes corroídas". Además, ha compartido sus relatos "Cometa azul" y "Flashazo ilusorio, H2O, pasión adrenalínica y posterior... La muerte en todos los sentidos" en diferentes sitios web, siendo este último publicado en una página de Eslovenia y traducido al esloveno, inglés y español. Por último, su obra "Big Bang azul" se encuentra en la revista digital cubana "Revista Rêveuse".

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Foto de lil artsy (pexels) public domain.

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