Desde Baja California: dos cuentos de Jacqueline Campos


CONTAMINADA

 La tía Carlota, soñó con un mundo donde las cosas eran de papel de revistas y periódico como los que se imprimían y vendían en su juventud, antes del internet. En su sueño, las personas eran de cartón de cereal decoradas con tatuajes vistosos de incontables palabras sin sentido e imágenes confusas. Se sintió como Carlota, en el país del papel notificante - ¿Qué sueño tan extraño?- pensó al despertar con sabor a papel de baño en la boca. Acostada en la cama, inició su manía matinal: Revisar la aplicación del Facebook. Al minuto cinco, se sintió mareada, mientras veía la pantalla del teléfono móvil, pero continuó navegando por los muros virtuales. El estomagó le indicó que estaba asqueada, cosa rara para ella que solía gozar de una salud envidiable para sus cincuenta y más años. Se apartó de la pantalla y trató de respirar con estilo, recordando las indicaciones del yogui que seguía en el canal Viva Bonito, y quizás, debido a las respiraciones profundas o por dejar de ver las publicaciones, se sintió mejor; por lo que a los pocos minutos volvieron sus ojos a la aplicación que le notificó que cumplía 10 años de amistad con ciertas personas que nunca conoció. Su dedo pulgar como con vida propia, se movió para leer que: X se siente festiva: por el cumpleaños tres de su gato Félix, Y se siente divertida: en zumba por zoom, Z se siente estupendo: comiendo tacos de tripas, A se siente harta: del encierro y el Covid, B se siente enamorada: de sus nuevos cosméticos, C se siente: indecisa entre elegir los zapatos amarillos mostaza o los amarillos limón y D está orgulloso: del crecimiento de sus nalgas…El asco, le subió súbitamente a la garganta junto con la primera sustancia vomitiva acidificada, apenas tuvo tiempo de apartar el teléfono y correr al baño para postrarse ante el santo inodoro -¿Podría estar embarazada a los 51? o ¿Tengo un virus?-pensó la tía Carlota, agotada por el esfuerzo vomitivo.
 Después de múltiples arcadas secas, regresó con la cara pálida a la cama, pero más tranquila por la ausencia de mareos y, como limaduras de hierro al imán; retomó los dedos a los muros del Facebook para ver más imágenes como: La fotografía de un esposo sin gracia y con grasa en la peor pose sonriendo, el uñero del dedo gordo inflamado con esmalte naranja fluorescente, un anciano pidiendo limosna con un cartel que decía “Como me vez te verás”, el presidente riendo como el Guasón después de vencer a Batman, el microcuento absurdo de un ama de casa que juaga a ser escritora, unas manos en posición de oración con la frase “Oremos por vacunas”, gatitos en dos patas con faldas de tul rosa, la manualidad escolar sin gracia de un niño, una multitud de mujeres con el torso desnudo en protesta contra la real academia de la lengua española exigiendo que le llamen senas a los senos... Carlota continuaba viendo caer las imágenes como el agua de cascadas sin control y miró: Los verdes terrenos de cultivos con surcos perfectos como el fondo de la foto donde el punto central, era la pareja recién casados con sonrisas falsas de oreja a oreja y 30 niñas usadas como pajes con vestidos azul pastel, todos delante de una extravagante limusina Hummer color amarillo mírame mucho. La tía Carlota pensó -¿A dónde habrán mandado los suegros a los cientos de jornaleros recolectores de fresas para no arruinar la grandiosa foto, si los rancheros son conocidos por avaros en el Valle?
 Tres segundos después, su dedo se movió para llegar a las siguientes imágenes: Alerta Ámber para una niña de 11 años desaparecida en el ejido cuando fue a la tortillería, la Nena luciendo su tercera liposucción y nuevos senos de vacaciones en Miami, un joven desconocido en situación de calle tirado en un callejón rodeado de ratas, una paloma con una rosa en las patitas que bendice a todos los vacunados, una perra y sus peritos con sarna abandonados en el terreno aledaño a la iglesia del pueblo que se usa de basurero sin que a los municipales le importe, un par de cráneos y osamentas roídas encontrados en un matorral cercano a la telesecundaria No. 007…Nuevamente el asco creció en las vísceras de la tía Carlota, con un dolor agudo en el centro del estómago que le hizo correr al baño…y nuevamente las arcadas y el ¡Asco! ¡Asco! ¡Asco! Seguido de un vómito intenso…Dejó el teléfono y se quedó en la cama hasta el mediodía sintiendo intensos escalofríos en la piel, contó los días y pensó si podría estar embarazada del plomero o el jardinero, o tal vez, era el inicio de la menopausia o una nueva cepa del coronavirus.
 El resto del día y después de una prueba casera de embarazó, concluyo que era la exposición al Facebook lo que causaban el asco y los mareos hasta provocarle el vómito incontrolable, porque al intentar entretenerse con la aplicación los síntomas le atacaban inmediatamente. Me llamó desconsolada para contarme lo ocurrido y su ansiedad se incrementó al pensar -¿Cómo podría vivir de ahora en adelante sin saber sobre: Los nuevos vestiditos del gato, la rutina para nalgas de moda, las alertas Ámber del cada día, las fotos de la luna de miel a la isla secreta del Chapo de los recién casados, la salud del dedo gordo y su nuevo esmalte?…Mientras pensaba en esto, más ansiosa se sentía, no podía visualizar un futuro sin saber de la vida de los otros conocidos-desconocidos y de ¿Cómo se sienten cada día: X, Y, A,B,C? y hasta poca agraciada y vulgar Z. 
 La tía Carlota no dudo, en hacer una cita urgente en el Instituto de psiquiatría de Baja California, en la cosmopolita Tijuana. Esa noche tomo pastillas para dormir sin soñar. Al día siguiente conduciría siete horas en busca del consultorio del Dr. Paz. Ella prefería vivir medicada de forma permanente con fármacos psicotrópicos, que le quitarán los síntomas del asco asociado a las redes sociales; que perder la amistad del Facebook cultivada con manía por 15 años. La tía Carlota no se imaginaba siendo alguien ignorante de las modas y memes, y mucho menos excluida de la aplicación. 
 Ella se negaba rotundamente a la insoportable idea de ser sólo ella, sin la banalidad.



EL POZO DEL MAGO

 Magali dejó la escuela de la aldea a los 10 años, porque la maestra les dijo a sus padres que jamás aprendería a leer. Esto hizo que la niña pasara mucho tiempo en el patio ayudando a su madre a dar de comer a las gallinas, pollitos y pavos. Su animal preferido era un gato negro, que un día apareció en el patío para adueñarse del lugar; aquel gato era huraño y sólo se dejaba acariciar por la niña. Para ella, el felino hacía trucos de magia, porque solía aparecer y desaparecer sorpresivamente con alguna lagartija, cigarra o mariposa entre los dientes, dejándola intrigada. Magali creía que el gato era un mago con secretos, lo llamo: Mago. Cuando sus abuelos la veía alejarse hacía los límites del patio persiguiendo al Mago, le advertía “Niña, nunca sigas al gato cuando se vaya al monte, porque ahí está el pozo del diablo que trae desgracias y mala suerte. Una niña jamás va sola al monte.” Y ella obedecía.
 Cuando llegó el día más caluroso del año, los aldeanos cayeron adormecidos por el calor sofocante; cada uno se refugió en hamacas bajo las sombras de paja de sus techos. La aldea permaneció en silencio, incluso los perros y gatos dormían; pero Magali se quedó abstraída mirando fijamente algún punto del monte que parecía llamarla. Sobre su rostro moreno corrían el sudor como lágrimas saladas, parecía respirar por la boca y dormir con los ojos abiertos, mientras el Mago intentaba cazar a una ardilla y esto, llamó la atención de la niña que caminó descalza siguiendo al gato negro que se internaba en los límites del patio. 
 Nadie vio a la niña alejarse, porque todos dormían como crisálidas en capullos colgantes tejidos con hilos de algodón para olvidar la sofocante tarde; mientras tanto, el índice de calor de 50 grados y castigaba a los albañiles empapados de sudor que trabajaban en la capital. Entre ellos y cercano a la insolación estaba Miguel el padre de la niña, que colocaba bloques de concreto. Miguel de pie sobre un andamio a tres metros de altura, no puedo prever el sorpresivo mareo con la aceleración del corazón que le hizo caer y convulsionar sobre la tierra; cuando esto ocurría, a 70 kilómetros de distancia su hija estaba en el monte sufriendo el ataque grandes avispas guitarrillas de cuerpos rojizos y aguijones amenazantes, a unos pasos del pozo. Era la primera vez que le picaban avispas a la niña y la reacción toxica le causó complicaciones y también, era la primera ocasión que desobedecía. Sus gritos al sentir los múltiples aguijones en los brazos y rostro, arrebataron a los aldeanos de la siesta y apresurados algunos vecinos auxiliaron a la niña antes de que perdiera la consciencia. La llevaron con su madre, mientras alguien corrió en busca del curandero. Cuando Magali recibía ungüentos herbales para aliviar la infamación y la fiebre en su casa; su mamá recibió la trágica noticia que llegaba de la ciudad a sus oídos y que le hizo expulsar un desgarrador alarido al enterarse de su prematura viudez.
 Tres días estuvo Magali presa entre sueños y pesadillas donde las víboras escupían fuego y quemaban el monte, hasta consumir la paja y maderas de su casa. Deliraba con avispas, cigarras y mariposas negras revoloteando alrededor del Mago que caminaba sin temor sobre la periferia del pozo empedrado; de pronto sus visiones se obscurecía por una nube densa que amenazaba con truenos y centellas...Cuando la niña volvía por minutos a la lucidez, le daban de tomar brebajes con hojas de chaya, raíces y epazote que le provocaban náuseas, mientras una mano le ponía trapos húmedos sobre la frente. 
 La inflamación del rostro le impidió ver, la temperatura se apodero de su cuerpo por 72 horas, se creyó ciega. En esos días de convalecencia escuchó al Mago, lo sentía sobre su pecho ronroneado y murmurando “Te quedarás ciega, miau, pero yo me quedaré, miau”…Magali a veces lo oía, maullando con insistencia debajo de la hamaca donde ella ardía en fiebre con el cuerpo sediento, acalorado y sudoroso; después lo escuchaba trepar por la ventana para desaparecer en la obscuridad. Veía imágenes del gato negro caminando con una ardilla ensangrentada en las fauces para ofrecerla al dueño del pozo... Durante tres noches oyó grillar a los grillos y el zumbido abrumador de cientos de cigarras que parecían gritarle “Niña ciega, crip, ciega, crip, ciega, crip”... A Magali le aterraban la interminable mezcla de sonidos de llantos, lamentos y murmullos calamitosos de personas, animales e insectos que no podía ver y que parecían provenir de las paredes; concluyó que los lamentos eran la entrada del purgatorio o quizás, del infierno- ¡Estoy muerta o pronto moriré y vendrá por mí el diablo, porque vi el pozo!- Pensó la niña repetidas veces con angustia y en soledad.
 Magali olvidada por todos, febril, débil, con la garganta cerrada para las palabras y con los párpados clausurados, nunca supo que velaban a su padre detrás de la pared continua. Ahí, ardían velas alrededor del modesto ataúd y alrededor de este, las mujeres y los hombres de cuerpos morenos mezclaban sudor con lágrimas entre lamentos mortuorios; parecían como cigarras tristes que después de emerger de la tierra presienten la proximidad de la muerte tras crecer y aparearse.


Autor: Jacqueline Campos
Lugar: Baja California
País: México
Nacionalidad: Mexicana

Psicóloga, promotora cultural, mediadora de lectura y locutora de radio comunitaria indigenista en San Quintín, Municipio de San Quintín, Baja California. México. Correo: luzr5791@gmail.com

ILUSTRACIONES: La imágen ha sido remitida por la autora de las obras.

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